Corrientes, viernes 29 de marzo de 2024

Opinión Corrientes

La cepa populista, por Jorge Eduardo Simonetti

12-04-2021
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“El populismo parece ser una comorbilidad en una pandemia, aumentando su cifra de muertes en el proceso”- Frida Ghitis,
The Whashington Post


Estos catorce meses de pandemia nos han dejado muchas enseñanzas. Muchos aprendimos de ella, otros nada.


Es cierto que, con el diario del lunes, todos podemos ver con mayor claridad aquello que fue correcto en nuestro comportamiento como individuos y como sociedad ante el embate del virus, y aquello en lo que nos equivocamos. Fue un aprendizaje, todo un proceso de prueba y error.

Pero como no es una enfermedad individual sino completamente social, requiere el comportamiento conjunto para combatirla. Y allí nos dimos cuenta que muchos semejantes nada aprendieron, siguen siendo tan irresponsables como insolidarios, circulando sin tapaboca, no respetando la distancia social, organizando y participando en reuniones y fiestas que generan la propagación de la patología altamente contagiosa.

¿Es un débito educacional, es la inmadurez de la edad temprana, es la estupidez de la edad adulta? Es eso y más; es una cuestión cultural arraigada en individuos que jamás entenderán de lo que se trata, solo con la correspondiente sanción penal.

Pero el aprendizaje ha sucedido también con los gobiernos, con los científicos, con los sanitaristas, con la gente especializada, muchos de los cuales fueron evolucionando a medida que se actualizaban los conocimientos y las nuevas comprobaciones.

Bastante de lo que ayer se creía, hoy ya no es aplicable. Cuarentenas estrictas no pudieron evitar la propagación, pero sí causaron un daño casi irreparable en la economía de las personas.

Con la segunda ola en plena evolución, se ha confirmado plenamente que la respuesta social es la única que puede limitar la propagación, que las clásicas recetas de barbijo, distanciamiento y lavado de manos son las que en mayor medida proporcionan una barrera contra el contagio.

Pero también se ha confirmado que el confinamiento total, con el cierre de la economía, en el balance final de perjuicios y beneficios, resultó no ser la solución para un país que salió del mismo con muchos infectados pero también con mucho más pobres. Es lo que pasó en la Argentina.

Está claro, se ha comprobado, que los gobiernos deben manejar la situación como el chofer que conduce un vehículo en un camino poceado, utilizando el freno y el acelerador conforme las condiciones de la ruta.

Con todo ello, la pandemia ha dejado al descubierto no solo la existencia de personas sin el mínimo de responsabilidad para vivir en una sociedad, sino también de gobiernos que han hecho todo lo posible para que la misma se extienda y se agrave.

Me estoy refiriendo a las gestiones populistas, tanto de derecha como de izquierda, que bajo diversos pretextos se han constituido en verdaderas cepas mortales con su comportamiento demagógico, generando dos variantes: la “liberticida” y la “autoritaria”.

Con la primera variante, la liberticida, en el podio se encuentra Donald Trump que, con su patético negacionismo y desastrosa gestión, posibilitó que los Estados Unidos tenga la peor cifra de fallecimientos durante la crisis sanitaria, la mayoría de los cuales pudo haberse evitado, según la declaración de Deborah Birx, coordinadora del grupo de trabajo sobre covid-19 del expresidente.

Cabeza a cabeza, disputándole el primer puesto, está el presidente Jair Bolsonaro, responsable principal de que hoy el gigante sudamericano esté pasando por una tremenda situación. Su actitud de Rambo carioca, que lucha contra la “gripecita” a pecho descubierto, que desperdició fondos públicos en tratamientos inútiles como la hidroxicloroquina, que convocó a la sociedad brasileña a protestar contra las medidas de seguridad, solo sirvió para colocar a su país al borde del colapso sanitario, con una cifra increíble de muertos.

Completando el podio, con una actitud similar de un negacionismo irracional, está el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, un populista hecho y derecho cercano al gobierno argentino. Trascendió hace algunos días, que la cifra real de muertos es 60 % más alto que la cifra oficial, lo que significa que su país está disputando con Brasil el segundo lugar en el número de fallecidos.

El casi eterno presidente de Nicaragua Daniel Ortega, un populista de izquierda que cogobierna con su esposa el país centroamericano, convocó a la gente a la calle para que participaran de un desfile festivo al que llamaron “Amor en tiempos del covid-19”, parafraseando la obra de Gabriel García Márquez. Un irresponsable.

En la variante autoritaria de la cepa populista se encuentran dos dictaduras postsoviéticas. La de Aleksandr Lukashenko de Bielorrusia, que consideró que la pandemia solo es una psicosis, y recetó vodka y sauna para prevenirla. A pesar de ello, su población actuó responsablemente para limitar los contagios. En Turkmenistán la cosa fue peor: se prohibió el uso de cubreboca y cualquier discusión sobre pandemia. La prensa tiene prohibido el uso de la palabra coronavirus, y el gobierno informa que no tiene ningún caso.

En Camboya, el primer ministro Hun Sen, en el poder hace 35 años, dio la bienvenida a los cruceros del mundo, prohibiendo críticas y arrestando a los ciudadanos quejosos. Pasó de la negación a la represión, utilizando la emergencia para reforzar el control del régimen.

En África, otro populista autoritario, el presidente John Magufuli de Tanzania, prohibió las conversaciones sobre la emergencia global, dijo a la población que no se molestara en utilizar el cubreboca y afirmó que tres días de oración erradicaban el virus. Magufuli falleció en marzo, y según se sabe, su deceso fue debido a haber contraído coronavirus.

Esta variante autoritaria está también instalada en una provincia norteña de nuestro país, y hasta ahora fueron vanos todos los esfuerzos por erradicarla, a pesar de que es objeto de estudio constante de un análisis de laboratorio que identifica pero no remedia.

Tal vez al lector le resulte dificultoso creer que los gobernantes puedan construir tamañas payasadas para negar o restarle importancia a una patología infecciosa -que sigue causando millones de muertes en el mundo y que es cada vez más trasmisible- o que encuentren la solución en regímenes carcelarios.

Prueba más que suficiente para constatar que la patética demagogia que utilizan responde a un molde de liderazgo cortado con la misma tijera: la tijera populista, que, al decir de Enrique Krauze, “alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público”.

En síntesis, la cepa populista, en sus variantes liberticida y autoritaria, mata de a poco a una sociedad, y se ha probado que todavía no hay vacunas para erradicarla, salvo la del voto ciudadano.