*El odio es una herramienta política que Maquiavelo considera poco óptima para el rendimiento político. Porque se apela el odio, como al terror, como instrumento al servicio de intereses políticos, y este hace fortuna en tiempos, como este, de fracturas sociales y en el que la capacidad de los populismos para influir en el electorado es muy notoria, y en épocas como estas, donde los corazones se achican y mayor odio albergan, donde el odio es la cadena más abominable con la que una persona puede obligar a otras.
Nos recuerda Lucano: “Huye de las guerras, que es menos sentimiento y padecer su terror que su escarmiento”.
En la América es notorio la aparición de figuras como la de Steve Bannon, que representa el principal ideólogo y comunicador del discurso político que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Este discurso ha estado caracterizado por el continuo recurso al odio, la xenofobia y un nacionalismo populista; e ideológicamente por un proteccionismo económico y una reconfiguración del papel que Estados Unidos debe jugar en el ámbito internacional.
Pero existen otros líderes políticos que han hecho del odio su emblema, como el ex vicepresidente italiano Matteo Salvini y el primer ministro húngaro Viktor Orbán, que también son admirados políticamente por Bannon, en nuestro país también hay tesoneros del odio, seguramente el diagnóstico de esta realidad es la pérdida de calidad democrática, Democracy Index elaborado por The Economist demuestra cómo Estados Unidos, Italia y Hungría han sido catalogados como «democracias defectuosas» coincidiendo con el gobierno de estos líderes.
Sin embargo, el informe anual de Freedom in the World 2019 presenta a Estados Unidos e Italia como «Estados libres» o países donde se mantiene aún un grado democráticamente aceptable de derechos y libertades, mientras que declara a Hungría como parcialmente libre, aunque señala riesgos para la gobernanza democrática en el caso estadounidense e italiano directamente relacionados con los gobiernos de Trump y Salvini.
Maquiavelo, en su gran obra El Príncipe, nos remarca cosas como estas, Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen. El vulgo se deja cautivar siempre por la apariencia y el éxito. La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad. Que nadie provoque desórdenes en una ciudad en la ilusión de que luego podrá frenarlos a su antojo o encauzarlos según sus deseos. La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad, pereciera que estos pensamientos tienen el tiempo de hoy. Nicolás Maquiavelo dedica un capítulo completo a determinar cuáles son las cualidades más deseables en el gobernante. Ante la disparidad de rasgos personales, el estadista florentino defiende que aquellos líderes excesivamente amados pueden ser traicionados por ser considerados ingenuos, mientras que aquellos que son odiados pueden ser suprimidos violentamente. El odio es, por lo tanto, una herramienta política que Maquiavelo considera poco óptima para el rendimiento político y poco beneficiosa para la gobernanza. Y al respecto, se debe añadir que esta recomendación fue pronunciada en un momento histórico en el que la democracia como sistema de gobierno aún no existía.
Hoy en nuestras democracias existen cuatro anclajes que se posicionan y crean fracturas:
1 - habitantes de ciudad contra los del ámbito rural,
2 - los fieles del credo religioso dominante y los laicos,
3 - los empresarios y los empleados,
4 - la centralización política frente a los defensores de la periferia geográfica del país.
A estos cuatro elementos se les añadiría más tarde el conocido eje entre izquierda y derecha que permite ubicar en una línea horizontal imaginaria la posición ideológica de candidatos, partidos y votante y en esta posición y fractura se mezcla un nuevo invitado, el populismo, que un movimiento político heterogéneo caracterizado por su aversión a las élites económicas e intelectuales, por la denuncia de la corrupción política que supuestamente afecta al resto de actores políticos y por su constante apelación al pueblo, entendido como un amplio sector interclasista al que castiga el Estado», según define el diccionario Conceptos fundamentales de Ciencia Política de Ignacio Molina y Santiago Delgado. Los líderes populistas se caracterizan por una legitimidad basada en su autoconsideración como representantes políticos de amplios sectores de la población que se enfrentan a un sistema (presuntamente) corrompido dominado por distintas élites y es aquí donde el odio permite unificar a personas de distintas categorías sociales al otorgarles una identidad colectiva y un enemigo al que perseguir, y esto esta posibilitado por el discurso de una lógica binaria: la creación de una definición de un «nosotros» y un «ellos» como representantes de una alteridad enemiga.
En la teoría del populismo en la obra de Laclau. El populismo se entiende a sí mismo como un fenómeno de naturaleza discursiva y simbólica, antes que de naturaleza política o ideológica. El llamado pueblo o nosotros se construye, según Laclau, a partir de una sobrecarga de demandas sociales que el sistema político no puede procesar de forma diferenciada. Estas peticiones insatisfechas tejen una frontera política que produce una fractura de la sociedad en dos partes. De un lado, los agentes y elementos que están fuera de ese grupo de insatisfechos (como las instituciones, el establishment…); y, de otro lado, las personas cuyas demandas no han sido atendidas. Sin embargo, esa frontera política es indeterminada, como señala Laclau, y las demandas de las personas se igualan como populares a partir de una demanda individual que actúa como definidora de todas las demás.
Y lo más tremendo, el líder populista se convierte como un dedo acusador, la capacidad de definir quién es parte del pueblo y quién no, y a través de su discurso del líder crea una univocidad o sentido único que permite unificar las demandas de multitud de personas por muy dispares que sean sus situaciones sociales. Él es quien define a los protagonistas y antagonistas, teje el relato y propugna una meta política como final deseable a alcanzar, en nuestro caso la tan mentada grieta, y es ahí donde el odio entre el ellos y los otros se convierte en un instrumento capaz de otorgar sentido de realidad a esta estrategia discursiva y movilizar política y psicológicamente a personas que de otra forma difícilmente serían movilizadas. Y hoy recordando al genio de Quino en su popular Mafalda con las preocupaciones que corroían a aquella niña solemne e inconformista siguen siendo las que inquietan hoy en día: la ecología, el feminismo, la democracia, la paz. Su vigencia tiene que ver en parte con la ética, algo que en 50 años ha cambiado menos que los televisores y el acceso a las noticias. La definición que Quino hacía de su compleja protagonista era simple: “Una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo”.
*desde Mburucuya