( Por Alejandro Bovino Maciel). El día de anoche, después del resultado final de las elecciones en la provincia de Buenos Aires (distrito que concentra el casi 40 % del electorado nacional) el presidente Milei, por fortuna sin el uso de sus habituales exabruptos, nos dejó con una terrible duda que el tiempo —el mejor testigo de la verdad— irá revelando.
Al principio, al reconocer la derrota, dijo estar dispuesto a la autocrítica y a revisar su programa y rumbo. Menos de cinco minutos después afirmó taxativamente que no pensaba implementar ningún cambio en la política económica, financiera ni monetaria. Que, por el contrario, pensaba profundizar lo que él llama “cambios” y no es más que un retroceso a las históricas políticas de ajuste siguiendo la receta inefable del inefable Fondo Monetario Internacional.
La mirada política detecta inmediatamente una contradicción entre ambas posturas. O se es crítico, se escucha la voz de las urnas y se replantea las políticas implementadas que disgustan al mayor distrito electoral del país, o se es indiferente a este plebiscito simbólico que son las elecciones y se sigue la marcha como si nada hubiese pasado.
Ratificó a todas sus políticas, tanto sociales, de seguridad, defensa, exteriores señalando a los ministros que formaban alas a los costados. Reafirmó a Lugones, como si los últimos desmadres en los controles de salud (efedrina adulterada y fatal para casi 100 enfermos) fuesen invento de la oposición. El rostro de sus funcionarios no era precisamente el himno a la alegría. Todos se mantenían serios, adustos, solemnes y quietos. Solamente Santiago Caputo (que no es funcionario, ya que carece de cargo formal) no cesaba de hacer gestos con la boca.
El gran problema de este presidente es la rigidez del pensamiento, propio de quien tiene fallas del juicio de realidad. Uno de los signos más evidentes (y que ayer se expuso con crudeza) es que no pescan las contradicciones en sus propios discursos. En un párrafo pueden decir “eso es negro” y dos segundos después “eso es blanco” sin percibir que dos principios lógicos (el de identidad y el de contradicción) lo desmienten ipso facto.
Realmente me cuesta mucho aceptar que la máxima magistratura de la Nación la hayamos puesto en manos de un ser visiblemente desequilibrado, que a la menor contradicción responde “como si nada hubiera pasado” o con insultos, amenazas, descalificaciones y actitudes de barrabrava pasado de químicos.
Dios —si acaso existe— nos proteja.
En ese discurso casi insustancial le faltó terminar diciendo “Karina es inocente y tenemos las pruebas de ello” para después exhibir algún documento o prueba que deje tranquila a la población, ya que ese 3 % sigue revoloteando como una mosca, y estoy seguro que esa mosca despertó de su ensueño de gran cambio a mucha gente dormida políticamente.
BUENOS AIRES, SEPTIEMBRE 2025