Corrientes, lunes 01 de diciembre de 2025

Opinión Corrientes

Eliminar las PASO y que los partidos políticos coticen en la bolsa de valores.

22-01-2025
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(Por Francisco Tomás González Cabañas-).Tal como todo lo traumático que sucede en el campo de lo real y que por ello nos conmina a entender que el tiempo no existe como tal (el suceso que quiebra la posibilidad de conceptualizarlo, de entenderlo, nos detiene, nos instala en el shock, en el trauma, nos traslada al otro plano del cuál deberemos salir) en la instancia político-electoral de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), las mismas se recargan de análisis y conclusiones que no dejan de ser testimonios calcados, de todo aquello que nos venimos planteando, una y otra vez, con respecto a nuestra vinculación con la política:

En una suerte de relación, histérica-perversa que amenaza a reconsiderar sino transitamos caminos psicóticos, tal como fronterizos, manifestamos, todas y cada una de las reverberaciones, de lo que no queremos en lo concerniente a ese otro político. No queremos ir a esa elección que no es interna, que no es abierta, que no sabemos el sentido que sea simultánea y nos defrauda, desalienta y condiciona que sea obligatoria. Asimismo tampoco, podemos bosquejar queja razonable, pues han sido los propios políticos, de quiénes inmediatamente después de haberlos votado, los queremos botar, en su legitimidad, los que tradujeron, esta reforma política, tras el casi acabose conocido como el 2001 (cuando algunos expresaron en las calles que se vayan todos, mientras otros golpeaban cacerolas, pero no por los números de la pobreza, sino por los números del banco que llevaron el pasaje al acto, de decirle a los ahorristas la verdad de Perogrullo de que las matemáticas son sólo eso, un artilugio simbólico) de la que ahora, decimos, expresamos y sentimos que no tiene utilidad ni sentido.


Ocurre, sucede, acontece, que no podemos volver, regresar, desplegar el retorno, al plano del que nos sacó de eje, el shock. El golpe, la contundencia de los indicadores sociales, de que con lo democrático no alcanza. Sin la democracia no se puede, pero con ella aún nos falta. Esto es todo, como casi nada a la vez, que nos enreda, que nos perpetúa en un histerismo repetitivo y torturante, de reiterar todo aquello que nos lleva al mismo lugar.
Ratificamos, por inercia, con el ceño fruncido, tapándonos la nariz, haciendo uso de un mecanismo de defensa más que otra cosa y por cobardía a vivir con plenitud, el concierto de contradicciones en que nuestros políticos, juegan a la política, con reglas, supuestas y travestidas de democráticas, que no hacen más que banalizarla, que socavarla, que arrinconarla en un real-imposible.

Este podría señalarse como nuestro mal radical de la actualidad democrática. Para analizar la idea de “mal radical”, Arendt recuerda que Kant, al tratar sobre las reglas de la guerra, ya había subrayado que en una confrontación bélica, para siquiera imaginar la paz con el enemigo en un futuro, resultaba indispensable no actuar infligiendo un daño que no debía infligirse de ninguna manera. El “mal radical” es para Arendt aquel daño o injusticia que jamás debió cometerse, y sobre el que no caben el perdón, la reconciliación, la venganza ni la indiferencia. Para catalogar un acto de “mal radical”, se deben tomar en cuenta aspectos como el ejercicio perverso del poder, las circunstancias de las víctimas, los mecanismos utilizados para materializar el “mal radical”, el sufrimiento físico y emocional que ocasiona, etc. El marco conceptual que ofrece Arendt, nos parece importante, pues esta filósofa, de las mayores que tuvo el siglo XX, dio origen a una de las mejores obras escritas acerca del totalitarismo, del fascismo que le subyace, y de la aniquilación de las instituciones democráticas y de los derechos humanos que son su consecuencia (Síntesis de Antonieta Ocampo).

La democracia, procede de la misma manera. Esconde sus formas, maneras y metodologías totalitarias, en la perversidad engañosa de una aprobación, condicionada, por supuestas mayorías libres, que periódicamente, legitiman a un grupúsculo de privilegiados, que a gusto y piacere, a diestra y siniestra, demuestran la condición líquida, difuminada de las leyes, que casualmente (en este ardid centra su energía nodal lo democrático, en que las reglas de juego parezcan de dominio público, cuando en verdad lo central se escribe en tamaño micro para los pocos que cuentan con lupas para detectarlo) siempre los benefician, perjudicando, por lógica a las mayorías que votan a sus victimarios.

Pero claro, algo que se nos critica a los teóricos es que además de críticas, no bridamos propuestas, aquí las daremos, cayendo seguramente en otro ataque irracional de lo que somos víctimas, lo extenso de nuestros planteos en tiempos dónde se prefiere no leer.

Eliminadas las PASO. Posibilidad de mayor transparencia de financiación y democratización de los partidos, que los mismos coticen en las bolsas de valores.

El sistema democrático, tiene como columna vertebral a las agrupaciones de ciudadanos que en uso de las libertades existentes se vinculan entre sí, bajo un objetivo común y declaradamente no lucrativo, para ofertar, procesos de selección mediante, candidatos a la ciudadanía toda, para que se hagan del manejo , de la administración de los ejecutivos, o la representación en los poderes legislativos, tras la elección de la comunidad toda, que de esta manera, celebra un contrato tácito que se firma entre gobernantes y gobernados o representantes y representados.

En la actualidad, uno de los principales problemas que acarrea el sistema democrático y por ende de partidos, es la fuente de financiación de las campañas electorales, o el sostenimiento en general de los partidos políticos, que son los vehículos por los cuales los gobernantes, terminan llegando al poder y, más temprano que tarde, de acuerdo a las investigaciones que se realizan desde del poder judicial, casi siempre una vez que los gobernantes o investigados dejan o abandonan el poder o disminuyen en su representación, son señalados en haber devuelto, estando en funciones de gobierno, los favores recibidos a sus patrocinantes.

Esto que en términos del común y del corriente, se conoce como corrupción política, encuentra mil y un propuestas, movidas, campañas, para evitarla, contrarrestarla o enfrentarla. Sin que se realizara una investigación con métodos científicos (cómo si esto garantizara algo) lo cierto es que ninguno de los proyectos que se proponen, en cualquiera, de todas, las aldeas occidentales en donde aparece la corrupción política como problema y en frente una ciudadanía pro activa, o políticos que piensan o quieren enfrentarla, posee como sustrato, un elemento, fundamental o clave que se piense para variar, radicalmente esta problemática o el nudo gordiano, por donde se filtran las mayores e indisimulables, fallas de un sistema democrático, que como situación gravosa, reacciona, ante este socavamiento, creyendo cada vez menos en sí mismo.

Ya nadie, pertenece a un partido político por una cuestión ideológica o de convicción racional. A lo sumo, quedan románticos que pertenecen a un partido por lo que fue, por lo que significó para el aquel entonces del añorante. Ya no es novedad, que los partidos políticos, no tienen nada nuevo que ofrecer en sus bases programáticas, de gobierno o de representación. No existen partidos políticos que propongan la disolución de los mismos, el acabose de lo democrático o la salida completa del presente sistema económico o social. Por tanto, todos los partidos no plantean, nada muy diferente de lo que sus símiles o pares dicen también representar. Lo único, que atesoran, con valor simbólico, es aquella historia de antaño, cuando surgieron o cuando rescatan valores del pasado, generando con esto el síntoma más contundente de la enfermedad mortal, que se evidencia en los tiempos presentes.

El partido político en la actualidad, vale, sirve, está legitimado, es creíble por lo que fue, más no así por lo que es, y por tanto, debe mantener lo que está terminando de socavarlo. La lógica de lo partidocrático debe conservar, lo irracional y absurdo, para la actualidad; que un partido no debe constituirse o no debe defender prioritariamente el bolsillo, o la situación económica, de sus integrantes o de los que pretende gobernar o representar.

Es tan penosa y ridícula la pretensión del sistema democrático, y por ende de partidos, que pretende y exige algo así como una ley que establezca que los ciudadanos deben dejar de creer en el valor de traducción del dinero.

El sistema de partidos, exige que los ciudadanos sigan creyendo en algo que hace rato dejaron de creer; en ideas, proyectos y propuestas. Pero lo más grave, es que además de la exigencia de este imposible, se esconde, se oculta, lo más terrorífico y letal. El sistema de partidos, que tras esta base, asegura el sistema democrático, que tiene como piedra basal, el ejercicio de las libertades más básicas, en nombre de estos grandes principios, le prohíbe al ciudadano que sea parte de un partido, mediante el medio más común, más cotidiano y utilizado; el dinero.

Como si esto fuese poco (nada existe, más allá de románticos y abstractos que el sistema en general, no permita comprar mediante el valor de cambio de la plata, del billete) se conculca el principio básico y libertario de participación en la cosa pública, que se debe garantizar se realice mediante la moneda de uso común, que es ni más ni menos que el dinero.

Como siempre no faltarán los detractores, siempre interesados, que cuestionaran que quien no tenga dinero no podrá ver representados sus intereses políticos, a lo que demoledoramente debiéramos contra preguntar: ¡¿Es que acaso, bajo la modalidad actual el pobre, el que no tiene, ve realmente representado sus intereses en los partidos políticos y más luego en los gobernantes?

El problema, se centra, anida en la confianza. La confianza que es clave tanto en las tensiones del poder, que se resuelven mediante la política, como en las traducciones o intercambios que supuestamente garantizan nuestros sistemas económicos y sociales.

Como veremos a continuación, el poner en cotizar en el mercado de valores a los partidos políticos, no solo podría contribuir a transparentar la financiación de los mismos y de las campañas, sino también y por sobre todo, restaurar la confianza perdida en la política como en la economía.

Sí no ofrecemos, otro ámbito de poder que no sea el de gobierno, para el o los partidos, seguiremos en dificultades cada vez menos sostenibles. Dado que todos los partidos son, únicamente tales, en la medida que una vez que llegan se mantienen en el gobierno (es decir sostienen forzosa, condiciona y por ende corruptamente la confianza)

“La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real, exigiría un esfuerzo muy grande de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Así, es inevitable que de hecho sea el partido para sí mismo su propia finalidad... Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia” (Weil, S. “Notas sobre la supresión general de los partidos políticos". Texto incluido en los Ècrits de Londres et demières lettres . Escritos de Londres y otras cartas. Èditions Gallimard, 1957.)

Un partido político al no estar en el gobierno deja de ser tal, en la medida que lo era estando en el gobierno o en la medida que lo son los que están en el mismo. La paradoja, es que la democracia, formal, constituida, la que los eurocéntricos, críticos, llaman burguesa, y que les fuera imbricada a los que se consideran más patronímicos ideológicos, respetuosos de lo que heredaron, o que sus ancestros usurparon y que en razón de continuar esa usurpación, se adueñan de supuestas gestas libertarias, acendradas en populismos siempre estridentes, cuando no románticos y revolucionarios, plantea un sistema de partidos, múltiples, o multiplicados en la posibilidad de existencia, en lo que luego acaban o concluyen en una suerte de metástasis irredenta, una seriada réplica en serie de lo mismo, que deben, supuestamente forjarse en lo más granado de lo democrático; elecciones internas, libertad de postulación, igualdad de condiciones para participar y poco, bajo o nulo condicionamiento, de factores como la financiación de las campañas y la adquisición para la posterior distribución de recursos de dudosa procedencia y de conocida como efectiva disposición final; la compra de la voluntad del elector, la cosificación del sujeto, la conveniencia o el negocio en el que cae la política, transformada ya en baja política o politiquería, que necesita para su existencia (a la que reditúa, abiertamente a quienes se benefician de esta y que no casualmente tienen el poder de establecer que sean estas y no otras las reglas de juego) que los pobres sigan siendo tales o en su defecto no disminuyan y cuanto menos se mantengan en sus ingentes cantidades.

Esto mismo es lo que debemos invertirlo, en caso de que pretendamos resolverlo. Debemos atender todo lo que nos pasa desapercibido, y poner lo que consideramos, hasta malo o vano, y llevarlo de secundario o principal.

La manera, el camino, la senda, más atinada y propicia, es que los partidos tengan, abiertamente en el mercado de valores, una primera disputa o tensión, en donde se resuelva, algo que en la actualidad se esconde; la forma, la manera, las cantidades y los aportantes en calidad de patrocinadores, que dejarán en claro, a que van sus integrantes y sus integraciones. De esta manera, el partido no solamente tendrá como posibilidad de existencia real “la toma del estado” y por ende el imposible renunciamiento a apartarse del mismo y contribuir con ello, a la alternancia como principio democrático, sino también un orbitar en un campo en donde no actúa, o en donde el mercado, lo termina tomando al gobernante, en la soledad del poder y no disputando con el partido, como se propone, una tensión entre pares, que retroalimente la confianza, política y económica.

Finalmente y lo más importante, sí realmente se pretende fortalecer al sistema democrático, que plantea el sistema de partidos, se debe ofrecer lo que más interesa de un tiempo a esta parte a los ciudadanos; que en todas y cada una de las transacciones, intercambios o traducciones, el resultante sea un número, una cifra, antes que un concepto, que una idea o que una palabra. Que esto, a muy pocos, nos pueda resultar (en base a una petulancia importante) nocivo para la humanidad, debiera resultar no solo harina de otro costal, sino una observación sin incidencias para una realidad política que debe estar más consustanciada con el día a día de los ciudadanos que integran la misma.

Por Francisco Tomás González Cabañas-