Foto ilustrativa
Desde que se desatara a fines de 2019 la epidemia primero y pandemia después desde la lejana provincia de China donde parece ser que se originó, el virus ARN identificado dentro del grupo de los Coronavirus ha dejado un tendal de infectados, hospitalizados y muertos. Hasta el día de la fecha la Universidad John Hopkins reportó las cifras mundiales de casos reportados oficialmente por los distintos gobiernos en dos millones y medio de personas infectadas, ciento setenta mil quinientos muertos y el doble de internados graves con ayuda respiratoria mecánica. El fuerte impacto de imágenes como las de los camiones militares en fila transportando ataúdes en el norte de Italia, o las más aterradoras de Guayaquil en Ecuador no se olvidan fácilmente como pesadilla.
Esta inusitada extensión del azote y la amenaza letal produjo en paralelo respuestas sociales insólitas que nunca hemos vivido colectivamente.
Toda la actividad humana se ha visto visiblemente alterada. Nadie ha quedado indemne o fuera de algunas de las medidas desesperadas de salvataje que instrumentan los gobiernos avalados por comités de expertos médicos, epidemiólogos, demógrafos.
La economía mundial se frenó. Fábricas paralizadas, industrias que funcionaban a toda máquina, tránsito aéreo, marítimo y terrestres reducidos al mínimo, la crisis que generó la pandemia se expresa claramente en cifras. Ayer, en el mercado de Chicago que es donde cotizan los indicadores de precios mundiales –commodities– el precio del barril de petróleo WT (West Texas) para el mes de mayo (se vende siempre por adelantado) tuvo un derrumbe del 306 % dejando el precio del crudo en -37 dólares por barril, lo que significa casi virtualmente que hay gente que está pagando 37 dólares por barril para que les quiten excedentes de su stock, ya que mantener estacionado el petróleo sin poder usar tiene costos también. Y es que el enorme freno de la actividad económica, de transporte, industrial y de generación a nivel mundial retrajo la demanda de combustibles casi en un 40% menos que hace apenas tres meses. Las refinerías, que venían operando a toda máquina en los últimos años, repentinamente bajaron las válvulas y redujeron ostensiblemente la cantidad de combustible producido ya que la demanda del mismo no dejaba de disminuir y no es posible acumular grandes cantidades de material altamente explosivo como la nafta. El principal centro de almacenamiento de crudo de EEUU en Oklahoma está a punto de alcanzar su máximo tope. Ya no podrá seguir recibiendo petróleo porque está repleto.
Mientras tanto, la ansiada reapertura de mercados y producción que se aguarda como esperanza, todavía está lejos de ser una realidad. China, que ha sido el primer campo de batalla de la pandemia, anunció que el PBI se retrajo en un 6,8 % después de los dos meses de cuarentena, por primera vez desde 1992, lo que refleja la magnitud de la crisis económica y productiva cuando uno de los países líderes muestra semejante debacle. En EEUU el número de personas sin trabajo ascendió a 22 millones esta semana, lo que representa la mitad de la población argentina total viviendo del seguro de desempleo y otros instrumentos que tuvo que implementar el gobierno para dar alguna salida a los miles de personas desesperadas y víctimas del paro económico brusco que sufrió la nación. El sector textil acusó una baja del 70 %, la industria del calzado e indumentaria no cesa de bajar persianas, los rubros de alimentación, aunque son imprescindibles, denunciaron una caída del orden del 45% en la demanda. Hay crisis en el mercado de seguros y financieros. Las compañías aerocomerciales se desprenden del 60 % del personal técnico (mecánicos, pilotos) que resultan imprescindibles, como hizo el pasado jueves Air Canadá, lo que augura una larga temporada de aviones en tierra, oxidándose en los hangares porque ven difícil la reactivación una vez que las olas de contagios vayan bajando. Quedarán las imágenes de Italia desolada, de las fosas comunes en Nueva York, de los muertos en las calles de Guayaquil.
Esta pandemia asestó una formidable trompada a la civilización. Todos quedamos en estado de shock y la ansiada “vuelta a la normalidad” no será como el despertar de una pesadilla, en la que sacudimos la cabeza y vemos que la realidad sigue ahí como siempre y que todo ha sido un susto de nuestros malos sueños. No. Cuando despertemos, habrá que cuidar muchos aspectos de la convivencia social. Muchas costumbres se volverán riesgosas hasta tanto tengamos armas efectivas contra el virus. A todos, en menor o mayor medida, nos afectó en el centro de nuestra fortaleza moral. Hemos sido derrotados por un enemigo tan pequeño que ni siquiera podemos ver. Nosotros, seres tan visuales, hemos sido cegados por la magnitud del enemigo que nos acecha. Y cuando buscamos imágenes para identificarlo, aparecen los camiones enfilados de Italia, las fosas comunes en Nueva York y los cadáveres tirados en las calles de Ecuador, como si fuesen basura.
La actividad económica podrá resucitar como tantas veces después de calamidades, cataclismos y guerras atroces. Pero nuestro sueño jamás volverá a ser el mismo.
Habrá que despertar de otra manera.