
Desde el día que el Fiscal Luciani expresó su alegato y pidió doce años de
prisión para Cristina Kirchner empezó una escalada de violencia alentada casi
exclusivamente por ella y sus seguidores, muchos de ellos también con causas
abiertas y/o sin poder justificar su patrimonio.
Primero, la actual vicepresidente, habló desde su despacho en el Senado. Sus
palabras resumieron un mensaje: “todos son ladrones, ¿por qué debería pagar
solo yo?”. Se quejó también de por qué no le permitieron defenderse, omitiendo
que cuando debía hacerlo, en forma despectiva y soberbia contestó a la justicia
que no iba a responder “nada”, que a ella la juzgaría “la historia”.
Al día siguiente, vimos y escuchamos a un Presidente cada día más
deshilachado, manifestando impunemente que el fiscal Nisman se suicidó y, en
una clara amenaza, diciendo: “espero que Luciani no se suicide igual que
Nisman”. Bochornoso, violento.
Empezaron las parrillas y los barras bravas en las veredas del departamento
de Cristina. Una lluvia de viernes hizo que se fueran. A fin de evitar cualquier
riesgo para los vecinos del Barrio (incluida la vicepresidente) el gobierno de
CABA decidió poner vallas para controlar adecuadamente que ningún
inadaptado ingrese a esa esquina. Violentamente, Máximo Kirchner y otros
funcionarios y militantes tumbaron las vallas e hirieron a doce policías de la
Ciudad de Buenos Aires. Esa noche la funcionaria procesada, salió en un
escenario montado al efecto y agradeció el “apoyo del pueblo”. Apoyo, ¿a qué,
a quién? A la postura de la Vicepresidente de no ser juzgada, de no exponerse
a la justicia, como debemos hacerlo cualquiera de nosotros, cualquier ciudadano.
Después vino la decisión del Juez Gallardo, quien “ordenó” a la policía de la
Ciudad de Buenos Aires retirarse del lugar. La policía Federal, hoy al mando de
Aníbal Fernández sería la encargada de dar seguridad a la privilegiada
vicepresidente (que tiene además cien custodios pagados por todos nosotros) y
también, supuestamente, a los vecinos de esa zona.
Evidentemente no lo consiguieron.
¿Son inoperantes? ¿Son cómplices? No lo sabemos. Lo determinará la
justicia. Pero lo que sí sabemos es que son “responsables”.
Pasado el hecho, en Cadena Nacional, el Presidente, en vez de hacer un
llamado a todos los argentinos, llamar a la paz y la no violencia, colaborar con la
justicia y poner en disponibilidad a los funcionarios que no estuvieron a la altura
de las circunstancias; salió a culpar “a los medios, la oposición y la justicia” y
para completar el lamentable espectáculo decretó “Feriado Nacional”.
Sinceramente (hasta esa palabra, está devaluada), me involucré en política
por vocación de servicio. Tuve muchas satisfacciones, casi todas como
Intendente y también muchas frustraciones, pero nunca estuve en una situación
como la actual. No me resigno a avalar esta locura solo para ser políticamente
correcta, para que no me tilden de “violenta o antidemocrática”. No lo soy.
Violencia es todo lo que vivimos y fomentó el kirchnerismo estos últimos días
y si observamos con atención durante muchos años. Antidemocrático es
pretender no acatar la justicia, violencia es negarse a explicar los miles de
millones que tienen muchos funcionarios obtenidos por corrupción, violencia es
no luchar de verdad para disminuir la pobreza, mejorar la educación y hacer que
cada uno sea premiado por su talento y su esfuerzo. Violencia es saquear al que
trabaja, casi diariamente.
No me resigno a la Argentina de pocos privilegiados, de matones, de “vivos y
cancheros” y menos me resigno a ser parte de los tibios que no se le animan.
Quiero expresar que no somos todos lo mismo.
Estoy convencida que se sale adelante con verdad, justicia, coraje y firmeza.
Nunca con hipocresía, tibieza y corrupción.
Ingrid J