(Por Alejandro Bovino Maciel*) “Yo no me meto en política” es algo que habrán escuchado cientos de veces. Política es toda medida que afecta al conjunto social, desde las decisiones económicas, el valor de las tasas bancarias, el pago del alumbrado público y la máxima velocidad permitida en las calles. Todas son medidas políticas y, aunque usted no se meta, le afectan le guste o no. Si se va a decidir algo que, me guste o no, deberé obedecer, mejor será que intervenga en esa decisión de cualquier modo que la ley lo permita.
El pensador Dietrich Bonhoeffer en 1943 razonó sobre el fenómeno de la estupidez humana como un problema ético/social en medio de la brutalidad del régimen nazi de Alemania del que fue víctima y testigo lúcido. El nacionalsocialismo de Hitler fue, básicamente, un programa estúpido e irracional que por medio de un hábil aparato de propaganda mantuvo a la población alemana convencida de esa estupidez. Bonhoffer —que era, además, teólogo luterano— observó que la estupidez es mil veces peor que la maldad. Los malos (Hitler y sus jerarcas) eran relativamente pocos y actuaban bajo una idea de la que estaban convencidos: los judíos, gitanos, negros y homosexuales eran la minoría que infestaba Alemania y era necesario exterminarlos para purificar la raza aria nativa. Por supuesto, todo esto es una cadena de disparates, pero los nazis que la dirigían estaban honestamente persuadidos de que las cosas eran así, es decir, no podían percibir el mal porque en su razonamiento delirante ellos creían obrar bien para librar a su nación de la carcoma del mal.
El problema no era esta minoría desquiciada y destructiva. El verdadero problema, para Bonhoeffer, era la mayoría del pueblo alemán que creyó, por ignorancia y comodidad, esta cruzada que emprendía el poder dotado de una inmensa carga de propaganda que obnubilaba las mentes en base a la repetición y la autoridad del poder que las 24 horas machacaba con los mismos mensajes: que Alemania recuperaría la grandeza perdida tras la primera guerra mundial y el humillante Tratado de Versalles que la obligaba a indemnizar a los vencedores. Que el destino de Alemania era ser la líder de Europa. Que Alemania debía permanecerá aria, rubia y pura y que todos los semitas, negros, pardos y de raras costumbres sexuales debían ser exterminados. El poder, la propaganda y la ignorancia se suelen combinar fácilmente para convencer a los pueblos de lo que piensan dos o tres dirigentes. El pensamiento crítico, que me permite detectar errores conceptuales, suele ser individual. Raramente todo el conjunto social percibe simultáneamente la estupidez en la que están involucrados. Recuerdo vivamente cuando el señor Galtieri, pasado de copas, proclamó la toma de Malvinas. Recuerdo caravanas de autos llenando de bocinas las calles de Corrientes. Recuerdo los programas televisivos donde se instaba a los jóvenes a socorrer a la patria, uniéndose a las milicias que irían a combatir en el frente, recuerdo las campañas televisivas para recolectar ayuda económica para la guerra. Recuerdo también la humillante rendición el 14 de julio de 1982 de Mario Benjamín Menéndez. Para quienes lo recuerdan, ese fue uno de los episodios argentinos en los que la estupidez política prevaleció por sobre el sentido común. El resultado final fue de 650 muertos, 452 suicidios, 1687 heridos (muchos de ellos con mutilaciones de secuelas) 11.340 prisioneros de guerra, 47 aviones destruidos y 6 buques hundidos para la Argentina. En esta etapa porque se dan las tres condiciones para la estupidez colectiva: el poder, la propaganda y esa euforia (que quizás hasta sea legítima, yo también deseo que las Malvinas vuelvan a estar bajo soberanía argentina) que nos hace creer lo que queremos creer y anula el pensamiento crítico.
“Resistencia y sumisión” es el libro de Bonhoeffer donde figura su tesis sobre la estupidez. La estupidez no es un defecto de la inteligencia (tontería) ni tampoco una cualidad innata. Es un fenómeno ético resultante de la manipulación del poder que por medio de la propaganda anula nuestro sentido crítico y no nos deja ver que esos dogmas que nos quieren imponer van directamente a provocarnos un daño. Esa aparente pureza moral de quien dice “yo no me meto en política” facilita la difusión de planes de gobiernos disparatados que nos llevarán, como en Malvinas, al fracaso, la humillación, la pobreza y el desamparo del Estado.
*Buenos Aires, enero 2025.