Corrientes, viernes 29 de marzo de 2024

Opinión Corrientes

La tragedia de Monte Grande, por Miguel Raúl López Bréard

11-01-2021
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El 17 de diciembre de 1949, muy temprano, desembarcaron en el puerto de Ituzaingó, del barco de pasajero “El Iguazú”, una pareja que decían venir de Buenos Aires y querían ir a San Antonio, Apipe, de donde eran oriundos.

Estos eran relativamente jóvenes, quizás de treinta y tanto años. El mozo dijo llamarse Antonio de la Cruz Ayala, oriundo de Monte Grande, hijo de Doña Cayetana Ayala, y ella Nemesia Espínola, nacida en Vizcaíno, hija de Asunción Espínola, que mostraba un embarazo de unos cuatro meses. El era de mediana estatura, buena contextura física, cabellos negros y tés blanca, con ojos vivaces que parecían repasar permanentemente el paisaje, como queriendo recordar su pasado, mientras que ella, aunque de rasgos nativos, tenía un encanto particular que le daban sus ojos pardos. De buenas formas, movimientos suaves, hablar pausado y lento, bien pronto consiguieron que Tanicho Cáceres, un vecino de Punta Aguirre que estaba en el puerto, por partir para allá, les ofreció llevarlos, ya que no tenían muchos equipajes. En ese andar lento agua arriba, con el golpe sostenido de los remos llegaron hasta Naranjito, desde donde encararon el cruce hacia la Isla, la charla entre ellos los fue llevando por recuerdos que de alguna manera parecían compartir. Contó que a los doce años se embarco en la chata “Amambai”, de la Cía., Dodero, como “mitaí”, desembarcando en Buenos Aires, yendo a parar a la casa del Capitán que vivía en Banfield, y con el tiempo consiguió conchabo en servicios generales de una fábrica de esa misma localidad, donde hacía bastante tiempo que estaba. Muy cerca de allí, en una panadería le conoció a su compañera, con quien hacían tres años decidieron formar pareja.

Pero las añoranzas de su natividad, preguntas sin respuestas, que siempre rondaban sus pensamientos, de ese destino que los llevo tan lejos del pago y sus raíces familiares, hizo que un día se organizaren para venir a ver a sus madres, de las cuales nunca más tuvieron noticias.

Se cuenta que en San Antonio, Don Toledo les consiguió una proporción que esa tarde se iba hacia Monte Grande, con el que al promediar el día llegaron hasta aquel Paraje. Allí fueron recibidos por Don Taní Ayala, hermano de su madre, que le anoticio que ella había fallecido el año anterior.

Al día siguiente muy temprano fue con su tío hasta el pequeño campo Santo, a visitar la cruz de su madre, y para el medio día, el vecindario enterado de sus presencias se acercaron a saludarlos. Entre estos estaba Doña Siriaca Espínola, hermana de Asunción, por lo tanto tía de Nemesia, a quien entre sollozos abrazo fuertemente, apartándose del grupo la llevo hasta la costa del Río, donde sentadas las dos, en una larga charla, le confesó que esta era hija de un marinero llamado Ramón Ojeda que estuvo destinado mucho tiempo en Viscaino, a quien su madre le abandonó por enterarse que en Monte Grande, con Cayetana Ayala tenido un hijo, por lo cual ella entendía que su marido era su hermano de parte de padre.

A partir de allí, la joven mujer cayó en una profunda crisis, lloraba sin parar con la mirada perdida en el espacio, ese medio día no comió encerrándose en la pieza, su marido desesperado no entendía que le pasaba a su esposa, solo le pedía que le hable y diga porque sufría tanto, pero nada. Esa siesta, mientras se almorzaba, ella subrepticiamente desapareció y cuando se dieron cuenta que no estaba en la pieza, salieron a buscarla, encontrándola colgada en la costa del Río con un cabresto, de la rama de un añoso Timbo …