Corrientes, viernes 26 de abril de 2024

Opinión Corrientes

Periodismo, la otra pata de una sociedad democrática

08-02-2023
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“Si tuviera que decidir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo último”-Thomas Jefferson

(Por Jorge Eduardo Simonetti),Desde esta columna hemos tratado persistentemente el tema de la Justicia. Lo seguiremos haciendo, es que forma parte esencial de una sociedad democrática. La otra pata básica del sistema es el periodismo, a través de la libertad de expresión y la libertad de prensa. De ello, nos hemos ocupado menos.

Pareciera que en nuestro país y en nuestra provincia existe un grado de libertad periodística suficiente, que haría innecesario la recurrencia en el análisis. Con ser ello parcialmente cierto, es precisamente la difusión pública la que puede corregir esos desfasajes que persisten, que no se presentan manifiestos, pero que son igual de peligrosos como cortapisas democráticos.

 América Latina (América Central y del Sur) es el peor lugar para el ejercicio de la profesión periodística en el mundo. ¡Sí, como escuchó! El Instituto Reuters para el estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford ha dicho que “el sitio más mortífero para los periodistas no es una zona de guerra sino América Latina”.

Los asesinatos de periodistas en la región en 2022 estuvieron entre 30 y 42. Encarcelamientos y medidas represivas varias están a la orden del día en dictaduras como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua, pero también en regímenes autocráticos como los de México, El Salvador, Guatemala, Costa Rica y, hasta hace poco, el Brasil de Bolsonaro.

¿Cómo es posible que no teniendo el continente zona de guerra activa, el ejercicio de la profesión periodística sea tan peligrosa?, se pregunta Gretel Khan, la autora del trabajo del Instituto Reuters. La respuesta es preocupante: “existen una amplia gama de libertad de expresión e instituciones democráticas, pero éstas no se comprometen finalmente a la hora de defender los principios”.

Y en Argentina ¿cómo andamos? Según el informe de la organización internacional Reporteros sin Fronteras, en 2022 Argentina se encuentra en el puesto 29 en el ranking de la libertad de prensa entre 180 países. Una buena, pero veamos.

 En nuestro país, los denominados delitos de opinión, como calumnias, injurias y desacato fueron eliminados del Código Penal, la preservación de las fuentes y el secreto profesional están ampliamente protegidos por la ley, no está prevista la censura directa. Estamos, normativamente, a la altura de los estándares internacionales en la materia.

Primero, destaquemos que la vigencia efectiva de una libertad depende menos del gobierno que de la sociedad, porque si bien existen normas constitucionales y legales que protegen ampliamente al periodismo por caso, el verdadero logro es colectivo, está en internalizar que su violación tenga baja tolerancia en la sociedad.

Sin embargo, es sin dudas más difícil detectar y combatir la censura indirecta, que se ejerce a través de mecanismos larvados que no fluyen manifiestos en el conocimiento público.

En el mismo reporte del organismo mencionado, se destacan algunas cuestiones que obstaculizan el pleno ejercicio de la libertad periodística.

Entre ellos, la menguada pluralidad informativa por la concentración de medios en pocas manos, dónde se generan una cantidad de intereses cruzados con negocios lucrativos en otras áreas, como las de telecomunicaciones, la obra y los servicios públicos. Aquí hay una contracara: con medios débiles, su cooptación por el poder es más fácil.

Otra cuestión que altera la libertad del periodista, es la precariedad laboral y económica en medio de la cual ejercen su profesión.

Pero sin dudas que el ámbito en el cual si libra el principal combate entre la censura indirecta y la libertad del periodista, es en el de las provincias, en los “emiratos subnacionales” como los di en llamar en mi libro “Las zonas oscuras de la democracia” (2020).

No en vano en la mayoría de las provincias la alternancia política es un insumo escaso. Es que las elecciones, si bien en lo formal constituyen un dechado democrático, en lo real el gobierno juega con el efecto “cancha inclinada”, por el decisivo peso del estado en la sociedad. Por ello, se repiten gobernantes y/o signos políticos por años y años.

Esa circunstancia tiene mucho que ver con la labor periodística. La acotada actividad económica privada que se registra en gran parte de las provincias, se referencian con un gran actor, que es el estado, que reparte premios y castigos. En tal sentido, lo dice el informe de Reporteros sin Fronteras, “la publicidad oficial suele ejercer una presión contraria a la libertad de expresión”. Es lo que denominamos “la pauta”, ese aporte permanente de dinero público hacia los medios, que les permite subsistir.

 Es un modo, como es lógico suponer, de ejercitar una censura. Obviamente, quién hable mal del gobierno se despide de la pauta publicitaria. La desproporción con la publicidad privada es sideral.

 Nace allí una de las peores violencias morales sobre el periodista y también, en algunos casos, sobre el medio: la autocensura, no decir lo que se opina en verdad por miedo a ofender a alguien y verse privado del aporte público.

La actitud de autocensura inhibe la creatividad, la productividad, la imaginación. La libertad emocional se consigue con la posibilidad de la libre expresión, más aún cuando ello es la materia de la actividad profesional, la del periodista.

Existe otro elemento que se destruye a través de la autocensura: la educación y la cultura de un pueblo. Sin debate no hay progreso en las ideas y sin ellas tenemos a un pueblo inculto, campo orégano para los autoritarismos.

“Nada hay más importante que se garantice la libertad de expresar todo lo que le dé la gana al opinante” dice Alberto Benegas Linch (h), para agregar que “sin libertad de prensa el embrutecimiento es la norma que -además de otras barrabasadas- es precisamente lo que ocurre en los regímenes totalitarios”.

 Del modo expuesto, queda claro que son los mecanismos silentes, sutiles, indirectos, aquéllos que atacan igualmente a la libertad de prensa, pero que, a la vez, muchos más difíciles de detectar y combatir.

Muchas veces los ciudadanos creemos que todo marcha sobre rieles, que vivimos en jurisdicciones casi celestiales, sin disonancias conceptuales, una verdadera “cacofonía” periodística que impide apreciar la pluralidad de la sinfonía. Y lo peor es que nos acostumbramos a ello.

La solución no es sencilla, los lazos invisibles que nos atan al subdesarrollo, a la incultura, al desprecio por la pluralidad, al discurso hegemónico, a la adoración del todopoderoso/a, a veces nos pueden resultar más cómodos, pero, a la larga, resultan muy costosos en términos de educación, vida digna y fundamentalmente libertad.

Dice Horacio Verbitsky que “periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y por lo tanto molestar”.

Difícil, porque ni el mismo Verbitsky actúa de acuerdo con su concepto, pero indispensable si queremos vivir en una sociedad democrática.