(Por Alejandro Bovino Maciel ). Acabo de ver una serie policial y comprobé, una vez más, el vínculo que establecen los libretistas con un psicoanálisis tan devaluado que parecen haberlo leído de algún Billiken.
Fíjese, querida lectora, estimado lector, la próxima vez que en una película o serie aparezca un asesino serial, no hará falta de antemano saber quién es el culpable: la madre del asesino. Si el ingenioso criminal deja algunas señas junto a las víctimas, por ejemplo, deja muñecas, ese psicoanálisis de compendio le explicará al final que la madre del asesino coleccionaba muñecas a las que prestaba más atención y cariño que a este hijo al que convirtió en un matador serial por esa causa. Si el asesino coleccionista deja manchas de lápiz labial o manchas rojas es porque la madre, que ejercía de meretriz, se pintaba los labios frente a un espejo que el niño (futuro criminal numerario) veía como un gesto seductor que ofrecía a otros (los clientes) y se los negaba a él, que debía esconderse cada vez que un forastero pagaba los servicios sexuales. En fin, no hace falta ser muy sagaz para sospechar, desde el momento en el que aparece un asesino adicto a la suma de crímenes, que la madre tiene algo que ver en el asunto. Esta reducción del complejo de Edipo a dos renglones narrativos es muy propio de la practicidad de los yankees, cuya doctrina filosófica de cabecera es el Pragmatismo. Hollywood no es más que una vidriera de esa sociedad que se presume práctica, simple en sus explicaciones, directa en sus acciones. Tal vez esa sea una de las razones por las que un señor como Trump los tenga hipnotizados. Trump es empresario, lo que es decir un pragmático en acción. Nada de complicaciones conceptuales: los que tienen más de cien millones de dólares están de mi lado, los otros quedan fuera de los muros del club exclusivo.
Comprender el psicoanálisis lleva años de aprendizaje. Ningún Billiken ni Lerú pueden rebanar la doctrina hasta dejarla reducida a dos o tres anécdotas que sirvan para escribir libretos de películas o series negras. El psicoanálisis es mucho, muchísimo más que esa simplicidad pragmática que lo reduce a ser una caricatura como las de los cómics de los que los yankees extrajeron sus súper héroes de papel maché: Batman, Hombre Araña, Capitán América y otras paparruchadas de juegos de barajas para compadritos del bajo.
El psicoanálisis (y conste que no soy psicoanalista) significó toda una vida de estudios de un brillante neurólogo de Viena que descubrió algo más importante que ese complejo del deseo incestuoso infantil hacia los padres. Freud descubrió que nuestras conductas que parecen ser tan civilizadas son motivadas por oscuros intereses que nosotros mismos desconocemos. El Inconsciente opera desde las sombras, no nos permite conocerlo. Como los jefes de la mafia, da órdenes depravadas, disfrazado de honesto padre de familia. Freud descubrió, además, la estructura y leyes que rigen ese mecanismo inconsciente que nos manipula sin que nos demos cuenta. Y descubrió también un método de tratamiento que se basa en lago llamado transferencia: repetimos nuestras conductas infantiles sin darnos cuenta en nuestras relaciones sociales y familiares actuales. Por medio de una treta, el psicoanálisis facilita que un paciente reclame, odie, ame, deteste, sufra, desee como lo hacía desde niño con sus figuras primarias: padre y madre. El psicoanalista, por medio de técnicas que deben ser aprendidas por medio de su propio análisis, va facilitando pistas para que el mismo paciente vea lo inadecuadas que son sus respuestas actuales frente a sus jefes ya que actúan sin saberlo, como lo haría el niño frente a sus padres. Pero ese paciente ya no es un niño. Y los jefes, no son los padres. En este malentendido se basan muchas de las reacciones patológicas de nuestra vida anímica, que nos hace sufrir y distorsiona nuestras relaciones sociales, laborales, académicas. El psicoanálisis, que consiste en una doctrina teórica y en una práctica profesional, ayuda al paciente a llevar a la conciencia esos malabarismos que repite una y otra vez (tropecé de nuevo con la misma piedra…) y no hacen más que meterlo en problemas, repitiendo, como los asesinos seriales, el crimen contra sí mismo porque sacrifica lo más valioso que tenemos los seres humanos: la felicidad.
La próxima vez que la pantalla los invite a investigar asesinatos seriales, observen con un ojo la explicación final que sirve para un argumento, pero con el otro ojo sepan que esa caricatura de teoría es lo único que comprendió del psicoanálisis el libretista.
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