( Por Jose Miguel Bonet ). Entre los previsibles efectos nocivos de la inteligencia artificial generativa en modelos amplios de lenguaje natural esta está que, como lo definen Markus Anderljung y Paul Scharre, se “democratice la violencia”, la capacidad de hacer daño.
Ya no solo por parte de hackers o codificadores experimentados, sino por todo tipo de gente. La generación de desinformación va a resultar mucho más fácil de conseguir, y la diferencia entre la mentira y la verdad mucho más difícil de discernir. El concepto de ‘posverdad’ para la era que vivimos se puede quedar corto”.“La Inteligencia artificial generativa, basada en lenguajes naturales, y la ciencia de redes pueden converger en una tormenta perfecta, para dar lugar a nuevas formas de manipulación a nivel societal”, señala Manuel Cebrián, uno de los investigadores más importantes en este campo a lo largo de dos décadas en diversos centros punteros del planeta, ahora en la Universidad Carlos III de Madrid. La capacidad de esta tecnología para adaptarse, aprender y crear, junto con la ciencia de redes que aporta comprensión detallada de la propagación de la información y el cambio social, podría utilizarse para socavar la seguridad, la privacidad y la autonomía a una escala sin precedentes, señala. Lo que va mucho más allá de la política. “Para combatir estos desafíos”, estima Cebrián, “es fundamental desarrollar y adoptar nuevos enfoques”.
Esto antes de que intervenga la citada simbiosis entre la inteligencia artificial generativa y la ciencia de redes que va a permitir una desinformación personalizada. Si las redes sociales clásicas usan ya la inteligencia artificial para atraer la atención, para que el usuario pase más tiempo en ellas, le saquen más información, y le metan más publicidad, la nueva combinación, con las posibilidades de la Inteligencia artificial generativa puede llevar a un objetivo mucho más peligroso: que el usuario cambie de opinión (política, cambiando de voto; de consumo u otras formas) casi de forma inconsciente, con mensajes diseñados para cada cual que cambian de forma casi instantánea según las circunstancias a lo largo de una campaña, adaptándose a cada individuo de forma muy rápida, gracias a lo que se llama reinforcement learning, aprendizaje por refuerzo.
Entre los previsibles efectos nocivos de la Inteligrncia Artificial generativa en modelos amplios de lenguaje natural está que, como lo definen Markus Anderljung y Paul Scharre, se “democratice la violencia”, la capacidad de hacer daño. Ya no solo por parte de hackers o codificadores experimentados, sino por todo tipo de gente. La generación de desinformación va a resultar mucho más fácil de conseguir, y la diferencia entre la mentira y la verdad, mucho más difícil de discernir. El concepto de “posverdad” para la era que vivimos se puede quedar corto. Y la fabricación de armas biológicas y químicas por parte de individuos y grupos con escasos conocimientos de ellas también resultará facilitada. ¿Hacia un terrorismo generativo? La Inteligencia artificial puede generar catástrofes, y no solo impedirlas que es para lo que se suponía que nació.
La sociedad de hoy tiende al convencimiento de que la democracia necesita partidos de derechas ,ojo, pero que no confundan su ideario con la generación de discursos de odio. El desmantelamiento de los servicios públicos y la generación de desigualdades provoca de manera inevitable dinámicas antisistema. Del mismo modo que la izquierda comprendió hace años que no es lícito defender la igualdad social a costa de poner en peligro las libertades democráticas.
La otra presencia,corrupción, además del dinero perdido, es el daño colateral que provocó en la democracia con el activismo del desamor, la judicialización de la política y la pérdida del pudor en numerosos medios de comunicación, portavoces de las mentiras y las crispaciones.
Cuidado!!!El Egocentrismo maquiavélico. Quien dirige desde la patocracia busca su lugar en la historia, sin importar el precio que tengan que pagar las víctimas, que serán consideradas efectos colaterales de un bien mayor.
No hay sociedades ideales. No hay organización permanente. El cambio es continuo. En una sociedad, nada es inexorable. Lo que nosotros llamamos leyes sociales, son normas mutables. Hasta la ley suprema puede cambiar.
La sociedad es transformación permanente. Una organización social es perecedera y sólo podemos extender su existencia si la adecuamos a los cambios. Lo que fue revolucionario ayer, hoy ya no lo es. Porque, en definitiva, ¿qué es la revolución? Es un modo de adaptarse a una realidad nueva, que también va a cambiar, obligándonos a nuevas adaptaciones.
La adaptación no sólo requiere el deseo de adecuarse, sino un orden, un método. La democracia es el ordenamiento más congruente con la paz, y es en la paz donde se multiplican los logros del intelecto, y las oportunidades de incorporar esos logros a la vida de todos.
Para organizar un pueblo en democracia se necesitan partidos políticos. Hay que hacerlos con mucho sacrificio, desafiando inevitables vicisitudes, y de abajo hacia arriba, por hombres y mujeres que se dejen acerar el espíritu. Un partido político debe ser hecho, también, con los errores propios. Los fracasos son, a veces, los que más importan. Se aprende más del error que del éxito.
Un partido político debe defender, en lugar de los intereses de un sector, el interés de tantos sectores como sea posible. Eso que llaman el interés general.
Un partido político debe recordar, asimismo, que si se dedica a mantener artificialmente algo que ha sido superado, deja de ser actor. Se convierte en un defensor de hechos o doctrinas del pasado.
Un partido político debe entender que, hoy, lo revolucionario no es el arma, no es la sangre. Arturo H Illia
*desde Mburucuyá
Fuente artículos varios.