(Por Alejandro Bovino Maciel). Breves consideraciones sobre Un libro secreto, de Augusto Abelenda. Sorpresas nos da la vida. Suelo pensar (in péctore, ya que tengo miles de amigas/os escritores a quienes me disgustaría ofender) que no se llega a ser un escritor cabal hasta tanto el autor juegue con la imaginación. Las narraciones pomposas y formales pertenecen a esa rama de la literatura sufrida que inauguró F. Dostoievski. Nada tengo contra el género presidido por ese titán, pero desde el siglo XIX la literatura también jugó con la imaginación y Lewis Carroll no me desmiente.
Este nuevo libro de cuentos de Augusto Abelenda hace que las historias amenas que va contando (Don Israel, La yerra de entonces, El paí Juan) reconfiguren un pasado que, si bien no todo recuerdo se refiere al pasado, la imaginación puede ser tan buena compañera de ese regreso como lo es la memoria.
Quiero detenerme en el primer cuento: “Una yarará en el camino” porque es el que deconstruye el discurso narrativo en las puertas del libro.
Primero, el título miente. La yarará pasa de largo y no tiene la menor relevancia en ese relato. Segundo, el autor juega a escribir una historia pequeña con minuciosos detalles de marca y modelo de productos que va exponiendo y al final no sabe cómo cerrar convincentemente su argumento. Ensaya dos o tres finales diferentes y en ese devanarse los sesos, tropieza con las últimas palabras (que dan cierre al cuento) y ya no es solo Augusto Abelenda quien escribe, son las letras y las palabras las que lo atrapan y ese juego de renglones y gramática se convierte en el “detrás de la escena” de la escritura. Resulta maravilloso ponerse a jugar con el autor. Porque el texto incita a eso, a jugar con el encanto de unir/desunir letras y frases. Entramos en la ficción sin darnos cuenta y salimos ilesos.
En Loreto Chico el autor es desmentido por otros personajes, dicen que si fue así o asá, y estas declaraciones exteriores convierte a la narración en un campo de batalla verbal que producen el efecto de la incredulidad del lector en base a las convicciones ambiguas del texto. Hasta que, ahíto de discusiones, (¿quién te va a creer?) el autor nos dice: “comienzo de nuevo” y ya sin interrupciones nos ofrece literatura que es la parienta más pobre de la verdad. Y ahí arranca la historia de don Patricio Mc Kellen de Loreto. De nuevo es la cuarentena el contexto, como así también en Manuel de la Capea y Jorge, el Gitano. Hay un cuasi policial en Un secreto y mucho de buena comida y bebidas de marcas prestigiosas. Hay vida por donde se mire, hay tanta vida en estos cuentos de Augusto Abelenda, que podemos mirar a la muerte de soslayo mientras leemos. No nos perturbará.
Porque, cuando un autor se propone sacarnos del mundo que nos rodea para enviarnos a vivir con desconocidos, el milagro de contar, que nació allá en las cavernas del paleolítico, sigue vigente como en aquellos ojos asombrados que a la luz del fuego, en aquellas noches, en una cueva lúgubre, olvidaban que al salir el sol debían enfrentar de nuevo el desafío de mantenerse vivos. Pero mientras la palabra los mantenía unidos, sabían que ya no era un solo quien lucharía, que eran una sociedad, y ese sentimiento que latía en las palabras con las que se comunicaban, les aseguraba la protección.
Eso es narrar, para mí.
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