Corrientes, martes 30 de abril de 2024

Opinión Corrientes

La política nunca puede ser sobrepasada por los tecnocracia, por Jose Miguel Bonet

09-07-2020
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La democracia se enfrenta a un enemigo feo y conocido: los populismos que amenazan con imponer soluciones autoritarias. Pero nos acecha otro peligro, nuevo y seductor: la tiranía de los expertos. Pensar que existen soluciones científicas para todos los problemas sociales y que basta con encomendarse a los “criterios de los expertos” y esto nos demuestra la triste realidad ante la pandemia.Es ciencia ficción. La complejidad de la política no puede resolverse aplicando una fórmula científica.

Las discusiones políticas son, por definición, irresolubles. Siempre hay perdedores y ganadores. Siempre. Obama decía que todas las decisiones que tuvo que tomar durante su presidencia eran imposibles. Las cuestiones que se podían solucionar con criterios técnicos jamás llegaban al Despacho Oval. Se tomaban más abajo.En su clásico estudio sobre la tecnocracia, Jean Meynaud otorga una definición mínima de la tecnocracia en la cual se la presenta como "una situación política en la cual el poder efectivo le pertenece a técnicos llamados tecnócratas" (1968: 29). A partir de esta definición mínima, Meynaud se lanza a explorar en profundidad las diversas facetas de la tecnocracia y de los tecnócratas que la constituyen. De su análisis aparece la imagen de tecnócrata como un individuo de clara orientación técnico-científica y que logra adquirir influencia política en altos círculos de gobierno debido a su posesión de habilidades especializadas y expertise en los terrenos de las políticas económicas, las finanzas y la administración del Estado.

Sin embargo, él aclara que el poder político que pueden alcanzar los tecnócratas no es permanente y que éste siempre se encuentra subordinado al poder de los políticos que rigen el rumbo de los gobiernos. Más que poder político en sí se trataría de "influencia política" que ejercen sobre los mandamases, entregando consejos sobre complejas materias económicas y de políticas públicas (Meynaud, 1968: 21-70). Por otro lado, Giovanni Sartori (1984) advierte correctamente que el aumento relativo del poder de los tecnócratas que se observa en las sociedades modernas no implica necesariamente un aumento del poder de la tecnocracia en sí.

Como expresa Sartori, lo mismo en el caso que gobiernen los científicos, esto no necesariamente significa que ellos gobernarán como científicos. Siendo este el caso, el gobierno continuará siendo un gobierno de políticos lo mismo si este se ha convertido en un gobierno cada vez más "dirigido y reforzado por expertos" (1984: 328?9). Frank Fischer (1990), por su parte, subraya que la tecnocracia se refiere a la adaptación del expedirse a las ta-reas de gobierno, argumentando poseer una posición apolítica. De esta manera, los tecnócratas se justifican a sí mismos haciendo un llamado al expertise técnico basado en formas científicas del conocimiento, argumentando que ellos pueden entregar soluciones técnicas a problemas políticos (1990: 18).

Este artículo asumirá la definición de tecnócratas dada por David Collier, quien los define como "individuos con un alto nivel de entrenamiento académico especializado, lo cual constituye el principal criterio sobre el cual ellos son elegidos para ocupar posiciones clave en el proceso de toma de decisiones o de consejería en grandes y complejas organizaciones, tanto públicas como privadas" (1979: 403).

Con lo que, la vida de Obama, y de cualquier político serio, es un drama continuo. Les toca elegir a diario entre la espada y la pared, entre una medida que hará mucho daño a unos pocos, a cambio de un poco de beneficio a unos muchos, o viceversa. El buen político se deja asesorar por científicos, pero no decide en función de principios científicos, sino morales.

La pandemia ha llevado a muchos políticos a descuidar su papel. Han delegado en tecnócratas decisiones con costes inconmensurables. Los Gobiernos insisten en que siguen al pie de la letra las recomendaciones de los científicos como Simón o Tegnell, eludiendo así como señala el politólogo Anders Sundell, quizás vale la pena que Suecia tenga 5.000 muertos más por coronavirus que Dinamarca si, a cambio, el PIB cae un 1% menos. Quizás. No hay una respuesta objetiva al dilema entre vidas hoy y la economía —más vidas futuras—. O entre abrir las escuelas, asumiendo un riesgo X de contagios, y mantenerlas cerradas, dañando a las nuevas generaciones. Estas decisiones no puede tomarlas el científico más sabio del mundo, sino el político más representativo de cada país. El experto es aliado del político, no su escudo ante las críticas y su responsabilidad.Y trabajemos para que la política siga siendo la de los ideales y no se convierta en una política de programas.