Corrientes, jueves 18 de abril de 2024

Opinión Corrientes
EL CASO PERU

El congreso como institución representativa de nuestros desgobiernos; por Francisco Tomás González Cabañas

15-11-2020
COMPARTIR     
“El congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores” (Borges, J. “El congreso”. Emecé. 1989. Buenos Aires. pág, 45.)

Políticamente, dado que lo está en cuestión o en juego, es sí estamos eligiendo lo que nos sucede, tal como creemos elegir un gobierno o a nuestros representantes, el retrato, de lo que no somos, es decir la promesa, lo imposible de lo democrático, precisamente, funciona en ese no cumplimiento, en esa no realización. No constituimos un gobierno ni del pueblo, ni para el pueblo, sino una entelequia como doble, que sin embargo, es todo eso y más, la festejamos, la simbolizamos en el ejercicio electoral, la convertimos en fetiche. Las elecciones que se llevan a cabo en distintas partes del mundo, son las selfies, las fotos que socializamos, la imagen que nos da gozo de lo que supuestamente somos, a sabiendas de que no lo somos. Nos ha dejado de importar que nos importe ser, ahora nos alcanza con vernos, más allá de cómo, cuando, donde y porque, consiguientemente nos importa nada, quien nos gobierne, como, cuando y porque. Tal vez, este segundo estadio del espejo, de habitar dentro de la interfaz, de habernos convertido en ese doble, nos evite la angustia de la muerte, no por nada tenemos gobernantes que nos dicen amar y trabajar por nuestra felicidad. No se trata de creer, sino de sentir, hemos dejado de desear para obtener el goce, a como dé lugar y esta es nuestra gran tragedia en sí misma, a la que no podemos escapar desde la condición del doble, del autorretrato, del democrático supuesto.

La repitición del goce, como síntoma de nuestra enfermedad, se manifiesta de forma palmaria . Sucedió en Argentina, como en otras aldeas, sucede actualmente en Perú.

La democracia avanza a su disolución misma, hacia su corrupción generalizada, en la que pretende envolver al hombre, a la humanidad a la que claramente tiene subyugada. Resistirnos al límite tajante, es lo único que sostiene nuestra expectativa, que nos conduce a un estado de negación enfermizo, en donde no queremos pensar siquiera en la posibilidad de que todo termine, y eso es lo que nos empuja a tal finalidad ineluctable. Sí asimilamos que podríamos estar ante nuestro propio fin, posiblemente tengamos una probabilidad, entre muchas, de pensar nuestra salvación o salvoconducto, que no sea la cárcel, el presidio, o la mortalidad a la que nos condenamos con lo irresoluto de lo democrático.

En su libro Pedir lo imposible, Žižek escribe: “El capitalismo global ya no puede combinarse con la democracia representativa”. El autor es uno de los faros intelectuales más escuchados en los últimos tiempos y, por tal condición, asimilado por el sistema mismo al que pertenece críticamente. La afirmación citada la formula en relación con un colega suyo —de avanzada edad— que, tras un paso por la cárcel a causa de acciones subversivas décadas atrás, trabaja ahora en la remisión de la mansedumbre (tal vez esta sea la magia de la ancianidad) dando idea, a través de textos como Imperio a una propuesta de democracia absoluta en donde la representatividad se suprima por la acción democrática, propiamente dicha.

En cualquier universidad occidental (entendiendo Occidente, básicamente, como Europa más el norte de América), bar, confitería o espacio de paseo de vanidades del intelectual promedio, en donde la única preocupación —medianamente coherente (como si las preocupaciones tuviesen una coherencia en su origen, en su razón misma de ser o de emerger)— sea que alguien, en nombre de una deidad, se explote como bomba o robe un camión y justo pase por encima del oportuno pensador, esta formulación bien podría ser tan novedosa y creativa, como posible y asequible.

Mientras el resto del mundo, ese que mayoritariamente no está gobernado por lo democrático (paradoja excelsa del sistema que propone la aprobación de la mayoría y que a nivel mundial, apenas si es una minoría que pretende imponerse a los que no se organizan de tal modo) o que parsimoniosa, pero progresivamente, se va despegando de esta experiencia (es el caso de los países de Eurasia, que presentan una mutación a sistemas despóticos en los últimos años), o que amaga adquirirla para, prontamente, abandonar la idea (como es el caso antológico de la potencia económica y productiva mundial, China, que siquiera guarda atisbos de lo democrático), nuestras luminarias intelectuales insisten (insistimos) en seguir conceptualizando la política bajo términos, expresiones y caracterizaciones democráticas.

En vastos latifundios latinoamericanos, en donde bajo esas formalidades que desde Europa o desde el extremo norte de América llaman “democracia”, estamos quienes habitamos: ciudadanos que obedecemos a rajatabla los deseos políticos y públicos del gobernante de turno, de quien nos cobija en su manto protector para que no nos dañemos con la experiencia de la libertad. Pero no hay posibilidad de no dañarnos; quienes dicen estar para proteger nuestros derechos (de expresión o de libertad) jamás repararán en lo que decimos y nuestros derechos jamás serán cumplidos.

Plantear que la democracia podría ser absoluta en sitios en donde existe formalmente, pero en donde más de un tercio de la ciudadanía posee serios problemas para alimentarse (pandemia mediante lo democrático demostró que tampoco puede prevenir, curar, ni educar ni garantizar la estructura de lo social-laboral ante el advenimiento de un virus); y en donde, por ende, solo un 10% de tal población podría considerarse habilitada tanto existencial como materialmente para plantear algo más allá de su propia supervivencia (es decir, escapar a lo omnisciente de la billetera, la plata, el látigo o el plomo del gobernante) es de un cinismo tan grande que solo puede entenderse si se expresa desde un desconocimiento tan supino como inimaginable.

Por supuesto que no se puede discutir, palmo a palmo, en un relación de fuerzas proporcionales con los intelectuales que, al servicio de las academias, editoriales y grupos mediáticos, se pasean como modelos en una pasarela por la feria de vanidades en las que exteriorizan su labia o profusa intelección, para plantear la novedad tautológica de “absolutizar lo absoluto”. Nuestro cometido, apenas, es dar cuenta de que otros seres humanos transitamos el derrotero de no caer víctimas del olvido formal de que nos consideren en una fría estadística. Ciudadanos, sujetos de derechos de un sistema que nos tiene cautivos, fagocitados y encerrados en su perversa y pérfida lógica. Repitiendo el goce perverso, de su rotundo fracaso, en la parodia de lo representativo y de la representación. Porque si no nos damos cuenta de que hemos sujeto nuestro destino humano a la suerte del sistema, que tiene en su naturaleza voraz el tragarse a sí mismo, entonces ya no podremos consumir ni siquiera el derecho al espectáculo, a la platea, al aforo, a la butaca en primera fila para asistir a nuestra propia disolución. En tales lugares la violencia, la agresividad y la sinrazón, batallan por la imposición misma, para conquistar la tan temida y temeraria “legalidad” jurídica que reconozca las instituciones carentes de legitimidad.

El salto al vacío, el de organizarnos de un modo en el que no tengamos demasiadas referencias escritas, al contrario de lo que podríamos pensar, es la única salida ante la caída al abismo, a la que avanzamos casi furiosa y, por supuesto, representativamente, democráticamente.