Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Opinión Corrientes

El infierno tan temido

09-08-2022
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“Si la tocan a Cristina, qué kilombo se va a armar” -La Cámpora

( Por Jorge Eduardo Simonetti). Finalmente, los hechos comienzan a encolumnarse para ingresar en el estrecho sendero de las definiciones. El lunes primero de agosto ha continuado el primer juicio oral por corrupción contra Cristina Kirchner, en la causa conocida como “Vialidad Nacional”, que había comenzado en 2016 y estuvo paralizado durante seis años hasta que la Corte resolvió rechazar recursos interpuestos por la defensa.


A esta altura, de más está decir que la expresidenta tiene un gran temor por los juicios orales, tanto que movió cielo y tierra para no llegar a ellos. A través de tecnicismos pesudojurídicos, fue sobreseída en las causas “Dólar futuro”, Amia y Hotesur-Los Sauces, aunque todavía no existen fallos definitivos. Es que, en el mecanismo oral y público, la fiscalía tiene la oportunidad de exponer públicamente las acusaciones y sobre todo las pruebas de los delitos.

Para no llegar a esas incómodas instancias, que permiten a la ciudadanía advertir la profundidad de la acusación y la calidad de las pruebas, se recurrió a todo tipo de operaciones para, como se dice en el tablón, “embarrar la cancha”.

Una característica es común en todas las causas que involucran a Cristina y sus laderos. Se optó por desechar la defensa técnica, que hubiera supuesto buenos abogados penalistas (dinero no le faltaría para obtener los mejores), contraargumentos y pruebas destinadas a demostrar la supuesta inconsistencia de la acusación. Es lo que hace cualquier imputado de un delito que cree en su inocencia.

Sin embargo, en lugar de defenderse puntualmente de cada imputación, en todas las causas hizo lo mismo: presentarse como perseguida política. Eligió abogados mediocres pero mediáticos, como Dalbón o el secretario de Justicia, Soria, presentando estrategias que la hicieran ver como víctima de un gran complot político-judicial.


En ello consistieron los operativos “Lawfare” y “Puff”. En el primero, una creación retórica que solo pudo echar raíces entre sus seguidores, pretendió presentar a todos los que militan el “progresismo” del populismo latinoamericano, como los mártires de la gran conspiración neoliberal. Entonces, Cristina es lo mismo que Lula, Correa o Morales.

El segundo, la operación “Puff”, fue una maniobra urdida con el juez amigo de Dolores, Molina Pico, con la que se intentó mezclar los componentes políticos, judiciales y periodísticos, para meter a todos en el mismo barro penal. Así, Macri, el fiscal Stornelli y el periodista Santoro, debieron declarar ante el juez. Sin embargo, no tardó mucho en desenredarse la madeja y la acusación fue desechada.

Mientras tanto, recuperado el gobierno a través de Alberto Fernández, se presionó sobre la Justicia con distintos mecanismos institucionales, entre ellos el Consejo de la Magistratura, para lograr que “jueces amigos” se hicieran cargo de las causas.

Un gran obstáculo fue la Corte que, sin prisa pero sin pausa, fue dejando hitos de independencia en el marco de su competencia. Se intentó por diversas vías su desestabilización, ya sea con los insultos del subsecretario de Justicia, Soria, en una audiencia con los cortesanos hasta con actos y marchas pidiendo la renuncia de sus integrantes.


El tiempo fue pasando y, a pesar de la impaciencia de los ciudadanos, los hechos se fueron encadenando, no todos en un mismo sentido. A algunos sospechosos sobreseimientos, como los de Hotesur-Los Sauces, le siguieron los rechazos de los recursos de la defensa y la continuidad del juicio oral en “Vialidad Nacional”.

Es que la grieta fue generando sectores no neutrales, unos que reclamaban linchamiento, otros impunidad, pocos justicia. La labor de los jueces es atenerse a las pruebas y a los procedimientos legales y constitucionales. La independencia judicial, tema que he tratado largamente en mi libro “Justicia y poder en tiempos de cólera” (2015), supone muchas veces la incomprensión de los sectores en pugna.

Me permito transcribir un par de párrafos de la obra citada: “La Justicia no funcionará como tal si no contamos con jueces libres: libres de sus pasiones, de sus miedos, de sus vanidades, de sus ambiciones, de los cacicazgos políticos. La independencia es un aditamento de la libertad, no la libertad misma. Esa libertad puede anidar solamente en la mente y el corazón de cada magistrado, de cada fiscal, de cada funcionario, porque amar la propia libertad es el tributo mayor que un integrante de la administración de justicia puede hacer al sistema y a la comunidad justiciable” (pág. 116).

El fiscal Diego Luciani, que actúa por la acusación en la Causa Vialidad Nacional, es un paradigma de la Justicia que pretendemos. Había arrancado como “pinche”, cosía expedientes y al mediodía el juez lo mandaba a comprar matambrito al verdeo, que degustaba con su secretario.

Esa misma persona, luego fiscal de juicio, fue capaz de frenar al presidente de la Nación con un “no me falte el respeto” cuando Alberto Fernández prestó declaración testimonial en esta misma causa. Fue Luciani el que logró la condena contra los importadores de efedrina, o la de Armando Gostanián por peculado, o la del exjuez federal Carlos Liporace por “coima”, o la de Romina Picolotti por uso de fondos públicos en su beneficio.

Acompañado del fiscal Sergio Mola, está formulando la acusación contra Cristina Kirchner, por asociación ilícita, direccionamiento de la obra pública, sobreprecios, en decenas de obras en Santa Cruz. Calificó al matrimonio Kirchner como generadores de “una de las matrices de corrupción más extraordinarias que lamentable y tristemente se hayan desarrollado en el país”.

Luciani tiene enfrente a quien mayor concentración de poder obtuvo en la Argentina del siglo XXI, a quien desde el pedestal de su soberbia fue capaz de decirle a los jueces que las preguntas deberían hacérselas ellos y que a ella “la absolvió la historia”. Pero el “pinche” no se amilana y formula un alegato contundente, cuyas pruebas serán difíciles de cuestionar por sus contendores.

Mientras tanto, cuando el poder se diluye en un gobierno al garete, Cristina parece estar al borde de un ataque de nervios. No le queda otra que articular la movilización de los propios, aunque ya no en la calle, sino a través de aguachentas versiones tuiteras.

Abonando la nueva modalidad de defensa, La Cámpora difundió un video amenazante, mediante el cual replicaba una movilización de 2016 en la que advertía: “Si la tocan a Cristina, qué kilombo se va a armar”. Hay que ver en los hechos, temo que los jóvenes camporistas están más acostumbrados a los sillones del mando y las cajas generosas que a las protestas callejeras.

De cualquier modo, no son tiempos fáciles para el cristinismo. Permitir que Sergio Massa tomara el mando, con una parafernalia más propia del menemismo noventista que del albertismo, da cuenta de la preocupación de que los hechos decanten en una derrota electoral y, lo que es peor, en condenas penales.

Ya no son “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, de Almodóvar, las que intuyen un futuro oscuro. Es todo un sistema que está entrando en su ocaso, como presintiendo la llegada del “Infierno tan temido”. Hay que ver.