Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Opinión Corrientes

La credibilidad del pastorcillo

22-09-2022
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“Nadie cree a un mentiroso, ni siquiera cuando dice la verdad”-Moraleja de la fábula de Esopo, “El pastorcillo mentiroso”.

(Por Jorge Eduardo Simonetti).La credibilidad tal vez sea el atributo más importante para la política. Un ciudadano, un partido político, un grupo de élite deben construir credibilidad para acceder al gobierno. De eso se trata la democracia, de creer en alguien, o en algo, independientemente de la realidad de los hechos.

Obviamente que, ya en funciones, la gobernabilidad se adquiere por intermedio de la credibilidad. No se trata, exclusivamente, de jugar con los términos antinómicos de verdad-mentira, que responden a los parámetros de los datos reales puros y duros, sino de aquello que se adquiere con los lazos invisibles de la coherencia y la transparencia. No es lo que es, sino lo que la gente cree que es, independientemente de que lo sea o no.

Sin embargo, esa aparente contradicción entre hechos y creencias no es tal en la medida que las creencias tienen una indudable base de verdades fácticas. Es lo que llamaríamos confianza, que es la capacidad de ser creído. Yo creo en tal o en cual, porque siempre dijo la verdad, entonces el mensaje que recibo de él ahora, aun cuando no puedo comprobar su veracidad, es creído por mí porque tengo confianza en el emisor.

Concretamente, para que exista credibilidad debe haber detrás una historia de coherencia del emisor, que genere confianza en el destinatario.

En el otro extremo se ubica quien carga en sus espaldas con una historia de mentiras, medias verdades, ocultamientos, contradicciones, incoherencias. Ese emisor ha construido “desconfianza”, por lo que, también independientemente de que se su mensaje sea verdadero, no es creído.


Es la fábula del pastorcillo mentiroso atribuida a Esopo. Tantas veces mintió sobre la llegada del lobo, que cuando el lobo realmente apareció, nadie le creyó.

Este gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner nos ha anunciado permanentemente la llegada del lobo, y nunca el lobo estaba, lo hacían para asustarnos. Hoy, en que aparentemente el lobo ha llegado, nadie le cree.

A esta altura del mandato, creo que el presidente de la Nación, mal que nos pese, se ha constituido en prototipo del gobernante sin credibilidad. No son solo sus mentiras, sus contradicciones, sus vueltas de campana, es también la convicción de que el propio presidente tiene que sus palabras construyen realidades y que, por tanto, las mentiras que dice se vuelven verdades por el solo hecho de que él las pronuncie. Patológico.

Y para cerrar el círculo pernicioso de sus mentiras, es portador de una gran subestimación para con la sociedad argentina, a la que, evidentemente, considera lo suficientemente ingenua como para tragarse sus “albertadas”.

Otro tanto sucede con su jefa política, que ha sumido al país en una suerte de telaraña de ficciones que giran en torno a la suerte judicial de ella misma, la vicepresidenta. Nada más existe, nada más vale, nada más es real.

 Ese “cristinocentrismo” nos envuelve a todos e impide que dirijamos la mirada a los verdaderos problemas del país. Y cuando parecía que se terminaban los cartuchos de salva, y la caliente realidad de los hechos se hacía presente, un impensado suceso sacude el escenario y nos vuelve a meter, como de la oreja, al mundo ficcionado de la misma.

Evidentemente, un atentado contra la segunda autoridad formal del país, y la primera real, nos debe sacudir hasta los cimientos. Las investigaciones dadas a conocer hasta ahora indican que un minúsculo grupo de vendedores de copos de algodón, pergeñaron un plan para asesinar a Cristina, que por esas cosas del destino no se produjo, afortunadamente.

El hecho fue tan conmocionante, tan decisivamente peligroso, que pudo, no solo haber cobrado la vida de una autoridad altísima de la Nación, sino probablemente habernos sumido en un estado de caos casi inmanejable.

Sin embargo, regresando a lo que analizábamos sobre la credibilidad, nadie cree en las conclusiones que hasta ahora se realizan en ámbitos judiciales y policiales. Ni las declaraciones de Sabag Montiel y de Brenda Uliarte y otros, ni las pericias de sus teléfonos, ni los mensajes intercambiados sobre el atentado, ni lo que reflejan las filmaciones de las cámara, han logrado imponer el convencimiento en la sociedad de que se trata realmente de un intento de magnicidio.

De conformidad a las numerosas encuestas realizadas, mencionamos en este caso a la de la consultora de Giacobbe, el 17,5 % consideró que el ataque “fue organizado por la oposición”, el 15,9 % que “es obra de un loco suelto” y el 65,1 % que se trató de “un montaje del kirchnerismo”.

Podríamos decir que la gente cree lo que le indican sus propios sesgos, sin importarle aquello que se ha podido comprobar hasta ahora. Sí, pero sin dudas que esa desconfianza nace, no de la parcialidad de la grieta, sino de la conducta de un gobierno que ha mentido repetidamente y que se ha ganado el mote de “pastorcillo mentiroso”.

No creo ocioso recordar que durante la presidencia de Cristina Kirchner el país vivió en medio de la “mentira institucionalizada”. El órgano estadístico del gobierno, el Indec, se encargó mes a mes, año a año, de distorsionar las cifras, sumiendo a la nación no solo en un proceso de desprestigio mundial sino trasladando las consecuencias de la mentira a la vida diaria de los argentinos.

No olvido lo sucedido con la muerte del Alberto Nisman, que ha tendido un manto de sospecha sobre el gobierno de Cristina, sobre la suerte final del fiscal Amia. Es un ancla de desconfianza que jamás se levantará si no se resuelve definitivamente el caso.

Entonces, con toda la novela de el “lawfare”, la invisibilización de los verdaderos problemas argentinos como la inflación, la pobreza, la inseguridad, tapados por marchas, actos, pronunciamientos públicos, discursos, en defensa de Cristina enjuiciada, el escepticismo es el gran protagonista ante un intento de homicidio que pareciera salir como conejo de la galera cuando ya todo el resto parece fracasar.

Paradójicamente, el atentado no ha movido casi la aguja de las mediciones del gobierno y de Cristina. Esta, antes y después del atentado, tiene más del 70 % de imagen negativa, y parecería claro que ni una hipotética confesión de Sabag Montiel la podría cambiar.

El tremendo atentado de Atocha en España en 2004, tres días antes de los comicios generales en ese país, cambió el resultado electoral, contra todo pronóstico provocó el triunfo del Partido Socialista Obrero Español por sobre el Partido Popular, este favorito en las encuestas.


Probablemente, si los hechos conmocionantes tienen la capacidad de determinar cambios en los comportamientos sociales, el atentado contra Cristina no parece ser el caso, y en ello tiene mucho que ver la falta de credibilidad del oficialismo, que debe cargar para los próximos comicios con años y años de sembrar el desconcierto y la mentira.

Una deseable reconstitución de la confianza llevará tiempo, cambio de actores y una prolongada conducta coherente.