Por lo que vi ayer en el supermercado no sé si el virus afecta garganta y pulmones como dicen, o enferma el cerebro aniquilando el centro de comando del sentido común. Y, como viene teniendo razón hace veinticinco siglos, Aristóteles recomienda siempre “el justo medio” en este caso entre las actitudes alarmistas y catastróficas por un lado, y la desidia de sentirse invulnerable por el otro.
Por un lado, tuvimos el ejemplo de este señor que llegó de viaje del exterior y al exigírsele cumplir con el protocolo de protección mínima, atacó furiosamente al guardia de seguridad que estaba controlando la entrada. Evidentemente este sujeto tiene sobredosis de películas de Hollywood y creerá que es Súperman y que ningún mal lo alcanza. Hasta allí, todo bien, que viva su delirio como quiera, pero cuando pone en riesgo la seguridad de los demás en un momento crítico, el interés personal pasa a tercer plano y el bien común está y estará siempre por encima de sus convicciones particulares. Ya sabemos que actuó con eficiencia el Gobierno y está a disposición de las autoridades judiciales.
Por otro lado, y esto es lo que viví en el supermercado, la gente está absolutamente alarmada y en estado de pánico colectivo creyendo que se viene el Harmagedón, el Juicio Final y la Tercera Guerra Mundial todo junto. Profecías apocalípticas y catastróficas inundan las redes sociales generando alarmas en quienes creen en todo lo que leen. Está visto que la capacidad de sereno análisis crítico ha sido anulada por el miedo, que genera más miedo y hasta hay quienes ya son víctimas del terror.
Es momento de recobrar la calma y tomar las medidas que realmente justifiquen la prevención de la epidemia. Lavarse las manos con agua y jabón es tan eficiente como la desinfección con alcohol u otros germicidas. El alcohol en gel es únicamente a efectos de hacerlo portátil, para evitar que se derrame en la cartera si fuese alcohol líquido. El gel no agrega propiedades desinfectantes. El papel higiénico solamente se justificaría si fuese una epidemia de cólera, que produce diarreas. No obstante, ayer en el supermercado vi carros de compra abarrotados de rollos de papel higiénico, como si esta gente pensara combatir el virus en el inodoro, o bañarse con papel higiénico, juro que no sé qué uso le piensan dar a los 100 rollos que llevaban en los carros de compra.
Los anaqueles estaban casi vacíos. No quedaba casi carne. Las góndolas de enlatados estaban prácticamente devastadas por hordas de gente desesperada tratando de acumular víveres por si debían sobrevivir en el sótano estas semanas. Las colas en las cajas llegaban casi a una cuadra. Todo el mundo hablaba a los gritos, se cambiaban recetas caseras de cola a cola para combatir la gripe, se quejaban de la escasez de alcohol en gel, rogaban que llegara pronto la vacuna y mientras conjuraban el mal, estaban amontonados frente a las cajas del supermercado. Ahí es donde se ve la inconsistencia de su lógica. Por un lado, llenan la despensa (y el banitory) previendo un cataclismo feroz, y por el otro, se exponen sin necesidad a un contagio hacinándose en una fila para pagar en las cajas. Un solo infectado que estornudara en ese momento estaría esparciendo virus como para llenar un sanatorio.
Varias veces al día los medios difunden las medidas que recomienda el Ministerio de Salud a la población. Pero no, preferimos ver la catástrofe que nos la cuenta una señora alarmada que tiene menos información que la curandera de la otra cuadra.
Por eso pienso que el virus ataca el cerebro. O empeora a los cerebros que ya no están funcionando.