Corrientes, viernes 26 de abril de 2024

Opinión Corrientes

Reforma Judicial y vacaciones; por Jorge Eduardo Simonetti

16-08-2020
COMPARTIR     
*Salvo por la reprogramación de la deuda con bonistas que posponen los próximos vencimientos, nuestro país se encuentra inmerso en una tormenta casi perfecta. Al nivel récord de contagios, una economía paralizada, sin plan conocido, la pobreza por doquier, los delitos violentos, le agregamos el liderazgo tóxico de los dos referentes principales de la política argentina: Cristina, dedicada a salvarse, reforma judicial mediante, y Macri, ciego, sordo, mudo y de vacaciones.

**El mundo está expectante por la aparición de la vacuna que termine con la pandemia. La vacuna, que también traerá alivio sanitario a los argentinos, paradójicamente nos enfrentará con nuestros peores fantasmas.

***Tendremos que ser conscientes de nuestra escasa capacidad de resiliencia, especialmente por la carencia de liderazgos positivos que encabecen la recuperación con el propio ejemplo de sus conductas.

“Los hombres y los reyes deben juzgarse por los momentos críticos de sus vidas”

Winston Churchil

                               Ponerse a reformar la casa o salir de vacaciones en medio de situaciones graves de desequilibrio económico familiar y de problemas de salud de sus integrantes, son cosas que a pocas personas se les ocurriría hacer. Ni que hablar de los países.

                               La expresión “tormenta perfecta” es relativamente nueva. Fue popularizada por una película de hace quince años, basada en hechos reales, aquéllos sufridos por pescadores de pez espada en la isla de Sable (una pequeña porción de tierra en las costas de Canadá, en el Atlántico Norte), que fueron sorprendidos por la conjunción de dos grandes borrascas, una de aire frío y continental y otra de aire caliente del lado opuesto. El choque o fusión de ambas, provocó grandes desgracias.

                               De allí que la misma se aplica a situaciones en las que existen una suma de circunstancias negativas que son capaces de arruinar un país, de crear grandes dificultades o situaciones de máxima tensión. Los problemas se conjugan de tal forma, que la voluntad humana poco puede hacer para menguarlos, pero seguramente lo que no debe hacer es ignorarlos o sumar elementos para agigantarlos.

                               Temo que la Argentina, transcurriendo el mes de agosto de 2020, se encuentra en medio de una tormenta casi perfecta. Y digo casi, por un hecho que muchos se animan a calificar de positivo pero que pocos, incluyendo al oficialismo, se atreven a festejarlo: la reprogramación de la deuda con acreedores externos.

                               Es cierto que el “default” de nuestro importante pasivo económico nos hubiera abierto en la nave una brecha casi imposible de suturar, pero no lo es menos que la borrasca sigue con una fuerza demoledora y que el capitán no es el dueño absoluto del timón.

                               Tal vez no sea el momento de discutir la responsabilidad del endeudamiento. Del lado oficial echan toda la culpa a los préstamos tomados por la administración Macri, de este sector advierten que fueron necesarios para pagar deuda de los Kirchner. De cualquier modo, es una parte del problema que se ha logrado “patear” (típica costumbre criolla) hacia adelante, nos otorga un respiro financiero y nos mantiene dentro del mundo.

                               Pero reprogramar la deuda no nos augura un futuro de bonanza o por lo menos de menos zozobra, más aún cuando no se visualiza plan alguno en el gobierno de los Fernández.

                               Es cierto que atraviesa el mundo una situación de excepción por nadie prevista, por lo menos en esta magnitud. La pandemia universal ha debilitado la economía en muchos países, pero particularmente en aquellas naciones con escasa capacidad de resiliencia.

                               Es decir, la emergencia sanitaria probablemente retrase o dificulte la recuperación de los países con idoneidad de autosanación, pero para aquéllos que padecen de defectos casi congénitos en su funcionamiento, representa un golpe mortífero con potencial destructivo de proyección extendida hacia el futuro.

                               Y en la Argentina se conjugan las dos corrientes opuestas: la una con la situación mundial por la pandemia y la otra con las dificultades endémicas de un país que vive de crisis en crisis.

                               A pesar de la retracción del consumo la inflación sigue alta, y seguramente seguirá creciendo, el parate de la economía ha causado el cierre de muchas empresas y comercios, los trabajadores independientes están paralizados, el empleo ha caído en forma vertical, la pobreza lógicamente se incrementa, los delitos están a la orden del día.

                               El gobierno ha disminuido su recaudación impositiva por el achicamiento de la actividad económica, la maquinita de imprimir dinero no da abasto para hacer frente a los compromisos y para sostener la ayuda social y crediticia a los sectores más comprometidos, obviamente el déficit público alcanza niveles récord, todo lo cual preanuncia que estamos muy lejos de ver la luz al final del túnel.

                               Cómo si ello no fuera suficiente, una cuarentena estricta y paralizante impuesta por el gobierno argentino, ya no sirve como excusa para la defensa sanitaria, el país ha ingresado en una espiral de contagios casi similar a la de los países europeos meses atrás. Parados y contagiados, es decir una “tormenta perfecta”, o casi si no fuera por el arreglo con los bonistas, que poco se traducirá en el bolsillo del argentino promedio.

                               Es cierto que las prioridades cuentan. Cuando estamos en peligro de muerte, nos alcanza con salvar la vida. Éste es el concepto del presidente, que no atina a proyectar un futuro de mínima previsibilidad. Por ahora para el gobierno alcanza con no hundirnos, aunque haya que seguir sacando el agua con baldes y no se visibilice medianamente cerca un puerto dónde atracar.

                                Estamos todos pendientes de la vacuna, pero paradójicamente la vacuna es la que nos pondrá frente a nuestro propio drama. Ya no habrá peligro de muerte por coronavirus, si dios así lo quiere, pero seremos nuevamente víctimas de la imprevisión, la falta de planes, la incapacidad de autosanación de una sociedad que vive demasiado del estado, y de una dirigencia que no está a la altura de las circunstancias.

                                Los pueblos y sus políticos deben generar sus propios liderazgos para salir de las situaciones complejas. Es cuándo más se necesitan hombres y mujeres con una mirada más larga y con una actitud de mayor ejemplaridad. Lo que fue Churchil para los ingleses durante la guerra, lo fue Charles de Gaulle para los franceses en el período de post guerra.

                               Argentina está transcurriendo uno de los momentos más difíciles de su historia y no aparecen los liderazgos positivos, antes bien se repiten viejos esquemas que nos auguran una continuidad en pendiente.

                               El liderazgo oficialista está depositado en Cristina Fernández, y su preocupación está puesta principalmente en hacer progresar una “reforma judicial” mafiosa, para salvarse de destinos carcelarios.

                               Quién debería ser el líder opositor luego de obtener el 41% de los votos hace unos pocos meses, avergüenza a sus propios votantes vacacionando en el exterior y desentendiéndose en lo absoluto del destino de sus connacionales.

                               Son dos liderazgos tóxicos, uno por comisión, el de Cristina, obsesionada por “salvar la ropa” con su reforma judicial; otro, por omisión, el de Macri, que nos muestra su “gran” aporte al país al manteniéndose ciego, sordo, mudo y de vacaciones.

                               Mal que les pese a los argentinos que simpatizan con uno u otro, verdaderamente estamos en problemas, no sólo por aquellos reales que nos colocan la enfermedad y la economía, sino fundamentalmente porque es difícil visualizar un futuro sin el componente humano de timoneles positivos que nos encaminen hacia mejores puertos en medio de una tormenta casi perfecta.