(Desde Mburucuya especial para momarandu.com) Los escándalos políticos llenan las páginas de la actualidad y los ciudadanos estámos cada vez más indignados. Pero las malas prácticas llevan siglos de historia y parecen inherentes al ser humano.
La corrupción, esa lacra que no cesa.
Basta con hojear páginas de un periódico para ver cómo los escándalos se suceden y están al orden del día. Algo de historia,Roma, descontrolada En Roma, el potente caminaba seguido por una nube de clientes: cuanto más larga era su corte, más se le admiraba como personaje. Esta exhibición tenía un nombre: adesectatio. A cambio, el gobernante protegía a sus clientes, con ayudas económicas, intervenciones en sede política. Y los clientes, a su vez, actuaban como escolta armada.
También había acuerdos entre candidatos para repartirse los votos (coitiones) y para encontrar un empleo solía recurrirse a la commendatio, que era el apoyo para conseguir un trabajo, lo que hoy equivaldría al palenque donde rascarse, Con todo, la corrupción pública estaba mal vista.
Sabino Perea Yébenes, profesor en la Universidad de Murcia, ha publicado un libro titulado "La corrupción en el mundo romano", editado por el académico Gonzalo Bravo (Signifer).
En su obra, se desprende que los altos cargos estaban muy vigilados: “Los romanos tenían un concepto de la política diferente: lo más importante era el honor. Para llegar a la cumbre, el candidato tenía que tener currículo: haber ocupado cargos, tener una educación y proceder de una buena familia. Pero además, tenía que tener patrimonio ya que había de presentar una fianza a principio del mandato. Y cuando finalizaba, se hacían las cuentas. Si te habías enriquecido, tenías que devolverlo todo”, explica Yébenes.
“En caso de corrupción, había dos penas muy severas: una era el exilio; la otra era el suicidio. Esta última, de alguna manera, era más recomendable porque por lo menos te permitía mantener el honor. ¿Se salva alguien de la plaga de la corrupción?
Según el ranking de la consultora Transparency International, existen países con poca corrupción, en particular los escandinavos.
Esto se debería a la influencia de la ética luterana, que no prevé la confesión de los pecados para lograr la absolución. Y también a que estas sociedades, de corte socialdemócrata, son relativamente homogéneas. Sus ciudadanos se sienten iguales y no toleran que alguien saque ventajas de forma ilegal. Asimismo, por su alto nivel de contratación colectiva, que hace que los trabajadores se sientan protegidos y no duden en denunciar prácticas ilegales. Pero, lamentablemente, se trata de una excepción.
Como dijo Tomás Moro: “Si el honor fuese rentable, todos serían honorables. cuando la corrupción y las acusaciones escabrosas se vuelven tan escandalosas, alcanzan un punto en el que los ciudadanos apenas se asombran. En el nuestro ese límite se cruzó hace mucho tiempo. Hoy en día los tribunales federales son extremadamente lentos con un laberinto de jueces, a menudo tan corruptos como los políticos que investigan, dice Luis Moreno Ocampo, un activista contra la corrupción. “Es un sistema de jueces que encubren la corrupción en lugar de investigarla”.
Y la impunidad de la corrupción crea un profundo cinismo en toda la sociedad.Vale la pena recordar el caso de René Favaloro, conocido cardiólogo argentino , quien fue el pionero de una técnica de bypass coronario en Cleveland, y luego regresó a su país para establecer una fundación cardiovascular. Su integridad y generosidad (operaba gratis a los pacientes más pobres) lo convirtieron en una leyenda.
Pero esos rasgos fueron su perdición. Cuando se negó a pagar los sobornos exigidos por los funcionarios de los servicios de salud, el PAMI se negó a cancelar lo que le debía de las operaciones dejándolo al borde de la quiebra.
“He sido derrotado por esta sociedad corrupta que lo controla todo”, escribió en una famosa carta en la que decía que prefería morir antes que sobornar. A continuación se pegó un tiro en el corazón.
Eso fue hace muchos años,y hoy tiene presente necesitamos enfrentar a la corrupción en su núcleo para combatir con éxito a este viejo flagelo que corroe a una democracia todavía frágil.
Para esto será necesario, antes que nada, tener un poder judicial verdaderamente independiente que descarte rápidamente las acusaciones sin fundamento y que, cuando determine culpabilidad verdadera, dictamine algo más que condenas simbólicas
Ante todo la guerra contra la corrupción debe ser librada donde quiera que ella ocurra.