(Por Arturo Zamudio Barrios). El 6 de noviembre, en Manitoba (Canadá), una llamada aún no identificada condujo a un núcleo de paramédicos al refugio de ancianos de Maples, donde personal sorprendido habría de mostrarles lo que ellos calificarán más tarde como “pesadilla infernal”.
Y el resumen del episodio en la revista Jacobin permite ver con creces el porqué de ésta: apenas entrados, sobre sus lechos, estaban dos cadáveres, mientras el grueso de los refugiados padecía de hambre, frío y falta de medicinas. Los cadáveres, por cierto, no habían sido vistos por cuidador alguno, quienes tampoco habrían de advertir muy pronto la muerte de otro residente. El primero de los ocho decesos que tendría en esa semana el refugio de Manitoba.
¿Qué había pasado para que esta llamada, bastante común, condujese a resultados tan macabros? El que en Canadá, tanto como en Estados Unidos o en Inglaterra, los fondos de pensión, cuyo impacto tiene a Chile en vilo, han motivado una larga lucha en los países mencionados -con el senador Bernie Sanders a la cabeza en los Estados Unidos- y aún siguen sin definición en muchos sitios: la privatización de los fondos de pensión, pertenecientes a trabajadores retirados, han sido apropiados por la burguesía financiera durante el ciclo llamado neoliberal, y ella los utiliza en su beneficio. El Geriátrico de Maples no es, naturalmente, ni estatal ni sindical ni de pensionados, como algunos volvieron a ser en la Argentina, durante el kirchnerismo, habiendo sido enajenados en la década del ‘90.
Permanece aquél, como la etapa de Thatcher, Reagan o Pinochet, que forjó semejante engendro: centro de apropiación destinado a múltiples fines, entre ellos, financiar el material bélico, sobre todo en el Medio Oriente, cuyo petróleo crudo atrae a los monopolios del ramo. Y este ciclo neoliberal está marcado, justamente, por la privatización de todo, especialmente aquellos rudimentos de propiedad pública que hacia fines de la segunda guerra se habían establecido, en tanto la inclusión todavía de la clase obrera mostraba un cariz “posible” al capitalismo, ya acosado en la fecha por exigencias de cambio. Sobre él jugará “el coloquio de obreros y empresarios” cuyo desenlace habría de eliminar al obrero como tal, convirtiéndolo, según la sociología yanqui, en “clase media”. No cabe, claro, aislar a esta enorme frustración de los trabajadores de gran parte del mundo, sin tener en cuenta el giro poco “clasista” de las direcciones sindicales, lejos ya del papel cumplido durante la guerra en los países donde se derrotó al fascismo.
Pero la privatización y su impulso, se diría que define hasta el equívoco a la etapa neo liberal. Y no faltó quien asociase a la restitución de las relaciones diplomáticas de Barak Obama, con una privatización “capitalista” de la revolución cubana. Por supuesto, los defensores del “fin de la historia” no entienden que los pueblos del mundo no están muy a gusto con el infierno que ha sabido crearles el burgués en cada lugar de vida; Trump sostenía, poco antes de su virtual expulsión de la Casa Blanca, que la “sociedad civil” rusa luchaba por sus mismos principios… cuando había sido esta sociedad civil -asentada en la propiedad colectiva- la que echó a los grandes propietarios norteamericanos que el borracho Yeltsin y la CIA alentaron.
Por supuesto, si bien la pandemia no ha generado la crisis del “capital”, es visible que ella contribuyó a mostrarla en toda su impotencia como clase dominante. Jeremy Corbyn hizo, días atrás, un balance acerca de su llamado a converger en la lucha por una nueva etapa para el hombre: núcleos de todo tipo, movimientos, partidos, organizaciones sociales y centros de estudio, han adherido a su llamamiento, tanto en Europa como en América, haciendo notar el rápido crecimiento de la consigna contra el imperio (la hegemonía imperial de antiguas y nuevas colonizaciones), el cambio climático y la acrecentada destrucción de la casa Común, como la llama el Papa Francisco, la desigualdad calamitosa y la difusión de virus mortales.
Y el drama de la vacuna muestra en plenitud esta impotencia: mientras Pfizer y Moderna se retraen acicateados por la política del beneficio (garantizan unidades a quienes pagan más y mejor, y dejan sin provisión a Estados de menores recursos, no pocos de ellos inclusive, sin importar que ya hubiesen abonado) a pesar de la demanda mayor, según las organizaciones de la salud, que cuanto hasta ahora un núcleo de países pueden producir.
Por eso, viejas conclusiones cuajadas de cierto sectarismo no ayudan. Por ejemplo, la referencia en “L’Humanité”, fácilmente rastreable, de las postulaciones socialistas de Estados Unidos, como “el socialismo americano”, poniéndolo a menudo cerca de aquella social democracia que habló en los parlamentos contra el presupuesto de guerra, y después lo aprobó, cómplice en la matanza de obreros y campesinos.
¿Es, ciertamente, este el objetivo del socialista norteamericano, cuando es visible su preocupación por exhumar lo mejor de las tradiciones propias (la de comunistas y socialistas perseguidos por McCarthy, tanto como la de los “progresistas” amenazados el 6 de enero por matones que vestían de confederados) y las de otras partes, a fin de establecer entre todos el llamado “socialismo globalizado”, es decir, sujeto a las particularidades históricas y sociales de cada país.
Por lo tanto, los medios de la abundante literatura de hoy en la nación del norte, insisten en el llamado de Corbyn o revelan los avances del pensamiento avanzado allí donde se muestre, sea en América, Europa o la India. Pues… ya no se puede hablar, habrá de sintetizar Álvaro García Linera, uno de los hombres más lúcidos de nuestro tiempo, de cambios raigales si no se tiene presente que ellos tienen que ser planetarios.