(Por Alejandro Bovino Maciel) Como una burla, el Gobierno ratificó que vetaría la Ley de financiamiento educativo después de las multitudinarias marchas que expresaron enfáticamente la defensa de la educación pública universitaria.
La masiva marcha concentró, en Buenos Aires, todos los sectores: jubilados, profesionales que pasaron por la universidad pública y no lo olvidan, estudiantes de todos los ciclos, clase media (en vías de extinción) clases altas, y hasta pobladores de asentamientos precarios, todos cerraron filas en defensa del presupuesto para las universidades. Todos sabemos que la salida de la trampa reside en la educación que es absolutamente imprescindible. Radicales, izquierdistas, cambiemitas, y de partidos ya casi desaparecidos; todos, absolutamente todos sin banderas distintivas estuvimos en la marcha del 2 de octubre. En Córdoba la manifestación fue arrolladora: el centro de Córdoba se llenó de pacíficos manifestantes. El pueblo, en todas sus escalas se hizo presente.
Sin otro argumento que la protección ciega del equilibrio fiscal esta comandita de improvisados que llevan adelante las políticas públicas desde el Ejecutivo se obstinan en ignorar que esto constituye un primer plebiscito que no aprueba las medidas del Gobierno.
La conducta del Presidente está plagada de caprichos, berrinches, irresponsabilidad y desprecio. Tiene las actitudes de un adolescente consentido que no admite otra cosa que su voluntad y a la menor contradicción estalla insultando y denigrando ad-hominem, es decir desacreditando a la persona, no debatiendo ideas que es el modo de generar consenso. Todo es tan irracional y berreta que nos obliga a preguntarnos ¿qué hicimos los argentinos al entronizar a un sujeto que habla con perros muertos?
Todo es muy incierto y el panorama económico no ayuda. No se ve la “luz al final del túnel” que aseguraba la señora Michetti con su jergonafasia casi inentendible. Otro experimento similar al que ya vivimos pero con mayor cordura por parte del señor Macri.
Mr. Milei detesta el Banco Central (donde fracasó al postularse como becario) y a la universidad pública (donde también fracasó al intentar ingresar). Conociendo sus reacciones infantiles bien podemos conjeturar que odia aquello que no pudo alcanzar, como revancha.
Como la fábula de la zorra y las uvas. Pero esta conducta vulpina no es aceptable en un Estado de derecho.
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