(Por Facundo Sagardoy para momarandu.com) La Virgen, la doma, el recuerdo, la luz de la luna, de las mañanas, de las aguas brillantes en Iberá enamoran al público en un abrazo chamamecero durante la segunda gala folclórica que vive la Fiesta Grande en el Anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola.
El escenario vuelve a abrirse en Corrientes a un canto que eleva este refugio soñado para el arte y las tradiciones autóctonas hasta los confines de la imaginación, con la fiesta grande como epicentro de un encuentro de músicos, bailarines y compositores que abraza al país y al mundo.
Cantos en al menos tres lenguas, sin contar la infinidad de lenguajes artísticos acuñados para expresar la maravillosa complejidad que el tiempo ha forjado sobre esta tierra, canción tras canción, forman un rosario de rezos que culminan con voces celestes vibrando dentro de esta plaza abierta al pueblo noche tras noche.
Más de doscientos cincuenta artistas de todas partes de la Argentina, de Paraguay, de Uruguay, de Brasil y Bolivia, entre otros países cercanos a la Provincia de Corrientes, se abren una vez más a un canto único en honor a la memoria de sus más grandes compositores y maestros.
En camino a ello, otras cientos de miles de voces los acompañan desde el pasado, en recuerdo a todo aquel que dio su vida en alabanza al coraje de quien que defiende a la cultura de su tierra y alimenta su ñanderekó con aquello que la madre naturaleza da a sus hijos e hijas amados, sin derramar lágrimas y siempre abierta a la transformación y al cambio.
A paso sereno la plaza comienza a vivir su canto. Por aquí han iniciado las conversaciones que interpretan el futuro desde la raíz, por allí un breve repaso de los seres animados que pueblan los esteros, las cañadas, los barrancos, los pastizales y la profundidad de los ríos, lagunas y arroyos, por allí también las pasiones del suelo rico, del pueblo pobre y del fruto prohibido.
A paso sentido se mueven los pies vestidos de alpargata, "papito papá, papito papá", hasta el cierre del sarandeo y del floreo en el preludio de la dicha del reencuentro, en un abrazo que se renueva valseado, con el pecho al frente, erguido y una tímida mirada cómplice de bendición y alegría.
A paso firme, la progresión de las escalas que mueve el aire que atraviesa a los fuelles, la agilidad con que vibran las cuerdas de las guitarras y con que azotan el compás los bajos y las percusiones, construyen la cadencia sonora que ilustra sobre y bajo el escenario a la nación chamamecera arrojada a la elegancia multicolor con que ilumina su escencia.
Los gritos escandalosos de la guerra terminan aquí en carcajadas y en el vértigo de una invitación a la sencillez de una danza que transparenta el movimiento del alma.
LOS DE AHORA SON LOS DE ANTES
La segunda gala de la fiesta recibió sobre el escenario a Ofelia Leiva, a Ernesto Méndez, a Gabriel Cocomarola, a Marcia Muller, a la Orquesta Folklórica de Corrientes, a Nestor Lo y los Caminantes, a Paquito Aranda, a Desiderio Souza de Brasil, al Ballet Oficial, que interpretó los cuadros “Campeones del mundo” y “Como agua entre los dedos”, a la bailarina Lourdes Sánchez, y muchos otros. Este domingo, será el turno de Teresa Parodi, Amandayé, Coquimarola, Emiliano Cardozo, Hacha Leiva, Jorgelina Espíndola y Nendivei, entre otros.
Padres, madres, hijos, primos, tíos, hermanos se sientan de una punta a la otra en las butacas de cemento para oír a un artista tras otro cantar a su tierra.
Al igual que durante la primera noche, en esta, los homenajes cubren de cálidos detalles la conversación implícita que los cantores entablan con el pueblo arrojado al júbilo a solo unos metros más abajo. Canciones como remanzos emergen del silencio contemplativo la figuración del campo. Las maravillas que de esta tierra brotan alimentadas por los antiguos cantos bajo la lluvia refrescan a su recuerdo mientras la urbe reúne con amor y dolor a sus pérdidas y esperanzas.
La extinción de las especies, la voracidad del fuego que cubre a los suelos agrietados, el desarraigo, la pobreza, la impunidad, diluyen el romancero añorado. La palabra empeñada asoma como un puño apretado contra el cielo, y se abre como un corazón que palpita la sobrevivencia de la exhuberante mesopotamia americana.
La cultura folcórica devuelve en metáforas las épicas deportivas del seleccionado nacional de fútbol coronado campeón del mundo con los colores celeste y blanco envueltos en el ballet oficial de danzas contemporáneas.
Una cascada de emociones despeña en la voz de Ofelia Leiva al recordar a Rosendo y en los fuelles y el rostro de Gabriel Cocomarola, a su abuelo y maestro eterno, Mario del Tránsito Cocomarola. La humanidad se posa humilde sobre el arte tradicional para dar a la transmisión oral un nuevo arcoíris de anécdotas que concluya en el sueño de un futuro hermanado a la libertad y a la Madre Tierra.
Y entre todo aquello, los grandes son los de ahora. Hoy, de nuevo, los de antes, presentes en este presente, recuerdan el camino trazado por un canto que se envuelve de sabiduría, cultura y ciencia. Ya no solo la inspiración celeste de la mística mítica clama por la erradicación de las prácticas carentes de benevolencia. Un clamor por mayor diversidad, igualdad y equidad recorre la composición que abrevia el cancionero dedicado a la obra del hombre.