(Por Facundo Sagardoy para momarandu.com) La Celebración Mundial de Chamamé que se vive hasta este domingo en el Anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola anunció este sábado su fin ante miles de personas de pié en honor a las artes folclóricas.
Entre composiciones típicas y grandes maestros como Tilo Escobar, a partir de este día comienza a darse por culminado el gran encuentro que ha reunido oficialmente a más de medio millar de artistas, tres centenares de ellos músicos, en este énclave de tradición.
Por ante última vez, por casi diez horas, el cielo se abrió para que se eleven los cantos de los señores del chamamé y sus voces se alcen en honor a los hábitos, las prácticas y las costumbres de esta comunidad global con origen en Corrientes, enraizada en la boscosa mesopotamia américana.
Maestros y pupilos, padres e hijos, anfitriones e invitados, bailarines y parteneres, recitadores y divinidades ahí, han dado prueba de la vigencia de su identidad, con ánimos renovados para conservarla y transmitirla con acento en sus creencias, cultos y lenguas.
Hasta aquí ha llegado esta maravillosa oportunidad para deconstruir y reconstruir con riguroso análisis el estudio musical sobre quiénes son los pueblos del litoral, sobre cuál es su espiritualidad y cuáles sus símbolos, sus mitos y sus ascendencias, para desentrañar las preguntas sobre las cuales deben ser asociadas a su pasado, su presente y su futuro.
Esta noche ha sido una nueva demostración de la aproximación que este arte expresa al hacer que el interior de su acervo se comunique separando en ello todo lo que impide su apertura hacia el exterior. Este es el desafío global: un pedestal desde el que los pueblos originarios y gauchos y criollos podrán vertir su materialidad e inmaterialidad intelectiva hacia todo el mundo.
Esta noche se abre, además, con un presagio, una intución, un conocimiento de las cosas futuras, que preludia el reverdecimiento de la época dorada que este género gozó a mediados del siglo pasado: la posibilidad de que su insignia halle un sitio de contemplación en el célebre teatro de ópera Colón, por un acuerdo entre la Provincia de Corrientes y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Esta vez, no obstante, ya no será en el eje del estallido de la industria fonográfica, ni de los medios masivos de comunicación, si no en el siglo de la era digital, de las plataformas transversales que conectan a miles de millones de personas en todas partes del globo terraqueo, otro peldaño que deberá sortear el ascenso infinito que el futuro prepara para estas formas tradicionales.
Mañana será el día de la gran despedida. Hasta entonces llegará la maravillosa singularidad de este patrimonio cultural que se ha vuelto como el himno de Ñamandu, junto al amor, la divinidad y el lenguaje humano, ñandy pohã de su estirpe creadora.
Se apagarán lentamente las peñas y las pistas que todos los pueblos de Corrientes, en mayor o menor medida, principalmente junto a la Fiesta Grande, se han inaugurado para recibir a miles de personas, solo para volver a abrirse dentro de algunos días más para el paso de los corsos que en estas fechas descubren otro aspecto fundamental en la cultura de Corrientes: su sabiduría creadora.
Estos son los días de los sapucay más largos y profundos, de los últimos acordes y danzas, de los vientos fuertes que trasladan a las voces santas que siguen cantando hasta estallar el júbilo por doquier, del arrullo de los poemas y de los recitados que son espejo de todo lo bueno y de todo lo que ha vencido al mal.