Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Opinión Corrientes

¿Cuándo perdimos la capacidad de soñar?

04-08-2022
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“¿Quién dijo que la gente que no sueña tiene razón?”.-Shimon Peres

( Por Jorge Eduardo  Simonetti). Qué vale la vida sin los sueños? Se puede morir en vida si se ha perdido la capacidad de soñar. Vive el que sueña, apenas sobrevive el que no. Muere el que, aun teniéndolo todo, no tiene por qué luchar. Vive quien, teniendo nada, tiene sueños que perseguir. Se puede vivir o morir a los veinte años igual que a los noventa, todo depende de los sueños que tengamos o dejemos de tener.


Todo aquello que es válido en la vida individual de las personas, en su mente y sus corazones, puede aplicarse a las sociedades. Cuando estas tienen objetivos e ideas motrices, impulsados por la impronta de sus integrantes y canalizados por la inteligencia de sus gobernantes, seguramente estarán llenas de vitalidad y prestas a perseguir el bien común y el progreso individual.

Nuestro país, su sociedad, cada uno de sus integrantes, me temo, hemos perdido la capacidad de soñar. Nos movemos en la chatura del aquí y ahora, con la única guía del instinto de supervivencia, con un bote que hace agua en un mar de incertidumbre y desazón.

Esa Argentina que tenía lugar para todos ya es historia. Ricos y pobres están inmersos en la dinámica perversa de la involución moral y social. El país aspiracional, la de “m’hijo el dotor” que resumió las ansias de progreso económico y social de las clases menos pudientes a través del trabajo y del esfuerzo, ese de los hacedores de una nación “granero del mundo”, aquel del trabajo fecundo y los sueños sin límites, ya es historia.

Y no es que los argentinos nos hayamos propuesto implosionar hacia un país decadente y sin esperanzas, es que primaron en nuestra historia los operadores políticos que fueron colocando los incentivos sociales del lado de la molicie, de la dádiva, del regalo, del repudio al trabajo, desdeñando los sueños de progreso y el orgullo de conseguir objetivos por esfuerzo propio.


Se trazó una línea que no permitió a nadie sacar la cabeza por encima de la misma, todo el que pretendiera hacerlo es considerado un oligarca o un traidor de clase. La mediocridad es la regla, la uniformidad el patrón social.

De un lado los que sostienen el andamiaje con sus impuestos, en especial el campo, caja perenne del populismo. Del otro, los que son mantenidos, la mayoría de las veces aún a costa de sus propios deseos. Las actitudes individuales poco pueden hacer ante el esquema perverso de los que mandan. El que se sale de la regla es “garca” e insensible si está de un lado, o, si está del otro, es privado de su plan social.

Es que, a esta altura, ya no somos un único pueblo, estamos de un lado o del otro, ya sea de la fractura social generada desde arriba hacia abajo, o de los que mantienen y los que son mantenidos. Ya no se puede pensar en función de un pueblo con un destino común, se debe pensar divididos, nosotros y los otros, los egoístas y los explotados, todo conforme al patrón siniestro de los mandantes autoritarios.

Nunca un esquema social de enfrentamiento puede durar mucho tiempo, hace crisis a la vuelta de la esquina, es lo que nos está sucediendo. La porfiada política populista de crear enemigos a quiénes echarle las culpas de sus propias ineficiencias, conduce sin dudas a ese escenario de enfrentamiento entre sectores que deberían ser complementarios y no adversarios.


La maligna política extractiva que venimos teniendo hace demasiado tiempo en la Argentina, en la que el propósito de sembrar está superado con creces por la intención de cosechar, viene haciendo tabla rasa con nuestro futuro. No se puede extraer siempre, no es sustentable hacerlo, terminamos derrapando cuando el círculo vicioso que privilegia gastos y declina recursos, pasa a formar parte de una ecuación insostenible.

¿Y cuándo perdimos los sueños? En los últimos setenta años, lapso durante el cual, con intermitencias, nos fueron convenciendo que mejor que hacer es decir y mejor que trabajar es pedir. Allí fue donde nuestros sueños virtuosos comenzaron a desgranarse, nos ganó la comodidad, el desaliento fue parte de nuestra vida diaria.

Y como todo forma parte de todo, nos dimos cuenta de la profundidad de nuestros problemas cuando escuchamos a la más alta autoridad legal, el presidente, sostener que el progreso no es producto del mérito. El esfuerzo propio del país aspiracional cae en tierra y terminamos todos manoseados en el mismo lodo, donde los manotazos por una porción de la torta cada vez más pequeña, resultan los parámetros de una vida en picada.

Y no crean que la alergia al mérito es una cuestión personal del presidente, es una concepción del populismo repartidor, es la mecánica perfecta de su estrategia de dominio social, mantener a la mayor cantidad de ciudadanos en estado de pobreza y necesitados de la ayuda social del Estado.


Populistas que descreen del mérito como motor social hay muchos y en todos lados, no solo en la Argentina. Están también en el Vaticano, por poner un ejemplo. El papa Francisco, no por casualidad también argentino, ha dicho que “quien busca pensar en el propio mérito, fracasa” (libro del autor: “A Dios lo que es del César”, 2021, p. 227)

En ese mismo libro dije que el desideratum del populismo es el sueño de poder vivir sin trabajar garantizado como derecho. De allí que sin pobreza generalizada y sin ignorancia no hay necesidad de subsidios, sin subsidios no hay dependencia del poder de turno, sin dependencia del poder de turno no hay votos clientelares, sin votos clientelares no hay populismo.

Cuando este artículo sea leído, seguramente se habrá realizado el piquete contra la Sociedad Rural, trasladado a Plaza de Mayo. Organizado por piqueteros oficialistas y fomentado por el Gobierno. Los mantenidos protestan contra quienes los mantienen.

¿Es posible tener gobernantes tan ciegos? Sí, no solo es posible, ya los tenemos, con una ceguera no solo conceptual y material, también moral. No solo no trabajan para cambiar el rumbo decadente, no les interesa hacerlo, porque, aunque pierdan el próximo turno electoral, al nuevo gobierno le será tan duro levantar este mastodonte de fracasos, que volverán a presentarse como salvadores y únicos capaces de administrar la crisis. Necesitados y divididos, así nos quieren, es su método de construcción política.


Pero no, yo mismo no debo subestimar la inteligencia de la sociedad y su capacidad de regeneración. Si en determinados momentos fuimos un pueblo que amó a sus ladrones dándole nuevamente los votos, hablaría muy mal de nosotros si fuéramos también un pueblo que ama los fracasos de sus gobernantes.

Tropezar dos veces con la misma piedra parece ser la impronta del pueblo argentino. A un indigno Fernández autointervenido, le sumamos como salvador a un Massa que ha hecho del doble mensaje y la moral oportunista sus mandamientos. Tal vez nos haya llegado el momento de la oración.