Corrientes, sábado 20 de abril de 2024

Opinión Corrientes

La inercia del precipicio ,por Jorge Eduardo Simonetti

01-11-2022
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“La economía es la ciencia social que encuentra su fundamento en la interacción entre la escasez de recursos y las necesidades ilimitadas de los seres humanos”.

El conflicto es el dato central de la política y la política es el dato central de la democracia. Habrá conflicto “mientras haya seres humanos que piensen que merecen algo y no lo tienen”, según la genial definición de Juan Carlos Monedero.

Allí está el punto de toque entre la política y la economía, precisamente en el conflicto que se genera a raíz de que, según la ciencia económica, los recursos materiales son limitados y las necesidades y deseos humanos no tienen límites.

Por ello es que decimos que la economía está subordinada a la política, porque la tarea fundamental de ésta es administrar el conflicto. Sin conflicto no hay política, sin escasez no se precisa de la ciencia económica.

La escasez es el problema fundamental de la economía, una distribución justa de recursos escasos es su objeto. El tironeo de legítimos intereses de personas y sectores por una porción de la torta, debe ser administrado a partir de las prioridades que se generan en un contexto social y ético determinado.

Cuando hablamos de economía tendemos a pensar que es una cuestión de números exclusivamente, y vaya que no, es todo lo contrario, es la más inexacta de las ciencias, es la disciplina en la que casi nunca dos más dos es cuatro. Por ello es por lo que está dentro de las ciencias sociales y no de las ciencias duras como las matemáticas.

No temo sentenciar que la Argentina debe ser el ejemplo más contundente del carácter social de la ciencia económica. Nuestra historia ha implantado en la sociedad una serie de comportamientos que influyen, y muchas veces fatalmente determinan los resultados de las políticas que se instrumentan.

El fracaso o el éxito de las medidas de gobierno ya no están consagrados necesariamente por la calidad de las políticas económicas, sino por el grado de internalización de estas en la sociedad.

No hay medida posible que desaliente el ahorro en dólares cuando tenemos una larga historia de desvalorización de la moneda propia.

Me disculpo de antemano con los lectores por algún error en que pudiera incurrir en los conceptos técnicos, es que no soy economista y muchas veces pienso que ni ellos mismos entienden del todo el funcionamiento de la economía en un país como la Argentina.

Es que, más que de números, complicadas elucubraciones técnicas y elaboradas fórmulas, para instrumentar un plan económico lo primero que hay que atender es a la historia de nuestro país y fundamentalmente a los sentimientos y expectativas de la sociedad. Y uno de esos componentes sociales es el grado de credibilidad que los gobernantes y sus planes generan en el conjunto. Sin credibilidad, no hay poder que pueda encauzar la crisis.

Es más, un ejemplo actual, que es de otro país, nos da cuenta de que el mundo se argentinizó. Liz “la breve” Truss no duró cuarenta y cinco días en el cargo de primera ministro de Inglaterra porque su plan económico no tuvo credibilidad. Bajar impuestos y aumentar gastos fue visto por el mercado como un camino inviable y Truss perdió toda credibilidad y debió renunciar.

El sistema parlamentario inglés permitió reemplazarla con el multimillonario Rishi Sunak, de origen indio. El sistema presidencialista argentino no permite que en nuestro país se tenga una salida similar. Aguantar para que se cumplan los plazos, es la manda constitucional.

Un camino intermedio adoptó el oficialismo. Vaciar de todo poder al presidente, que en realidad ya poco tenía, y reemplazarlo de facto por un experto manejador de la máquina de humo: Sergio Massa.

A poco de caminar, el tigrense demostró que su plan no llega sino hasta dónde alcanza la mirada cortoplacista de la sociedad argentina. El plan “siga, siga” (tal como lo denominaron los banqueros), le permite hasta ahora que las variables económicas no se desboquen del todo, pero ninguna solución de fondo a la vista.

La multiplicidad de los tipos de cambio, la restricción a la salida de dólares por importaciones (incluyendo insumos básicos para la industria), y el pateo de la deuda, posibilitan mantener un nivel de reservas mínimo y la inflación sin caer en el desborde de la hiper.

Pero ¿cuánto tiempo podemos aguantar gastando muy por encima de nuestras posibilidades? El déficit fiscal, que es el resultado negativo entre ingresos y egresos del Estado, no ha tenido un cambio significativo a la baja, por lo que la necesidad de financiamiento sigue presente, con la maquinita de fabricar billetes generando inflación.

Pero ello no es todo, a una base monetaria de más de 4 billones de pesos en circulación, se le agrega lo que se llama el déficit cuasi fiscal, que consiste en absorber el circulante a través de papeles emitidos por el Banco Central (leliqs, etc.). Parece chino, pero no lo es, porque ese déficit cuasi fiscal duplica al fiscal, es decir hay deuda emitida en papeles por más del doble del circulante, aproximadamente 8 billones de pesos.

Es por ello por lo que nuestro país tiene los problemas que tiene, un gasto público descomunal, un altísimo nivel de presión fiscal impositiva, y un déficit de funcionamiento que no hace más que agravar día a día el complicado panorama.

Las preguntas serían dos: ¿quién le pone el cascabel al gato? y ¿quién está políticamente en condiciones de ponérselo? Voluntad para hacer lo que hay que hacer y suficiente poder para hacerlo.

Este gobierno está políticamente acabado, carece de credibilidad, el poder se diluye en la tripartición, y las fuerzas internas encontradas no le permiten instrumentar una voluntad de cambio y, menos aún, tener la suficiente enjundia para llevarlo a cabo en una sociedad acostumbrada al subsidio. Ello a pesar de la tolerancia de los grupos de presión, como sindicalistas y piqueteros, y una relativa mayoría legislativa, que se la hacen más fácil de lo que le harían a la oposición política.

Si hacer la plancha o el “siga, siga” parece ser la metodología gubernamental para llegar a fines de 2023, lo que aparentemente vendrá, que pareciera ser el gobierno de la oposición política, ¿tendrá el suficiente poder para sanear la economía?

La sensación de la gente, lo dicen las encuestas, es que esto no mejorará sustancialmente en lo que resta del mandato de Fernández. Si a ello le agregamos que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional es “paga el que sigue”, veremos que el panorama argentino no es muy halagüeño.

Una fenomenal devaluación pende sobre nuestras cabezas, con su secuela de pobreza y desazón. Si las tensiones siguen en aumento, en esta gigantesca olla a presión que parece ser la Argentina, no parece haber actores con el suficiente poder para cambiar la inercia de la caída al vacío.