Corrientes, jueves 28 de marzo de 2024

Cultura Corrientes
MITOS Y LEYENDAS GUARANÍES POR NUBE EDICIONES EN EL MUSEO VIDAL

Bibiana Romero y las leyendas de la tijereta, el colibrí, el pitogué y la Cuarajhy Yara

17-09-2020
COMPARTIR     
Foto: La tijereta, por Bibiana Romero. Acrílico sobre lienzo. (40x50 cm.)

La tijereta, el colibrí, el pitogué y el canto del Urutaú junto a la Cuarajhy Yara, abren sus alas a través del trazo de la artista visual Bibiana Romero en la exposición online de Mitología Guaraní inaugurada por el Museo Dr. J.R Vidal y Nube Ediciones.

Además de Bibiana Romero, participan en esta muestra Eugenio Led, Diana Aguirre, Agustina Magalí Aguirre, Manuel Artigue, Marcos Billordo, Emiliano Correa, Sofía Di Pietro, Jorge Efrén Silva, Sol Flores, Matías Gómez, Gerardo Mansur, Kevin Mayore, Darío Ojeda, Alexander Roa, Fabián Roldán, Bibiana Romero y Carlos Vivas.

La muestra puede apreciarse completa en https://museovidal.wixsite.com/corrientes

LA TIJERETA

Tupá había decidido que las almas de los que morían y que debían llegar al cielo, lo hicieran volando con unas alitas que Él enviaba a la tierra por medio de sus emisarios. Claro que para los mortales esas alitas eran invisibles.

Una vez que el alma llegaba al ibaga, Tupá destinaba esa alma a un ave que Él creaba con tal objeto, de acuerdo a las características que hubiera tenido en vida la persona a quien pertenecía.

En un pueblito guaraní vivía Eíra con su madre. Ésta, que había quedado imposibilitada, dependía para todo de su hija, que a su vez se dedicaba a atenderla y cuidarla, ganándose la vida con su trabajo.

Eíra era costurera, y para tener a mano la yetapá que tantas veces necesitaba, la llevaba colgada a la cintura, sobre su blanco delantal, por medio de un cordón oscuro.

Muy trabajadora y diligente, a Eíra nunca le faltaban vestidos para confeccionar, de manera que era muy común verla con tela y tijera, cortando nuevos trabajos.

Se hubiera dicho que la tijera formaba parte de ella misma. Por la mañana, al levantarse y luego de haberse vestido, lo primero que hacía era atarla a su cintura teniéndola pronta para usarla en cualquier momento.

Viejecita y enferma como estaba, y a pesar de los cuidados que le prodigara, la madre de la laboriosa Eíra murió una noche de invierno, cuando el frío era muy intenso y el viento soplaba con fuerza.

Grande fue la pena de esta hija buena, dedicada siempre y únicamente a su madre y a su trabajo.

Desde ese momento quedó sólo con su tarea, a la que se entregó con más ahínco que nunca tratando de distraerse, porque su pena era muy intensa y la desgracia sufrida la había abatido de tal forma que perdió el deseo de vivir.

La tijera así suspendida acompañaba el ritmo de su paso y brillaba el reflejo de la luz, cuando la costurera se movía de un lugar a otro.

No mucho tiempo después de la muerte de su madre, la dulce y sufrida costurera enfermó de tristeza y de dolor, tan gravemente que no fue posible salvarla.

Eíra había sido siempre buena, excelente hija y laboriosa y diligente en sus tareas, por lo que Tupá llevó su angá al cielo.

Allí creó para albergarla un pájaro de plumaje negro, con la garganta, el pecho y el vientre blancos. Omitió los matices alegres y brillantes considerando que su vida había sido humilde, opaca y oscura, aunque llena de bondad y sacrificio.

Cuando Tupá hubo terminado su obra, Eíra se miró y miró a Tupá como intentando pedirle algo.

El Dios bueno, que conoció su intención, dijo para animarla:

-¿Qué deseas, Eíra? ¿Qué quieres pedirme?

Conociendo la amplia bondad de Tupá, comenzó humilde y avergonzada a pedir... ¡ella que jamás había pedido nada!

-Tupá... Dios bueno que complaces a los que te aman y respetan... yo desearía...

- ¿Qué es lo que quisieras, Eíra?

-Tú sabes que durante toda mi vida sólo al trabajo me dediqué y quisiera tener un recuerdo de lo que me ayudó a vivir...

-Dime, entonces... ¿qué es lo que deseas?

-Yo desearía tener una tijerita que me recordara la que tanto usé en mi vida en la tierra y que contribuyó a que sostuviera a mi madre...

Encontró Tupá muy de su agrado el pedido de la muchacha, por la intención que lo inspiraba, y tomando las plumas laterales de la cola las estiró hasta dar a la misma la apariencia de una yetapá, como lo deseara la costurera, otorgándole, además, la propiedad de abrirla y cerrarla a su voluntad, tal como hiciera durante tanto tiempo con la de metal con que cortara las telas.

Por la semejanza, precisamente, que tiene la cola de esta ave con la tijera, la llamamos tijereta.

COLIBRÍ



Foto: Colibrí, por Bibiana Romero. Acrílico sobre lienzo. 40x50 cm.

Fuerte y bravo como el yaguareté, esbelto como los juncos de los esteros, ágil como los venados del llano, el joven guerrero Mainumbí, consciente de sus atributos físicos, sentía placer en atormentar a las cuñataíes de la tribu, prometiéndoles amor y abandonándolas después.

Un día su padre le dijo que precisaba constituir una familia pues era esa la costumbre de su pueblo. Mainumbí dijo que no había encontrado aún la mujer que mereciera su amor y Tupã, oyendo tanta soberbia, decidió darle al indio su castigo. Estaba como todas las noches de luna, contemplando su sombra, cuando se le apareció la más bella criatura que hubiera imaginado, que parecía más una flor que una persona, de la cual inmediatamente se enamoró.

La criatura echó a andar campo travieso y corrió hasta el amanecer, en que quedó aún más bella. Se detuvo en un lugar lleno de flores y le dijo a Mainumbí que cerrara los ojos un momento. Cuando los abrió de nuevo la doncella había desaparecido, pero se oía su voz diciendo: Tupã me ha convertido en una de las flores que aquí ves. Y tú ya no eres un indio sino un pequeño pájaro, el más hermoso acaso de todos los que existen. Tu castigo, por presuntuoso, será buscarme entre esta infinidad de flores y luego entre cuantas otras sigan dando en esta tierra.

(Extraído del libro "Leyendas y supersticiones" de Serafin J. Garcia, publicado por Ed. Mosca Hnos, Montevideo, 1968. Primera Parte: Leyendas Americanas)

EL PITOGUE


Foto: El pitogue, por Bibiana Romero. Acrílico sobre lienzo. 40 x 50 cm.

El pitogüe (pitogue), no es otro pájaro que el benteveo, el Pito Juan o el bicho feo como también se lo llama en otras partes.

Una pobre vieja, casi centena­ria, vivía a la orilla de un espeso monte, con la única compañía de dos muchachos huérfanos, que ella había recogido. La anciana apenas comía ya, pero sus hijos adoptivos se alimentaban con los productos naturales que ofrecía la zona, co­mo perdices, peces, tatúes y fru­tas tan sabrosas como la pytãnga, el arasa y el ñangapiry.

El vicio del petỹ o tabaco entre­tenía la monótona existencia de aquella mujer, a quien le agradaba sobremanera fumar en un rústico pito de palo, que de continuo esta­ba acariciando. Los muchachos se lo llenaban y encendían.

Así pasa­ba la mayor parte de sus horas, sen­tada en un sillón de paja, con la blanca cabellera, sujeta por una sucia vincha. Cuando el tabaco deja­ba de arder, ella gritaba llamando a los muchachos con insistencia:

- ¡Pitogue, pitogue! (Pito apagado, pito apagado).

- ¡Enseguida, mamá, enseguidita! - le respondían ellos, que siempre se acercaban corriendo, para no oírla rezongar ni soportar sus insultos, que sabían ser duros.

Aquel llamado chillón, “pitogue, pitogue”, repetido día a día, durante largos años, llegó a constituir una verdadera pesadilla para los muchachos, que no podían jugar ni salir libremente a cazar por el monte, bajo la luz del sol.

La búsqueda de alimentos la tenían que realizar por turno, para no dejar a la mujer sola.

Al promediar una mañana, cansados ya de semejante vida, después de comer una mulita asada y algunos frutos, decidieron marcharse definitivamente, condenando a su propia suerte a la pobre mujer que los había criado.

En ese momento, ella se hallaba durmiendo en su sillón de paja, con el pito o cachimbo apagado, entre las ru­gosas manos. Cuenta la leyenda que muy grande fue la desesperación que sintió la anciana, al despertar más tarde, llamando en vano a los muchachos, y que de tal manera se fue transformando en el ave que actualmente es.

Tanto su acostumbrado grito, como la sucia vincha que la vieja usaba para sujetar su cabello, se perpetúan en la cabeza y en la gar­ganta de esta especie insectívora, tan útil a la agricultura, como temi­da por la superstición.

Se dice que el pitogue anuncia desgracia como el ypekũ (pájaro carpintero), y el suinda (lechuza, mochuelo, especie de búho).

Este pájaro protector de las plantas y de los sembrados, es enemigo del perjudicial gusano conocido con el nombre de bicho de cesto.

“Leyendas y supersticiones del Iberá. Seres metamorfoseados” por Perkins Hidalgo, Guillermo. Nota aparecida en el fascículo 7 “Corrientes entre la leyenda y la tradición”, de la publicación “Todo es Historia”, colección dirigida por Félix Luna, en Octubre de 1987.

CUARAJHY YARA


Foto: Cuarajhy yara, por Bibiana Romero. Acrílico sobre lienzo. (40 x 60 cm.)

Cuenta esta leyenda guaraní que en tiempos remotos una bellísima joven se enamoró de un joven forastero, quien, luego de obtenidos sus favores le dijo que era el dios Cuarajhi (el sol en guaraní) y que debía regresar al cielo. La noche se aproximaba y él debía partir.

Ella para poder seguir viéndolo se subió al árbol más alto, y desde allí, mientras lloraba la desdicha de perderlo, se transformó en pájaro.

El canto del Urutaú Por su parte Serafin J. Garcia recopila la siguiente versión: Los indios se habían agrupado en torno del cacique Yaguarí, después de haber sido desalojados por los blancos de la ribera del Paraná. Entre los guerreros estaba Urutaú, famoso por su sentido de la orientación y su habilidad para deslizarse en la espesura selvática sin ser visto ni oído. Una noche Yaguarí lo mandó a observar el campamento español y traer noticias sobre cuantos eran y que armas tenían. Urutaú se encaramó en un lapacho y desde su altura observó atentamente todos los movimientos del campamento, hasta que apareció una mujer tan hermosa ante sus ojos que él creyó tratarse de una aparición.

La blanca era esposa de un capitán y Urutaú se enamoró en el acto de ella, al punto que decidió que no saldría más de esse lugar. Hizo una flauta con la cual todas las noches le tocaba dulces y tristes melodías que parecían quejas de una criatura fantasmal. Yaguarí, cansado de esperar el retorno de Urutaú y pensando que lo habían aprisionado mandó otro guerrero en su lugar que retornó con la noticia de que Urutaú lo había traicionado al enamorarse de una española.

Yaguarí ordenó que lo mataran por la espalda y así lo hicieron los guerreros esa misma noche. Ni bien el indio cayó acribillado, su alma voló transformándose en un pájaro de ojos resplandecientes que vuela de copa en copa con sigilo de fantasma, y que canta una melodía dulce que parece un sollozo. El canto del Urutaú pasó a ser el símbolo de la pena inconsolable que acompaña los amores imposibles.

Extraído del libro "Leyendas y supersticiones"; de Serafin J. Garcia, publicado por Ed. Mosca Hnos, Montevideo, 1968. Primera Parte: Leyendas Americanas.