Corrientes, miercoles 03 de diciembre de 2025

Opinión Corrientes

La discusión que comienza tras la pandemia, por Arturo Zamudio Barrios

24-07-2020
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Un lustro después de fallecido Chávez, la Plaza Roja de Moscú se llenó de fieles y un obispo católico ofició una misa en su ofrenda (recuérdese que Rusia desciende de la antigua Bizancio, y es ortodoxa, no romana); a esa popularidad agradecida, ¿cómo la llaman algunos teóricos? ¡Populismo… y, encima, autoritario! ¿Por qué…? ¡Porque alguien sabe más que otro y la política, por lo tanto, de repente deja de ser un mero discurso pronunciado frente al espejo…! ¿Populismo también organizar una orquesta con niños indigentes para obtener, mediante el trabajo y el empeño, un premio mundial en Huelva?

Pues bien…Contra el expendio de vocablos vacíos en cuya gestación tan aptas y eficaces se han vuelto la Economía y La Sociología estadounidense, apunta el filósofo Alfredo Jalife, citado por nosotros en nota anterior, cuando destaca “la agonía de un orden”, ya caduco, en verdad, hacia fines de la Primera Guerra Mundial. Por eso, la juventud norteamericana, ansiosa de eliminar el pasado que la ha transformado en bolsa de monedas y de crímenes, no acepta la inyección de lejía propuesta por Trump y reclama en “El Jacobino de Seattle”, la instalación de un “Estado leninista”, dejando atrás para siempre el que ahora padece. Y si ésa, al postular al político ruso, capaz de sortear las enormes dificultades hallados frente a la mayor revolución de la historia y poner ante ella la tarea de desarrollar los principios –como dijera Mariátegui- de un “nuevo Etos”, no molesta “al populismo de los sociólogos”, habría que buscarle algunas otras orejeras.

Antonio Castello menciona en una de sus Historias (“Hombres y Mujeres de Corrientes”) el olvido ignorante en que se incurre, habitualmente, de la huella del hombre sobre los acontecimientos, repartiendo nombres sin valía alguna, por aquí y por allá. Ahora, tras la desaparición bastante reciente de mi viejo amigo, ha aparecido “un nuevo modo de pensar” (¿cabe llamárselo así?) que decreta el olvido como una necesidad, so pena de tender al “Autoritarismo”. ¿No habría que cuestionar el nombre de Washington cuya “destreza” militar no brilló precisamente, mientras sí su fortuna en esclavos? Al fin y al cabo, él también ha sido espejo de ese “populismo” que cierto mandatario argentino, no hace mucho, comparaba con la peor de las pestes.

Pero no es sólo ignorancia de la “llamada clase política (¿clase de qué…?)” la que obra en esa “tendencia” a rechazar lo que motivaba alardes en el pasado. Cualquiera que ponga en sus manos filmes, textos y hasta folletos, sabrá que “los traficantes de la libertad” aseguraron siempre estar “gobernados” por la voluntad de sus pueblos, es decir, por el populismo cuya peste, según el brillante Presidente ya mencionado, era peor que la del covid 19. ¿Y cuándo decía la verdad “la libertad del Norte”? ¡Cuándo mataba indios… o cuando sólo se limitaba a colgar negros para que ninguno se atreva a reclamar el derecho al Voto!… ¿Cuándo los seguidores del “democrático” Imperio estadounidense entrevieron algo que pareciese verdadero mezclado a su trama de disparates?

He ahí el interrogante que, en nuestros días, se ha dado en brotar también en nuestro país retomando un viejo asunto cuya intención, demostró más de una vez Fernando Buen Abad: “Residía en impedir que se vea la lucha de clases, mediante vocablos “seudouniversales”, como ciudadanos, haciendo de todos “uno solo o enjambres de seres iguales que, en la práctica, aparecen a cada día más desiguales. El “paraíso de los jóvenes, como pensaban algunos de los inmigrantes europeos a comienzos del siglo anterior, en relación con la poderosa Estados Unidos (denominación que hoy empieza a ceder cada vez más en su misma población, al revés que aseguran sus filmes) dispone hoy de tantos desocupados como población tiene la Argentina; mientras el 1 por ciento de aquélla usufructúa el 40 por ciento del PBI. Comprensible que obtener la presidencia mediante gruesas sumas que ungen a alguien por sobre el competidor (Trump perdió la elección ante Clinton, por ejemplo, pero sus banalidades resultaron “electas”) ha generado la teoría anti-populista de ciertos personajes de escasa monta, seguidores usualmente de las bellezas imperiales conquistadas por una prensa no muy confiable.

Pero, como en el recinto de la discusión enriquecido por la “pandemia”, ha ingresado a pesar de todo, la lucha de clases, la oportunidad viene bien para mirar hacia atrás: ¿por qué los demócratas de ayer reniegan de los pueblos a los que sedujeron antes mostrándose –aunque no siempre convincentes- representativos de una causa común? Como diría Antonio Gramsci, a fin de ganar “el consenso”, y pese a enfundarse el gorro frigio, no perder de vista el peligro de “la Gréve”, a cuyo impulso ya los trabajadores –a quienes la burguesía pensaba robar tanto como lo había hecho la nobleza- empezaban a presentir ya la traición “jacobina”. ¿Se atrevería ésta, “tan revolucionaria ella” a abrir las cárceles como sí lo habrían de hacer, cien años más tarde, los bolcheviques de Lenin? No, por cierto, y no es casual, por ende, que los obreros norteamericanos hayan quemado banderas estadounidenses el 4 de julio, hartos de las prisiones (el país desarrollado con el mayor número de presos en el mundo), de las policías bravas, del Ku Klux Klan y de la esclavitud “por castigo”, como reza la Enmienda 13, y empiece a germinar entre sus ansias el reclamo de un Lenin, para que venga al país antipopulista y, como el comandante, podrían decir los cubanos, mande a parar. Algo tan importante y necesario como derrotar al coronavirus, en este momento tan grave de la historia del mundo.