La crisis mundial desatada tras el arrasador avance del virus, dicen los expertos, acabará cambiando el panorama político general del planeta. Ya no es la locomotora de Alemania, ni las economías emergentes, ni la nueva Guerra Fría. En el escenario, hoy por hoy, juegan dos titanes: EEUU y China, ambos envueltos como protagonistas de esta crisis inédita.
China se enfrentó a un enemigo absolutamente desconocido para la humanidad. Un virus con un potencial de trasmisión de humano a humano como pocas veces se vio, y con índices de letalidad también insólitos, el CorVi 19 debutó creando un espantoso panorama que dejó estupefacto al mundo. Por supuesto no faltan los alienados que aseguran que se trata de un “virus de laboratorio” y otras entelequias delirantes. No obstante, el presidente chino Xi Jinping reunió un comité de expertos en sanidad, epidemiología, demografía e infectología e inmediatamente pusieron manos a la obra con la agilidad y firmeza que la situación lo exigía. Todos vimos levantar un hospital de emergencia en semanas en medio de un baldío. Todos vimos a ciudadanos detenidos y encarcelados por violar las normas, conducidos esposados y en fila a prisión. En dos meses, la pandemia se extinguió en el mismo centro superpoblado donde surgió. Hace una semana, China no registra nuevos contagios, salvo los casos de los ciudadanos que regresan del exterior y que son puestos de inmediato en rigurosa cuarentena en cuarteles militares.
Del otro lado, y como era de esperar, Trump va de tropiezo en tropiezo. Se negó a enfriar la economía decretando la cuarentena ya que “perjudicaría la producción y eso podría ser peor”. Con esta frase deja bien en claro sus prioridades: primero está el dinero, después hablaremos de la gente. Casi todo continúa funcionando “normalmente” en EEUU y ayer superó a China e Italia con el número de casos fatales (más de mil ayer) e infectados por día (82.430 el día de hoy), rumbo al pico de nuevos casos que temen todos los epidemiólogos porque, al ser un virus que provoca un gran número de enfermos graves, satura rápidamente el sistema de asistencia sanitaria que se necesita para los enfermos que empiezan a llegar masivamente a los centros de atención. Aun así, Trump se niega a declarar la cuarentena que los sanitaristas reclaman a gritos sabiendo que, cuando la curva de nuevos casos siga subiendo, el sistema de unidades de cuidados con asistencia respiratoria quedará colmado. Y, cuando esto se sobrepase, deberán echar al azar qué casos salvar y qué casos no. Porque el número de unidades (cama, monitores de control y personal especializado que los atiende) es fijo, pero el número de enfermos no. Si sigue creciendo, necesariamente algunos quedarán afuera. Ante esta pesadilla, Trump invita a la gente a reunirse en las iglesias para festejar la Pascua cuando lo que amenaza ahora es un pavoroso Viernes Santo.
Varios gobernadores de Estados (tanto republicanos como demócratas) ya empezaron a dar directivas contrarias. Esto también es inusual. En políticas hacia la sociedad casi siempre hay acuerdos entre el poder central y los estados, pero esta vez se rebeló la tropa. Los acaudilla el disidente preferido del New York Times que esta semana consagró en tapa como “el político del momento” al gobernador del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo. Es que, en Nueva York, la estrella de Occidente, vive uno de cada tres infectados confirmados en EEUU. La situación se está volviendo acuciante en este pequeño pero superpoblado Estado. Cuomo fue el primero de los gobernadores en declarar la cuarentena, cerrar teatros, escuelas, cines, disipar concentraciones humanas, enviando a la Guardia Nacional y el Ejército a patrullar y desinfectar las calles, recomendando a la gente a resguardarse en sus casas, tal como están haciendo todos los gobiernos responsables del mundo.
Mr. Trump se vio siempre a sí mismo como el “self made man” el hombre que se hizo a sí mismo y nada debe a los demás. Probablemente esto sea verdad en el orden de los negocios, pero gobernar el país que se cree la arrolladora Primera Potencia Mundial, es otra cosa. Desesperado por las acechanzas de su futuro político (a nadie se le esconde que desea fervientemente su reelección) Donald se niega a “enfriar la economía” porque únicamente los números lo ayudan en campaña. Sus logros sociales, culturales, educativos, de salud pública, en defensa de los derechos, y geopolíticos son casi nulos. La única carta que le sonríe en la baraja es la economía y por eso seguramente, entre la gente o la economía, escogió la riqueza.
Pero de un modo insólito, poco después refuerza la inyección de dinero en la economía: 2,2 billones de dólares, tres veces más que la ayuda a los bancos de Obama en la crisis del 2008, serán volcados a la ayuda económica y financiera de ¡planes sociales! (¡Quién lo diría!, supongo que nuestros economistas ortodoxos se están revolcando en sus camas y tomando Reliverán: los Espert, los Prat Gay, los Melconian, los Chicago boy’s vernáculos...) para individuos y familias, otras partidas para empresas en riesgo de bancarrotas, y muy especialmente para seguros de desempleo, sabiendo que 3,3 millones de personas se inscribieron en el seguro de desempleo a partir del noviembre de 2019 superando todos los récords de EEUU, hasta el de 1982 que fue la peor crisis laboral de la historia cuando 695.000 norteamericanos se acogieron al seguro de desempleo. Las exitosas políticas liberales de Donald consiguieron casi quintuplicar esta marca. Por eso la preocupación de Donald. No es la ayuda social ni la gente. La falta de dinero circulante enfriará la economía, lo quiera o no. Este salvataje es el soborno que paga a su reelección. Nada es gratis para este señor.
De haber seguido los argentinos los mismos pasos en política económica y social, tendríamos el paisaje que vemos en nuestro gigante vecino: Bolsonaro es una réplica tropical de Trump. Tuvo exactamente la misma actitud ante la pandemia, la llamó “gripecita” y se negó a declarar la cuarentena, cerrar escuelas y frenar la economía. La epidemia empezó a brotar en forma descontrolada. Consiguió que 26 de los 27 gobernadores de los Estados de Brasil decidieran tomar medidas propias, apartándose de la política federal.
Quizás sea el momento de pensar racionalmente y con datos de la ciencia, no con caprichos de gobernantes ambiciosos, curiosamente parecidos a los personajes de opereta.