Corrientes, miercoles 03 de diciembre de 2025

Sociedad Corrientes

Palabra chamamé

19-09-2025
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(José Miguel Bonet, desde Mburucuyá*) Algunos sostienen que chamamé es un vocablo de origen paraguayo que significa “cualquier cosa” o “cosa hecha como quiera que venga”. Hay otras acepciones como estas: che aimé ámame (yo estoy en la lluvia), che memé (siempre yo), che ámame (a mi amada), che amó ámeme (doy reparo a menudo). La primera pieza inscripta como chamamé en SADAIC data de 1930. Sus autores eran Diego Novillo Quiroga y Francisco Pracánico; se trata del tema Corrientes Poty (Flor de Corrientes), aparecido en un disco del cantante Samuel Aguayo. La creación del nuevo rótulo obedecía al deseo de RCA Víctor de congraciarse con el público correntino, principal comprador de sus discos. Varios intérpretes del género correntino iniciaron hacia 1942 un movimiento para cambiarle el nombre, sin lograr un consenso. En 1944 Osvaldo Sosa Cordero y sus correntinos lo denominaron música campera. Pedro Sánchez, del trío Taraguí, lo bautizó letanía. Otros lo han denominado litoraleña o música del litoral. Existen varios tipos de chamamé: el chamamé maceta, de caté (elegante, en lengua guaraní); chamamé orillero, en el que se notan las influencias del tango; chamamé canción, de tónica sentimental, conocido como chamamé ganci o chamamé triste; chamamé kireí, de ritmo vibrante; chamamé changüí, de ritmo lento ideal para la conquista amorosa; el rasguido doble, que es una danza de melodía cadenciosa; y el valseado, que es una danza de pareja enlazada.

Para el guaraní, la palabra es todo y todo para él es la palabra. Así lo sintetiza el P. Bartomeu Meliá, uno de los más prestigiosos estudiosos de la cultura guaraní, analizando sus mitos, cantos y ritos (“El Guaraní - Experiencia religiosa”, 1991). Y añade en su libro “El Guaraní - La Palabra ritualizada” (1991): “La palabra guaraní se dice y se hace. Los caminos de la palabra, sus sacramentos, son el canto y la danza” (ñembo’e jeroky), y “el chamamé era, originalmente, un ñembo’e jeroky”, que realizaban especialmente en gratitud a Tupã, dios de la lluvia.
Distintos antropólogos, estudiosos de su cultura, coinciden en afirmar que los cantos presentan categorías bien diferenciadas, como los guau ete, “verdaderos auténticos cantos sagrados”, también llamados porãhei; los guau ai (pequeños cantos sagrados); y los koty hũ, cantos profanos, que pueden ser escuchados por todos, aun por los extraños.

Los guau ete o “verdaderos cantos sagrados”, también conocidos como porãhei, solo se acompañan con el mbaraka (maraca o sonajera), que es ejecutado por el paje con su mano derecha, y el takuapu (instrumento musical de takuára, especie de bastón de ritmo, que es utilizado por las mujeres, también con su mano derecha).

“En el caso de los guau, el canto, la música y la danza forman un todo indivisible”. Hoy en día, lo demuestran así hasta los videocasetes filmados de sus “danzas del amanecer” y del “atardecer” en la tribalidad mbya (guaraní), situada en la actual provincia de Misiones (Argentina), del conocido cacique o tuvicha que adoptó el nombre de Lorenzo Ramos.

Todo lo hasta aquí recopilado de los más destacados estudiosos de este tiempo, y de mis visitas a grupos y tribalidades guaraníes, nos muestra la profunda religiosidad, íntimamente relacionada a su palabra-alma, sus cantos sagrados (guau ete) y sus rezos-danzas (ñembo’e jeroky). Esta forma de vida se compartía naturalmente en grupos tribales familiares, que conformaban sus táva o aldeas, distribuidas en diferentes parcialidades, con asientos geográficos bien definidos, asociados y afines en creencias, costumbres y tradiciones, y con una estrecha relación de parentesco. Estos asentamientos eran conocidos antiguamente con el nombre de guara, nombre que determinaba a la vez “una cierta región, delimitada generalmente por ríos” (“guara” es un término recogido por el propio P. Antonio Ruiz de Montoya), y los miembros de un guara, al pasar por tierra de otro guara, debían solicitar un permiso o tahae.

Creo que este es el origen del nombre guaraní: de guara (unidad social y geográfica) y ni (apócope de mini, pequeño). Existen muchos ejemplos en toda la extensión de las culturas guaraníes que apoyan esta tesis (ver: Guara, aldea y río de La Habana, Cuba; Guararé, antiguo guara, distrito sur de Panamá; Guaray, “arroyo de los guara”, en el departamento San Javier, Misiones, Argentina).

Anselmo Jover Peralta y Tomás Osuna, en su Diccionario de la lengua guaraní, editado en 1952, traducen así a esta palabra: “guara” (prefijo): origen, procedencia; “guara” (sustantivo): casta, raza.

Quise mostrar hasta aquí cómo su religiosidad pautaba toda su vida y todas sus expresiones culturales, como sus guau y sus ñembo’e jeroky.

Sus ñembo’e jeroky, como aquí en Corrientes sus chamamé, que se realizaban los días de lluvia, y sus sapukái, que se realizaban los días de eclipse. Y lo natural de su práctica solo podía desarrollarse en el ámbito intimista familiar de sus pequeños guara.

Por todo lo dicho hasta aquí, donde resaltan sus valores esenciales, los nombres superficiales adjudicados a nuestro original chamamé están exponiendo de por sí un desconocimiento de sus fundamentos de vida y de la etimología del lenguaje religioso de la cultura guaraní correntina que lo originó.

Por el contrario, también hasta hoy existen en las ruinas de los pueblos jesuíticos, tallados en las piedras de sus grandiosos templos, ángeles tocando las mbaraka, que era el instrumento religioso guaraní por excelencia, con el cual dirigían sus ñembo’e jeroky (rezos-danzas guaraníes) sus antiguos sacerdotes o ava paje, abriendo preguntas sobre una ya posible especie de “ecumenismo” antiguo en la época misional.

De los rezos-danzas también ya cuentan los libros del Antiguo Testamento: ciento cincuenta salmos cantados, con acompañamiento de arpas, flautas, salterios (uno de los instrumentos que ejecutaba el padre Antonio Sepp cuando llegó en 1691 a Yapeyú), tambores, címbalos y trompetas; y también hasta hoy se sigue danzando en la catedral de Sevilla el día de Corpus Christi el baile de “Los seis”, mostrando a través del tiempo una similar actitud de gratitud hacia Dios en culturas tan distintas y tan distantes.

Hasta aquí mis palabras para fundamentar mi desacuerdo con tantas definiciones que considero equivocadas, demostrando además un desconocimiento mínimo de todas las condiciones que rodean, sustentan y atesoran una cultura expresada a través de un antiquísimo y sagrado lenguaje religioso para nombrar lo más querido, como lo es este género musical exclusivamente correntino: nuestro milenario chamamé.

El chamamé guaraní correntino era originalmente una o distintas formas de sus ñembo’e jeroky o rezos-danzas, que era su natural manera de orar en comunidad, ya sea como expresión de rogativas, de gozo o de gratitud.

Ñe’ẽ, con acento pronunciado nasalmente, significa idioma, palabra (palabra-alma, en lenguaje religioso). Mbo’e es un verbo activo que significa literalmente “hacer la palabra”, “crear el verbo”.
Jeroky, como verbo negativo conjugado, significa bailar, danzar; y, como sustantivo, baile, danza.
Esta palabra deriva además de jere (verbo conjugado que significa girar, volver, tornar, rodar, dar vueltas). También jerére (adverbio) significa alrededor de.
Okuy (verbo): gotear, llover (“o”: contracción del verbo activo mbo; y “ky”: gota. Mboky u oky significan “gotear” o “estar goteando”).
Ñembo’e jeroky: “Cuando llueve, danzan en ronda, creando la palabra-alma (rezando)”.
Y el chamamé era originalmente un ñembo’e jeroky de nuestros guaraníes correntinos. Su significado lo podemos encontrar en la misma etimología posible, junto a todo lo verídicamente relatado, y a sus relaciones religiosas profundas, ya que para el guaraní, la lluvia era un bien divino, enviado por Tupã para “refrescar el alma”, lo cual significaba el firme propósito de lograr el equilibrio natural de un espíritu bondadoso, sin dejar de advertir también su efecto benefactor para sus sembradíos.

La palabra guaraní chamamé viene etimológicamente de:
“Chã”: contracción de “che” (mi) y “ã” (alma); “ama” (lluvia); “mẽ” (estar).
Y, de acuerdo a su antigua manera de traducir su pensamiento, de derecha a izquierda (ver: Avañe’ẽ: hablar del hombre; Tupã mba’e: lo que es de Dios; Yvoty ára: el tiempo de la flor, la primavera; Jasy tata: fuegos de la luna —las estrellas—; Ára tiri: grieta en el cielo —el rayo—; Jaguareté: auténtica fiera —el tigre—; Jaguari: el arroyo de las fieras; Arasaty: la punta de la guayaba, etc.), la palabra guaraní chamamé significa “estar en la lluvia con el alma”.
También las reuniones de los consejos tribales se realizaban los días de lluvia, para escuchar lo que Tupã, el dios de la lluvia, les podía transmitir a través de ella. Por eso se denominaban amandaje: “lo que dice la lluvia”. Tupã ru ete tiene también a su cargo todos los mares y sus ramificaciones, y las lluvias que envía ayudan no solo a sus sembradíos, sino que especialmente “refrescan” el alma, las palabras-almas, las plegarias cantadas cuando danzan, de los py’a guasu (corazón grande).

Porque no enramada

Chamamé no significa “enramada” ni “corredor” en avañe’ẽ correntino, como lo traducen algunos diccionarios, como el caso del Diccionario Guaraní-Español y Español-Guaraní escrito por Anselmo Jover Peralta y Tomás Osuna, en la página 49, en su edición de 1952.
“Enramada”, en Corrientes, se dice ĩvĩra racã atĩ o ĩvĩra catĩ, término que etimológicamente, literalmente y desde la época precolombina (traducido de derecha a izquierda), significa “cantidad de las cabezas (o copas) de los árboles”.
También es desacertado el nombre de “corredor”, pues las casas (hóga o tapĩi) de nuestros guaraníes no tenían corredor y, etimológicamente, tampoco tiene ninguna relación con la significación de la palabra guaraní chamamé.
Otros calificativos utilizados por estos autores, en esa misma página, son los siguientes: “Lo que se hace desordenadamente, sin plan ni método”. Esta traducción tampoco tiene ninguna relación etimológica, y vuelve a dejar en descubierto no solo el desconocimiento de nuestro guaraní, sino también una palpable desaprensión para el reconocimiento natural de los afectos del ser humano, pues nadie y en ningún idioma llamaría así a un bien muy querido, producto original de su tradición religiosa y de sus afectos, afectos enraizados a través del tiempo a todas sus vivencias y expresiones artísticas como lo es el chamamé para los correntinos.
Tal vez se haya querido tildar así, erróneamente, a la exquisita capacidad creativa de improvisación musical que nuestros compositores e intérpretes desarrollan a menudo sobre la armonía de la melodía original.

Bibliografía: Pocho Roch