“Aunque no se dé cuenta, el que no va a votar inclina la cancha a favor del que tiene las palancas del Estado para repartir bienes”-Carlos Pagni
( Por Jorge Eduardo Simonetti). Si yo digo que la abstención forma parte de la esencia del sistema democrático, muchos pensarían: “¿qué está diciendo este hombre, por dios?, si es precisamente lo opuesto a la participación”.
Si, es parcialmente cierto el hipotético pensamiento del lector, abstenerse es no participar y no participar es quitarle el cuerpo al sistema político que mejor ha compuesto la relación entre los gobernados y los gobernantes. En la Grecia clásica, se llamaba “idiota” a los que no participaban en las cuestiones públicas. En 2018 he escrito todo un ensayo sociológico en referencia a la cuestión: “Crítica de la razón idiota”.
Desde otro ángulo, sin embargo, abstenerse es un derecho inalienable de un sistema que se construye desde la base de la voluntad libremente expresada de sus componentes, los ciudadanos. Es una forma de opinar y de participar, es un instrumento que conlleva, generalmente, una queja contra el funcionamiento de las instituciones democráticas y un llamado de atención a sus operadores, los políticos.
Es cierto, existe la llamada abstención pasiva o sociológica, provocada por la falta de interés en la política o en la elección, o simplemente por una cuestión de comodidad. Y, además, está la abstención activa o ideológica, que es un acto de rechazo a la legitimidad del sistema político.
Nuestra historia es rica en manifestaciones de abstencionismo ideológico, el “que se vayan todos” de 2001 no fue sino una manera de resistencia pasiva contra un estado de cosas que derivó en una crisis de credibilidad generalizado, y casi inédito diría.
Sin embargo, la abstención es un derecho en los países de voto voluntario, o un hecho de protesta en los de voto obligatorio (en los que el ciudadano corre con el riesgo de una sanción del Estado por su omisión). En el primer caso, como lógica consecuencia de su voluntariedad, los porcentajes de abstención suelen ser más elevados que en los del segundo.
La prueba palpable de que el abstencionismo forma parte de la propia naturaleza de la democracia, es que en las naciones con sistemas abiertos y de libertad consolidada, siempre existen elevadas porciones de ciudadanos que no van a votar. Todo lo contrario sucede en lugares con regímenes autoritarios. En éstos últimos, la no participación se considera como una expresión pública de oposición, y el miedo a la represión es muy grande.
El clientelismo recargado que existe en un Estado populista, significa un efecto de “cancha inclinada” en los comicios, en favor del oficialismo.
Dentro del contexto autocrático, encontramos regímenes basados en una supermovilización de masas, como los constituidos por el nacionalsocialismo alemán o el socialismo de la Unión Soviética y la Europa del Este, o los nacionalismos africanos y asiáticos en los momentos posteriores a la independencia, con niveles de participación superiores al 99%.
En países sólidamente democráticos, los niveles varían, pero siempre son importantes los porcentajes de abstención, obviamente mayores en los de voto obligatorio. Dos naciones de sólida tradición democrática, como son Suiza y los Estados Unidos, tienen los mayores niveles de abstención.
La pregunta es: ¿qué sucede en la Argentina de 2023, en la que los porcentajes de abstención han aumentado significativamente? ¿Es ideológica la abstención o sociológica? ¿Tiene un contenido de protesta o simplemente de comodidad? Hay que decir, en principio, que un poco y un poco, pero es el segundo poco el que ha crecido sustancialmente, el poco de una queja contra el funcionamiento del sistema político hoy vigente.
Nuestro país representa una mezcla rara entre obligatoriedad del voto y alto abstencionismo. Una especie de rebeldía contra el sistema, una contradicción entre el estado de derecho y el hartazgo con una clase dirigente a la que se considera corrupta y falta de respuestas, una hendidura abierta entre gobernantes y gobernados.
Pero, en todo caso, nuestra democracia es “ficta”, un término que utilizamos asiduamente en derecho, que significa que la omisión de la expresión de voluntad no es inocua, tiene un efecto jurídico.
Así es con nuestra omisión de voto, el sistema sigue funcionando y los poderes se conforman de acuerdo a los porcentajes de los votos afirmativos. La distribución de las bancas legislativas se realizan conforme a los números que suministran los votantes efectivos, también los que determinan el triunfo en primera vuelta o la necesidad de recurrir a una segunda en el caso de la elección presidencial.
Así que, temo decirles a los que no van a votar por una forma de protesta ideológica o política, que con su conducta omisiva están llevando agua para algún molino político, es como si estuvieran haciéndolo por algún sector.
El pero-kirchnerismo maneja el Estado nacional y las mayorías de las provincias. El que no vota, debe saber que vota por defecto al candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa.
No es inocua la abstención, los poderes se conforman de manera distinta conforme sean sólo los votos válidos, porque matemáticamente los abstencionistas restan a la base de cálculo.
Y si no votar no produce la inocuidad de la conducta, tampoco, hay que decirlo, es expresión de neutralidad, de equidistancia con todas las expresiones políticas. En el campo del hecho sociopolítico, las conductas, por más inocentes que parezcan, siempre suman a un lado y restan al otro.
Es cierto, el alto abstencionismo que se está advirtiendo en las elecciones realizadas durante este año, está significando un hecho político e institucional preocupante para la democracia, la falta de legitimidad y el déficit de representatividad que hoy tenemos en la Argentina.
Esa consecuencia que se manifiesta, si se quiere de manera abstracta, como falla progresiva del sistema, tiene además una deriva concreta en los resultados electorales, porque beneficia a un sector que tiene nombre y apellido, que es el de los que manejan los resortes del Estado.
En nuestro país, como también en otras partes del mundo, el aparato clientelar no deja de tener importancia a la hora de contar los votos. La “clientela”, lograda a través del reparto de bienes, planes sociales, jubilaciones, ayudas varias, es la que se ve constreñida a ir a votar, y es la que sube a los medios de movilidad que le suministra el “puntero” para acercarlos a las escuelas.
Los oficialismos, en el sentido expresado, juegan con el efecto de “cancha inclinada”, ya que disponen de los recursos materiales y psicológicos, para inducir el voto. El “aparato” es un jugador decisivo a la hora de las definiciones electorales.
Entonces, si la gente no va a votar por decisión propia, está favoreciendo a los que tienen la capacidad económica y psicológica para llevar mansamente a sus “clientes” a hacerlo, que son los que manejan el Estado.
En la Argentina del año 2023, con la gente desencantada de la política, Unión por la Patria maneja los resortes del Estado nacional y el de la mayoría de las provincias, por lo que su capacidad de movilización es muy superior a la de sus contendientes.
No cabe duda, entonces, que cada abstención es un voto por el candidato del oficialismo: Sergio Massa.