Corrientes, miercoles 24 de abril de 2024

Opinión Corrientes

Cuando la política es parte del problema y no de la solución, por Jorge Simonetti

26-04-2021
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“Las prohibiciones solo funcionan en la mente de quien las crea”. Elaine Féliz, educadora.

Lamento decir, para muchos que opinan que no hay que utilizar las cuestiones sanitarias para hacer política, que toda la problemática pública es política y que la crisis sanitaria es por antonomasia un problema de todos.

En su “día de furia”, Alberto Fernández decidió que no debía consultar ni consensuar, por lo menos no oficialmente ni a la vista de todos. Con un golpe sobre la mesa, expuso una serie de medidas restrictivas y prohibitorias por la pandemia, aun en contra de la opinión de sus ministros competentes y sin aviso previo ni acuerdo con las autoridades jurisdiccionales.

Lejanos quedaron aquellos días de 2020, cuando, con la primera oleada menos agresiva del virus, las consultas con científicos y con su gabinete y los consensos con gobernadores eran moneda corriente. Las medidas restrictivas fueron vistas como razonables por los ciudadanos y ello le trajo al presidente y a sus interlocutores una mirada positiva de gran parte de la opinión pública.

La pregunta es por qué hoy, con una oleada más virulenta, tenemos a un primer mandatario que consulta menos a científicos y funcionarios competentes, nada acuerda con los titulares de provincias y municipios, y se despacha con medidas que, lo remarca, son “decisiones propias”.

Alberto tiene la urgencia continua de aclarar que las decisiones son propias, y así se pone en el lugar opuesto al que desea, porque está admitiendo que en su cargo de primer mandatario también hay decisiones de las otras, de esas que no le son propias sino impuestas.

Su pérdida de serenidad, la impostación de su autoridad, hablar fuerte, golpear la mesa, mirar con cara de malo a la cámara y despacharse con anuncios que contravinieron las posturas públicas de sus propios funcionarios competentes como los ministros de Salud y Educación, son la consecuencia necesaria de su inseguridad e incomodidad. Es difícil, ostentando el más alto cargo público, oficiar solo de anunciador.

Sin embargo, ello nos conduce a una situación más grave aún que la pandemia, cual es advertir nuevamente que en la Argentina los poderes presidenciales están absolutamente subvertidos y que tenemos al frente del Estado a un individuo que no decide ni tampoco se preocupa por crear las condiciones políticas para asumir las responsabilidades de su cargo. Está entregado y se muestra de tal manera cuándo todavía le quedan más de dos años de gestión.

Así las cosas, los papelones televisivos de Alberto, su permanente improvisación, la paulatina pérdida de imagen ante una ciudadanía que lo observa azorada, no suponen nada bueno para los tiempos que vienen en nuestro país.

Las medidas en sí son opinables, como la suspensión de clases presenciales en el Amba, que pudieron haberse adoptado o no. Lo que resulta patético es ver a un presidente de la Nación teniendo que ingresar en la improvisación más absoluta para contradecir a sus propios colaboradores y para anunciar medidas no consensuadas, asumiendo poderes que no le son propios constitucionalmente hablando.

El intercambio de barbijo entre alumnos, las madres reunidas en la puerta de las escuelas, el relajamiento del personal médico, entre otros argumentos presidenciales, nos muestran una película con el protagonista que no hesita en recurrir a chismografía barata para anunciar graves decisiones adoptadas en otros ámbitos.

¿Qué importan las constataciones estadísticas acerca de los contagios en las escuelas, qué interesan las conclusiones alcanzadas en reunión de ministros de Educación de todo el país y de su ministro del área en sentido contrario, qué impacto tiene en la sanidad pública escuchar de boca del presidente que el personal está relajado? Nada, nada importa si con eso cumple con la orden recibida.

La puja política sobre las clases presenciales en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es el telón de fondo que le confiere sentido a los últimos acontecimientos. Ya no interesaría si la justicia adopta una decisión u otra, lo cierto es que la educación y la salud vuelven a convertirse en rehenes de la política, y esta, que debería aportar soluciones, se convierte en parte del problema.

Un dato para nada inadvertido por el oficialismo es que Rodríguez Larreta, conforme las encuestas, tiene por lejos mejor imagen que Alberto y Cristina, y que se está convirtiendo casi naturalmente en el referente obligado de una gestión que lo transporta a una eventual candidatura presidencial en 2023. No le hizo mella al jefe de Gobierno la intempestiva amputación de los fondos de coparticipación de la ciudad, al contrario, lo victimizó.

Otro tanto sucedió con la manera autoritaria del presidente para imponer el cierre de las escuelas en el Amba, quedó claro el contraste entre una medida restrictiva adoptada en función de los chismes y la contrapartida aperturista de Larreta, con datos contantes y sonantes. Las distintas maneras de actuar no constituyen razones de segundo orden para una imagen que sigue subiendo y otras que siguen bajando.

Que las clases y las medidas sanitarias estén sujetas a los vaivenes de los juegos del poder, demuestra hasta qué punto está instalada la puja electoral en el manejo de la pandemia.

La Argentina fue el país hispanohablante más extenso del planeta, con 2,78 millones de kilómetros cuadrados y 45 millones de habitantes. Ahora, por la voluntad secesionista del presidente, se amputó la jurisdicción nacional con la creación de la república del Amba, que tiene apenas 13 mil km2, pero que cuenta con 18 millones de habitantes.

Un presidente, dos países. El país porteño y aledaños, por obra y gracia de los intereses políticos cuenta con un presidente preocupado y ocupado en sustraer las competencias locales, pretendiendo erigirse en el mandamás de la nueva república y tomando medidas inconsultas a diestra y siniestra. Por el otro, el país profundo del interior argentino, casi totalmente dejado de lado, en el que no se observaron las decisiones nacionales, sin que ello le importase a un presidente ausente.

Mientras todo ello sucede, el país real se debate entre la escasez de vacunas, la ansiedad de sus habitantes por acceder a la tan esperada inoculación, y una economía que va llevada a rastras por una inflación galopante que no sabe de virus ni de momentos electorales.

Condicionar los intereses globales de una sociedad, cercada por los problemas económicos y sanitarios, a los intereses electorales de un sector, no parece ser el camino. Son necesarios los acuerdos y no las disputas, es responsabilidad de la máxima autoridad crear el ámbito de diálogo.

Por ahora, con la deteriorada imagen presidencial y la falta de resultados en los distintos campos de gobierno, el oficialismo le prende una vela a “san vacuna”, el único santo que podría interceder a su favor con el poder de la jeringa.