Corrientes, viernes 26 de abril de 2024

Opinión Corrientes

Que el desencanto no nos lleve al precipicio

08-05-2023
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“La democracia no es consenso, es la administración de los disensos”.-Julio María Sanguinetti, expresidente del Uruguay

(Por Jorge Eduardo Simonetti).El desencanto con la política y los políticos parece una cuestión muy latinoamericana, por lo menos es lo que opina el expresidente uruguayo Sanguinetti. Obviamente que ello trae consecuencias en el comportamiento del electorado, que pierde perspectiva y generalmente busca una salida disruptiva, el candidato que rompa con todo lo anterior, el antisistema.

Pasó en Chile, donde el líder de las revueltas estudiantiles, Gabriel Boric, fue elegido presidente y hoy el desengaño hace carne en sus votantes y la nueva constitución promovida por su gobierno fue rechazada.

Otro tanto sucedió con Bolsonaro en Brasil, y con Trump en EE.UU. Ambos fracturaron los comportamientos democráticos, provocando graves disturbios ante la derrota electoral y negándose a participar en la entrega del poder. Copia fiel del comportamiento de Cristina en 2015.

Aun cuando creo que el descreimiento en la política no es monopolio de nuestro subcontinente, cierto es que en sociedades de bajo nivel democrático, la tendencia general es, a falta de botas y armas, creer en la magia de hombres providenciales que, con propuestas rupturistas, nos crean un mundo novelesco.

En la Argentina estamos en un año electoral y un cambio de gobierno. La situación socioeconómica no puede ser peor y la imagen de los políticos tampoco. Parados en el punto exacto de la disyuntiva, como nunca antes comienzan a crecer de manera alarmante alternativas que mucho tienen que ver con el hartazgo y poco con la razón.


Antes que nada, es conveniente declarar que no somos inocentes, los votantes no somos inocentes de las consecuencias de nuestro voto, es la esencia de la democracia. Es cierto, no somos responsables, porque no ejercemos el poder, pero no podemos desentendernos absolutamente de las secuelas de nuestras opciones electorales.

En lo personal, soy alérgico a los “ultrismos”, no me agradan los fanáticos, los detesto, tanto en el desenvolvimiento social cuanto en el gobierno. Son la semilla de los dogmatismos disolventes y de las grietas inconducentes. Y a pesar de que, como desarrollo en mi libro La Neoizquierda (2019), desde la caída de la Unón de las Repúblicas Socialistas Soviéticas se ha sepultado la díada izquierda/derecha, utilizando el lenguaje común digo que las soluciones no vienen de la mano de la “ultraizquierda” ni de la “ultraderecha”.

Todo esta larga introducción tiene que ver con el tema que quiero tratar, el crecimiento en intención de voto de Javier Milei, sobre todo entre los jóvenes, un político que puede ser catalogado de “ultraderecha”.

Es cierto, no es propiamente Javier Milei, es el “concepto Milei” que, como diría la periodista Karina Mariani, “es una representación antropomórfica del hartazgo social”.

El análisis que deseo formular no apunta a desentrañar sus propuestas políticas y económicas para la Argentina que viene. Antes bien pretendo ingresar al corazón de su coherencia moral, independientemente de la viabilidad de sus ideas en función de gobierno.

El desgreñado personaje es un duro contendor de lo que llama “la casta”, es decir los políticos tradicionales. Vale decir que él mismo ha entrado en esa categoría, a pesar de que quiera sacarse el sayo. Es más, desde las cuestiones más nimias hasta las más trascendentes, cada paso que da es un hito que deja plantado en su sendero de incoherencias.

Como diputado en ejercicio, no deja de hacer cada una de las cosas por las que detestamos a los legisladores. Asistió a menos de la mitad de las sesiones, utiliza los pasajes gratuitos que da la Cámara para viajar por el país dando sus charlas “pagadas”, con un estúpido pretexto que desestima la inteligencia de la gente: “Si no usas esos pasajes, el dinero le vuelve a la casta”.

Su partido está entre las agrupaciones que no han rendido en tiempo y forma los recursos que le confiere el Estado para el funcionamiento y gastos de campaña, tampoco se tiene idea clara de sus fuentes de financiamiento.

Como autor de libros y artículos periodísticos, ha sido acusado reiteradamente, con pruebas contundentes, de “plagiador serial”, incorpora párrafos completos de otros autores como propios, sin siquiera parafrasearlos o entrecomillarlos. Ante una pregunta de Viviana Canosa en la Feria del Libro 2022, sobre los seis trabajos que habría plagiado en su libro “Pandenomics”, sorprendido el “gran copión” contestó: “bueno, digamos, o sea”.

Esas defecciones éticas, u otras como su antirepublicano comportamiento al denunciar a periodistas que lo critican y pedirles resarcimiento económico, son nada comparadas con algunas posiciones que son de extrema gravedad.

Se autodefine como “minarquista de corto plazo y anarcocapitalista de largo”. ¿Qué significa? En ambos casos, antiestatista. En el primero, un estado reducido a las funciones de seguridad y justicia.

En el segundo, como siguiente etapa, la desaparición del Estado, situación que debería darse cuando la tecnología lo permita. Una posición ideológica, respetable como cualquiera.

Sin embargo, no es respetable lo que de ello deriva. Uno de los autores preferidos de Milei es Murray Newton Rothbard, un economista estadounidense que creó el Partido Libertario, que promueve las ideas del anarcocapitalismo y el anarcoindividualismo.

Entre otras ideas de dicho autor, además de promover la privatización de la educación, la salud, la seguridad, que deberían ser cumplidas por corporaciones empresariales, es partidario de la libre compraventa de órganos humanos, la licitud del trabajo infantil, la compraventa de niños, la libre portación de armas.

Y no es que Milei adhiera solo a su teoría, sino que las promueve en sus opiniones como precandidato presidencial. La compraventa de órganos “es un mercado más”, afirmó el libertario, “más armas menos delitos” para promover la libre portación, consideró como válida la discusión filosófica acerca de la venta de niños, aunque, aclaró por las dudas, “si tuviera un hijo no lo vendería”.

La cuestión estriba no ya en la ideología, a cada cual con la suya, sino en la crucial instancia de establecer los límites de la moralidad humana, de los derechos de las personas, de los muros infranqueables de la vida en sociedad.

Pensar en una Argentina dónde las supermercados vendan armas, donde rija el principio de la oferta y la demanda para comprar órganos humanos (entre el pobre necesitado y el pudiente que hace la mejor oferta), donde se someta al debate público la posibilidad de comercialización de niños, es pensar en la Argentina de Milei presidente.¿Dónde está el límite? Parecería que en ninguna parte, a estar por la locura de las propuestas. Que Milei haya bajado el tono de sus opiniones, para “no perder votos”, no significa que el liberautoritario haya desistido.

Hay una responsabilidad indelegable en la ciudadanía, no solo discernir entre las propuestas viables y los cantos de sirena, sino en decidir si dejarán entrar a las ideas monstruosas vestidas de magia.

Votar, vota cualquiera. Hitler llegó al poder a través de las urnas. El asunto es elegir.