Corrientes, miercoles 24 de abril de 2024

Opinión Corrientes

Las puertas del señor Fernández

14-02-2023
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Si es o se hace, es la gran incógnita para los argentinos. Si es, padece sociopatía, una patología mental que impide el discernimiento entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Si se hace, es un problema moral, porque se desinteresa de las consecuencias de sus actitudes. En cualquier caso, Fernández es un especialista en escapar de la realidad por las puertitas de los baños, cual López en la caricatura.
Las puertas del señor Fernández



( Por Jorge Simonetti) .“Cuando el mundo real se le hace intolerable, López utiliza como escapatoria su imaginación, mediante la cual viaja a un mundo alterno e interior, al que accede simplemente por la puerta de cualquier baño”- “Las puertitas del señor López”, historieta fantástica argentina

López es un empleado de oficina, que vive atormentado por sus jefes, sus vecinos, sus compañeros y su gruñona esposa. Cuando el mundo real se le vuelve intolerable, crea uno imaginario al cual escapa por las puertas de cualquier baño. Es la historieta creada por el dibujante Carlos Altuna y el guionista Carlos Trillo, luego llevada al cine.

¿Y qué tiene que ver con Fernández? Nada y mucho. López es un personaje de ficción que muestra a un hombre común que quiere escapar de su realidad por intermedio de la fantasía. Alberto Fernández no es un hombre común, es el presidente, es una persona de la realidad de este país, aunque por momentos parezca un personaje de ficción.

No tiene una esposa acosadora como López, sí una vicepresidenta del mismo estilo que lo enloquece, su trabajo no es el de oficina, sino el de presidente de un país, los personajes de su historieta son su jefa política, sus “compañeros” políticos, los ciudadanos. Y, tal como el personaje de Trillo/Altuna, continuamente parece encontrar una puertita por la cual escapar a la realidad que le toca vivir.

Es que sus decisiones, comportamientos, discursos y declaraciones, dejaron de ser hechos anecdóticos que movieran a la risa burlona o al meme oportuno, se han constituido en la constante de un gobernante, el más alto del país, que desde hace ya tiempo ha dejado de gobernar y se dedica a profundizar su práctica fantasiosa mientras el barco que debe conducir se desliza en aguas tormentosas sin el timonel.

Tiene una mancha en el carácter que, si grave para cualquier persona, es inadmisible para quien debería conducir los destinos de una nación: su doble moral, sus conceptos contradictorios, la adaptabilidad de sus posiciones al momento y al auditorio, y no a un básico código de conducta que nos impone un mínimo de coherencia.

No resiste un solo archivo, no hay cosa que haya dicho y que luego se decantara por la contraria. Sus demoledoras críticas de antaño a su mentora se convirtieron en melosas loas luego, el homicidio de Nisman en suicidio, su apoyo al funcionamiento judicial en furibundas críticas y pedido de juicio político a la Corte.

En estricta función de gobierno, los papelones se suceden unos a otros y son casi imposible de recordar por completo. Desde conceptos racistas como “los mexicanos que salieron de los indios y los brasileños de la selva” o “el presidente boliviano que se parece a los bolivianos”, hasta definiciones pseudotécnicas como que “el calor mata al virus” o “la inflación es autoconstruida”, pasando por posiciones morales inadmisibles como “el mérito no es importante” o “no hay ningún tipo penal en la Argentina que castigue” el vacunatorio VIP.

Botones bastan de muestra para conocer la personalidad del Presidente, o la falta de ella si tenemos en cuenta que no tuvo siquiera el tino de disimular su poder agujereado como un queso: “Gobierno con los que puedo”, o con lo que me dejan, completaría yo.

Si tuviera la oportunidad de cruzarme con el presidente Alberto Fernández, le regalaría un ejemplar de mi libro “Crítica de la Razón Idiota” (2018), con perdón de la autorreferencialidad. Estoy seguro de que en él se reconocería como el “idiota moderno”. Y no es un insulto ni un menoscabo a la investidura presidencial, sino la cruda descripción de una tipología de la personalidad.

Es lo opuesto a la visión socrática de la vida, es la actitud del “sabelotodo” contra la posición filosófica del “sólo sé que no sé nada”. Cree, contra toda lógica, que con sus discursos incoherentes crea realidad, cuando son apenas puertitas para escapar de ella.

Nunca tuvo la visión globalizada de la sociedad que necesariamente debe tener el presidente de un país, siempre creyó que su misión es gobernar para los suyos, sus amigos, sus compañeros, y como tal sus acciones se dirigieron a la minoría seguidora. Hasta un presidente de un club del ascenso sabe que debe administrar para todos los socios, no Fernández.

La carencia de objetividad es una falla grave del carácter de una persona, en cualquier actividad, en cualquier función. Ver la vida a través de una hendija, nos coloca en la trinchera maniquea de la manipulación adversarial, donde los buenos están siempre del lado de quien tiene el dedo en el gatillo.

Sus idas y vueltas, sus opiniones cambiantes, muestran a una persona que no sabe diferenciar la verdad de la mentira, o, lo que es peor, no le importa siempre y cuando lo favorezca en sus intenciones. Es como para preguntarse ¿es o se hace?

El primer comportamiento sería un trastorno de la personalidad antisocial, aquello que llamamos sociopatía, una patología mental en la cual una persona no demuestra discernimiento entre el bien y el mal e ignora los derechos y sentimientos de los demás.

El segundo es un problema moral. Sabe diferenciar el bien del mal, la verdad de la mentira, pero no le importa, se desinteresa de los resultados y de las consecuencias que su accionar disvalioso puede generar en otras personas.

En cualquier caso, patología de la mente o comportamiento inmoral, la sociedad está siendo víctima de un personaje que circula a los bandazos en su gestión, sin que se pueda visualizar un remedio más que esperar el 10 de diciembre de 2023.

Es más, tan a contrapelo de la realidad se encuentra Fernández, que cree o simula creer que puede ir por su reelección, circunstancia que ningún habitante de nuestro país en su sano juicio puede siquiera imaginar, pertenezca o no a su palo político.

La falta absoluta de autocrítica en realidad no es sólo del Presidente, es la marca en el orillo de quienes hoy se encuentran en el medio del mar agarrados a la tabla salvavidas de un gobierno que se hunde. Pero es cosa de todos los días.

Fernández nos engañó a todos, menos a Cristina. Cuando fue designado como candidato y luego ganó la presidencia, escribí que desde la lapicera iba a construir su propio poder que neutralizara la influencia de su mentora. Me equivoqué de medio a medio. No sólo no lo hizo, sino que demostró una personalidad débil que, antes que gobernar con Cristina, lo hace para agradar a Cristina.

Y, quienes explican que la vicepresidenta no supo elegir a sus candidatos, a estar a sus resultados con Boudou y Fernández, con el diario del lunes sabemos que es todo lo contrario. Sí que sabe, porque eligió a quienes de ningún modo pueden eclipsar su liderazgo.

Fernández sigue escapando de la realidad caliente por las puertitas de los baños, tal cual López. Los ciudadanos no podemos hacer lo mismo.