El nombre de Ernesto Cardenal, cuya desaparición reciente ha conmovido el mundo de las letras y el de la Revolución latinoamericana – fue Ministro de Cultura nicaragüense y castigado por ello con el ad divinum que por estos lares cierta Jerarquía solía repartir como caramelos- nos trae al inicio del tiempo que vivimos. La revolución nicaragüense, allá por1979, introdujo un sinfín de elementos cuya celeridad todavía nos alcanza, no sólo por la desesperación del Departamento de Estado yanqui, que confiaba en una “rápida” solución “a la chilena”, y sí también por el impacto de la victoria “nica” sobre los mismos pueblos del país agresor.
Una vieja fotografía de Cardenal con Allende, asesinado vilmente poco después por un oficial pinochetista, rememora no sólo la suspensión que, salvo con Juan XXIII o con el Papa Francisco hoy, solía caer sobre teólogos, sacerdotes o pensadores cristianos con extrema facilidad. Sino que ella- la foto- comporta en el catolicismo una hora muy especial: 300 exponentes de lo que se llamará más tarde “compromiso con el Tercer Mundo”, expondrían en Santiago – muy pronto ensangrentado por Pinochet- su decisión a asumir el concepto del Padre François Huttart: el que la primera obligación del cristiano reside en hacer la Revolución, o sea poner los principios de la vida cristiana en la primera línea de la vida social. ¿O sigue teniendo validez aquella observación de Jean de Wert quien en el siglo XV no tuvo pelos en la lengua: “es asombroso –decía- ver a una sociedad cristiana donde los abates van a la Ópera… y los Santos a la cárcel…”
Los mártires Angelelli, Romero, Devoto, Mujica o los siete jesuitas de San Salvador, han salido de aquellas jornadas, y no de las formaciones similares a la “squadristi” romana que se han dado a pulular en estos días. Pero también nuevos procesos y complejidades habrían de surgir en torno a los cristianos comprometidos con la búsqueda de un nuevo mundo –como acotan los jóvenes chilenos, en el turbión de nuestros días: “un modo de convivencia distinto del que padecemos…” Ya no bastaba con la limitada experiencia hasta allí vivida por la revolución nicaragüense: había que pensar en un cambio social apoyado –como escribirá Maidanik- en entidades creadas a propósito por la Revolución misma: una Constitución o las Fuerzas Armadas engendradas por ella, un nuevo tipo, en resumen, de Sociedad Civil. Quizás le costó al padre Cardenal entenderlo mucho más que a Monseñor Descoto, mas –lo repetimos-estaban en el comienzo de días complejos como los actuales. Por eso, se marchó durante un tiempo a España.
Sin embargo, días atrás y poco antes de su tránsito, una gigantesca concentración cívico-militar del sandinismo, a la sombra de la estatua de Augusto César Sandino, el General de los Hombres libres, celebró la Revolución triunfante, mientras el padre Cardenal se iba, saludado por quienes organizó –Fuerzas Armadas y Policía- al son de la poesía y del canto, única forma, si se quiere, de pensar en una vida digna de plenitudes. Por eso, nuevas esperanzas me acicatean y se graban en mí para siempre: en la Universidad de Managua se están leyendo dos libros míos: Marxistas y cristianos en el Contrafuego y Artigas y los Hombres de Hoy. ¿Los habrá leído el padre Ernesto, gran lector, antes de su partida hacia su rotunda inmortalidad?