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“Sociópatas despreciables…”, escribe Kenneth Galbraith, pensador norteamericano de primerísima línea, al referirse a quienes, aconsejando disparates –como inyectarse detergentes para curar el Covid19- han llevado a un país antaño esperanzador al desbarajuste de hoy, con cien mil muertos por el virus y cerca de cuarenta millones de desempleados. “Construir un mundo nuevo, unir nuestras fuerzas y construir nuevas resistencias… propone, por el contrario, Isabelle Garo, al cuestionar indirectamente la sociopática “hacer grande de nuevo a los Estados Unidos”, como gritaba más de uno en un video de Michael Moore, cuando un auto del “Tea Party” arrasó con la manifestación para lucir sus matones.
De ahí la vigencia de Galbraith, extraída de lo mismo que en otro tiempo hiciera, si recordamos su propia obra. Medio siglo atrás, su libro “Capitalismo” (Zahar, Rio de Janeiro) parecía anticiparse a lo que piensan todavía quienes, como Stiglitz, esperan una solución para el mundo del capital, otorgándole nuevas bases. Galbraith no desesperaba aún y confiaba en su complementación por medio de la propiedad colectiva, a fin de evitar los estragos del monopolio. Sin embargo, el predominio del capital financiero y la usura inversionista por lotes del mundo natural atrapados en ella -mineras, agroquímica, redes farmacológicas que “eliminan” ciertas drogas aventajando a otras, sin importar sus consecuencias (el reemplazo de la cocaína por pastillas opiógenas suele traducirse en muerte cercana,) y la pandemia encima de todo, ha llevado a la historia capitalista a su crisis humanitaria de fondo.
Por eso Jacopo Rasmi en entrevista de Ives Cilton (L’Humanité, 28/05), apela a Spinoza para entrar en tema: “como las aguas de un mar agitado por vientos contrarios, estamos sacudidos, sin saber a dónde vamos ni el destino que nos aguarda…”, cuando es obvia la preocupación acerca de “lo que vendrá” después de la Peste. Pues el virus se controla con vacunas, pero el “hundimiento de la civilización a que asistimos”, conlleva una reflexión más profunda.
De ahí el tipo de caracterización que de la época ha empezado a hacerse y se habla, en ciertas esferas sociales y del pensamiento, de la colapsología, y según ella, habría de verse “colapsonauta” al que navega entre las turbulencias de nuestros días. Y el neoliberalismo y su hegemonía del capital financiero, en cuyo desempeño hasta el empresario que vive del trabajo no pago –esencia del capitalismo- corre el riesgo de ser aplastado por los capitales de riesgo–remarca Ives Cilton-, “es también la marca del hundimiento en curso”. Pues ya conocemos sus etapas: los acuerdos de Breton Woods, la creación del FMI, la OCDE, el BM y su descendencia, la privatización desde el período Pinochet-Thatcher y su acoso a la política del Welfare –gastos sociales en aplicación- al
iniciar el ciclo en cuya cúspide el maltrato de la naturaleza ha engendrado extraños virus de alcance planetario (el que padecemos y los que haya en perspectiva).
No cabe volver atrás y hasta ciertas experiencias, limitadas por los acontecimientos –como la soviética o la China de Mao- tienen que ser revisadas desde tales ángulos. Ya que el “antropoceno”, como se le llama, en cuya culminación anida el capitalismo, también actuó sobre ellas. Y conocemos además del “neo-liberalismo”, espejo de la civilización que se hunde, el peligro de que alguna nostalgia pueda ser infundida por los mismos beneficiarios de la crisis.
En tanto la “colapsología” y su referencia a Spinoza no andan tan a la deriva como puede pensarse. Ya los obreros -disfrazados por la Sociología “de clase media baja”- entre cuyos pioneros militó alguna vez Edward Aveling, compañero que fue de Jenny Marx, advirtieron hace tiempo una extraña similitud: la Guardia Roja había enfrentado a agresores de todo tipo, entre ellos el “catarro ruso” y la Gripe Española, para derrotarlos tanto como a las tropas del Zar; mientras tanto quienes son vencidos, según la óptica de Warren Butler y la del 1 por ciento de propietarios, por una patronal que los obliga a ir con pañales a la fábrica, sin poder defecar siquiera, ¿no tienen también ante sí una nueva era castigada por la muerte silenciosa del “corona virus”? Los trabajadores norteamericanos, en fin, podían tomar el ejemplo de sus antepasados rusos de 1917, muchos de los cuales confraternizaban con soldados de habla inglesa que, sublevados, deponían a sus mandos y se negaban a “estrangular –como pretendía Churchill- a la Revolución en la cuna”.
Por lo tanto, quizás, como escribe en L’Humanité, Saliva Boussedra(2/06/2020), la gigantesca movilización provocada por un asesinato racista más de parte de un Policía, es tan extraordinario como calificable de advenimiento : no sólo por los policías arrastrados por los manifestantes o las Comisarías asaltadas ni porque el factor movilizador no haya sido suscrito por medios solamente negros y sí por “Democracy Nows”,entidad creada por Amy Goodman y Juan González, sino por la solidaridad de clase desatada entre las propias fuerzas policiales de algunos sitios, cuyos miembros, arrodillados ante los manifestantes, deponían las armas. ¿O hubo algún otro motivo para que la Casa Blanca apagara sus luces y Trump se refugiara en un búnker?
De tal modo se empieza a saber que las ideas socialistas están ganando conciencias, sobre todo jóvenes, en los Estados Unidos, por lo que “el advenimiento” de nuestros días muestra en mucho el movimiento de Bernie Sanders, el Programa Demócrata de Joe Biden y la prédica de la revista “The Jacobin”. Que no lo duden, por otra parte, los jóvenes hijos de obreros y de granjeros empobrecidos: los pueblos de ningún lugar de la tierra los creerán cómplices de los estegosaurios de “La Maison Blanc” o de las Hienas (con perdón de estos pobres animales) del Pentágono.
Pues si el capital financiero no muestra ya ni el pláceme de sus seudo valores, sino que exalta, escribe Miguel Mazzeo, diectamente la impiedad, “el mundo desencantado también marcha en dirección contraria”. Y en instantes en que los herederos de Aveling, descubren en Estados Unidos su ser histórico, en el Viejo Mundo diputados de izquierda y derecha, 700 adherentes de sitios diferentes y hasta algunos banqueros, se disponen con el Green New Deal a obedecer al reclamo campesino de Marinaleda de hace unos años: la Unión Europea, fundada por financistas y la Corporación del Acero y el Carbón, como dijera aquel famoso Congreso no sirve ni “para Europa ni para el mundo” . Dado que el corona virus no respeta los lineamientos trazados para los sedicentes Estados Naciones de la Paz de Westfalia de 1648, aquella que facilitó el crecimiento de unos a expensas de otros y permitió el ahogo y la destrucción de este lado del mar, en tanto las floripondiosas declaraciones conquistaban a algunos corazones (Hombres libres e iguales, aseguraban los esclavistas de América del Norte, para poder romper con la corona inglesa sin arrepentimientos; y por su parte los “revolucionarios franceses” iban a cobrarle a Haití el derecho de hacer la suya). ¿No fueron los Estados reconocidos por la Paz de Westfalia los que martirizaron a un buen pedazo de mundo en el siglo XX, por lo que sus guerras habrían de bautizarse Mundiales?
Así que lo nuevo, la nueva era, cuya discusión empieza a ganar el recinto europeo, gracias, sobre todo, a la mayor experiencia en revoluciones genuinas, y no sólo en declaraciones que no se cumplen, torna a revisar lo hecho, insatisfecho, como dice Vandana Shiva, de todas las definiciones, y sobre todo de la del “antropoceno”. Por una razón muy simple: éste coloca al hombre de hoy, exitista, desalmado y sin noción alguna de los otros seres de quienes depende, en una suerte de inmovilidad a través de los tiempos. Y por ahí no falta quien dibuje un troglodita que toma a su mujer de los pelos, para garrotearla a gusto; no fue, por lo tanto, el patriarcado producto de la historia y, a la larga, el origen mismo de la exacción colectiva sobre la que el capitalismo se funda, sino una “naturaleza humana” invariable. ¿Podemos repetirlo nosotros cuando hasta Montaigne afirmaba que la “humanidad del caníbal”, era mayor que la del sujeto que tenía ante los ojos?
Por eso los obreros norteamericanos cuya movilización hace rato ha dejado de ser antirracista, para volverse anti capitalista, no vacilan y una hermosa muchacha negra, oficiando de vocera y sin dar su nombre, explica el porqué de la ofensiva popular, a una muchedumbre que la escucha: “Si nos acusan de robar –subraya- es porque Uds. nos han enseñado: Primero robaron a los indios sus tierras y derecho a la vida… Después nos robaron a nosotros –los negros- toda la riqueza que ostentan… “De ahí que obreros, entre cuyas filas anduvo alguna vez Aveling, están en el centro de la inquietud del mundo, hablando un lenguaje acorde, insiste Raventós, a algo que despunta, por encima de escombros y desdichas; “ni para blancos ni para negros, eso que es Estados Unidos”, aclara Morgan Frenan a un interlocutor; y sí parecido, en cambio, a lo que los chinos, con su milenaria sabiduría, proponen como “Confraternidad Humana de Destino”.