(Por Alejandro Bovino Maciel). Este siglo XXI arrancó con la paulatina y creciente orfandad hacia el ejercicio crítico racional de la política. La política es el único instrumento que nos permite la convivencia social. La progresiva banalización vino de la mano de la inclusión de personajes del mundo del espectáculo, de la farándula, cómicos, actores de películas de clase B (como el inolvidable Ronald Reagan) funámbulos y músicos que tomaron esta figura norteña de Reagan como santo tutelar y atrás vinieron Arnold Schwarzenegger, Bono, Ilona Staller, Toni Cantó, Clint Easwood, Glenda Jackson, Volodimir Selenski, y por nuestros pagos Nito Artaza, el Midachi del Sel, y hasta Susana Giménez que se vio tentada durante el menemato, aunque finalmente desistió.
Esto nos plantea una pregunta crucial. ¿Son aptos para ejercer algún cargo o magistratura estos delegados del varieté? El pluralismo democrático exige que todos los sectores de la sociedad estén representados en la política. La farándula forma parte de la sociedad, ergo, no debería (y no hay) impedimento para su integración en el cuerpo político.
La alarma se dispara cuando detectamos que hay personas, dentro de las cámaras, que carecen de la mínima formación para la elaboración y tratamiento de los diversos proyectos de leyes. Especialmente carenciados son aquellos provenientes de las redes (los influencers). Los vemos en los medios expresando disparates y esto despierta la duda del ciudadano común que escucha, sorprendido, declaraciones desatinadas en boca de un legislador o funcionario que pone a la vista su crasa ignorancia. ¿Es que acaso en nombre del pluralismo debemos admitir a tirios y troyanos sin distinción? ¿Acaso el mundo de las empresas (que funciona como modelo platónico del capitalismo actual) también admite a cualquiera como gerente de producción, independientemente de su capacidad y formación? ¿Acaso el Estado, que es la empresa suprema de una nación, debe sacrificar su enorme responsabilidad en nombre del pluralismo y la tolerancia?
La aptitud para el desempeño de un cargo o trabajo se exige urbi et orbe sin que nadie se sienta discriminado o soslayado si no cumple con un mínimo de requisitos para ese desempeño.
Hemos visto estragos en manos de personas que no están capacitadas para cumplir funciones tan delicadas como la dirección de un Estado. El señor Zelenski, por ejemplo, metió a Ucrania en una feroz guerra que está lejos de terminar y ha producido destrucción, muerte, sufrimiento y dolor por todo el territorio. Todos los dedos de Occidente señalan a Putin, pero quien celebraba que los países de la OTAN pusieran misiles apuntando en las puertas de Rusia, no fue Putin. Fue el cómico ucraniano Volodimir Zelenski que ahora, desesperado, al ver que los dineros prometidos no llegan, no sabe cómo terminar el conflicto que él mismo desató.
Ese es uno de los resultados del mundo del espectáculo metido en el riñón del Estado.
www.alejandrobovinomaciel.webador.es
--
