A partir de agosto, el presidente de EE.UU., Donald Trump, impondrá aranceles del 50 por ciento a las importaciones de productos brasileños. La indignación en Brasil es enorme.
No solo se trata de arancelesmuy elevados, que tendrán consecuencias concretas para la economía brasileña, sino que Trump justifica abiertamente esta medida con el proceso judicial en curso contra el expresidente Jair Bolsonaro, acusado por la justicia brasileña de intento de golpe de Estado.
Trump escribió en su plataforma Truth Social: "Brasil está haciendo algo terrible en lo que respecta al trato al expresidente Jair Bolsonaro. He visto, al igual que el mundo, cómo no han hecho otra cosa más que perseguirlo, día tras día, noche tras noche, mes tras mes, año tras año. ¡Él no ha hecho nada malo, salvo luchar por EL PUEBLO!”
Trump agregó que seguirá de cerca esta "caza de brujas” contra el expresidente de Brasil: "¡Dejen en paz a Bolsonaro!”
Los aranceles contra Brasil tienen, por tanto, un carácter particular: no son principalmente económicos, sino políticos. La política comercial de Trump, desde que asumió su segundo mandato, se ha vuelto cada vez más agresiva, con aranceles extremadamente altos a las importaciones de muchos países.
En la mayoría de los casos, la justificación ha sido la seguridad nacional de EE.UU., supuestamente amenazada por déficits comerciales persistentes. Es cierto que Trump ha utilizado los aranceles en ocasiones anteriores como herramienta política, por ejemplo, para presionar a México en la lucha contra la migración ilegal y el narcotráfico, o para que la Unión Europea flexibilice algunas regulaciones. Pero esas son cuestiones que afectan directamente a EE.UU. En esta ocasión, se trata de un asunto interno de Brasil.
El politólogo brasileño y experto en relaciones internacionales Leonardo Paz Neves explica, en entrevista con DW, que, "por supuesto que no es aceptable, es una verdadera afrenta que un país intente interferir en la política interna de otro de esta manera.”