Corrientes, viernes 26 de abril de 2024

Cultura Corrientes
ANFITEATRO MARIO DEL TRÁNSITO COCOMAROLA

Voces, fuelles y composiciones sin par elevan el chamamé al cielo en la Fiesta Grande

17-01-2023
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(Por Facundo Sagardoy para momarandu.com) Hoy no solo se ha vivido una gran celebración al canto, sino también a la belleza con que el chamamé se ha cultivado en todas las tierras donde ya ha dado frutos maduros para este nuevo siglo.

Los cantos y las composiciones de los jóvenes se asemejan cada vez más en profundidad a las grandes obras de los padres que sostuvieron el legado ancestral y campesino de este arte folclórico en los tiempos del surgimiento de las pequeñas y de las grandes ciudades.

Los pueblos del litoral, corazón sudamericano, hunden las manos en un acervo ya casi infinito de genialidad, que devuelve a estre género un futuro milenario.

La luz del pasado vuelve al presente en composiciones que convierten al chamamé en un prisma y a sus intérpretes en el movimiento sin pausa que expande a su universo sonoro más allá de la admiración, directamente hacia el rostro de miles y ya casi millones de personas conectadas con ellos en todo el mundo.

Las lenguas de la conquista cantan a la raíz ancestral, algunas de ellas aún reverdecen el énclave jesuítico, mientras los pueblos que cantan bajo la lluvia poco a poco asoman sobre el escenario.

Guaraníes e inmigrantes son representados casi simultáneamente, en formas sublimes y mundanas, en ritos que los asemejan en la distancia del tiempo atravezados por la maravillosa interpretación de los cielos, de la tierra y de todos los seres que han sido creados en ellos.



La flora, la fauna y las costumbres de los pueblos ribereños, son exhibidos en la obra musical, en la obra escénica, en la obra visual y en la obra textil que despliegan.

No es necesario describirlos, solo nombrarlos basta para oir del pueblo arrojado a la vorágine de este tunel inteligible un sapucay también en honor al rugido del yaguareté y a la complicidad de las aves blancas y rojas anidando entre palmeras y cañaverales, y a los hombres y mujeres que han sabido hacer del estero su alimento.

Los gauchos y las chinas bailan entre la gente de la ciudad, y urbe se diluye. No hay propiedades que caractericen la suntuosidad de esta mezcla.



Unos abrazados a otros, por allí, bajo la mirada atenta del (Chango) Spasiuk a sus invitados, celebran un banquete de sonidos con enérgica pasión bordando con el canto de sus instrumentos los límites de su alma.

Las personas caminan apuradas para buscar sus asientos al terminar cada danza, pero vuelven a brincar bailarines antes de poder hacerlo, con movimientos esculpidos por la elegancia que imprime este arte a su paso.

Aquí todos son bailarines, dicen en Corrientes, tierra de poetas y de grandes maestros.

Aquí la música no tiene fin, porque jamás se supo, y no se sabrá, como ha sido el principio de todo esto.

ADIOS AL VELO DE LUTO

Este es mi hogar, este es mi origen, se oye decir entre pequeños intérpretes abordados por los periodistas admirados por la virtuosidad con que el folclore del litoral emerge en el canto de las voces inmaduras, en pequeñas criaturas brillantes como lo es la sencillez con que cambian las estaciones.

En este movimiento perpetuo de apasible cariño por todo lo que aquí existe también hay espacio para voces robustas, acaudaladas, potentes, que articulan el aire a sus anchas y palpitan como un tambor de guerra en dirección hacia el horizonte.

Estas voces inundan la plaza de color y sumergen al pueblo en la gracia de una suerte de renovación y fulminan la pena que han dejado las ausencias que aún visten, en parte, de luto, a este género tradicional y costumbrista.



Algo desordenadas, pero desbordantes de simpatía, sus intérpretes dejan silencios y animan al canto, algunas veces con la fortuna de oír una voz en la noche que atravieza a un puñado y luego a cientos de personas abriéndose paso hacia el escenario.

El chamamé, en sí, es un homenaje a todos ellos.

Así lo dicen los maestros.

Este año, mientras la Fiesta Grande clama por un mundo nuevo, también forma un paradigma propio, localista y nacionalista, global, ancestral, conservador y futurista.

Las artes escéncias han dejado a las cuatro paredes del teatro detrás y saltado a los cielos con acrobacia, los acordeonistas, encabezados por Tarragó Ros, se abrazan al pueblo ignorando por un instante, en segundo plano, la íntima relación de su manos con las cajas armónicas, y los guitarristas y contrabajistas alargado las bases sin punteado para abrir una puerta a la voz de la plaza.

No es posible hoy decir que haya habido una canción que todos hayan estado esperando. No hubo himnos, aunque las voces fueran solemnes, ni hits o cortes sumamente divulgados, que hayan empañado el canto de las historias de quienes las viven con la sapiente humildad de agradecer el regalo bendito de tener otro día para cantarlas con cada mañana.