Corrientes, miercoles 24 de abril de 2024

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#QUEDATEENCASA: historias que van de boca en boca

05-08-2020
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Leonardo Ismael Gómez comparte desde La Cruz, Corrientes, una historia: “De boca en boca”. Para contactar al autor: ig4081725@gmail.com - Facebook: Gómez Leonardo. Instagram: leon8257 (Leonardo Gómez)


DE BOCA EN BOCA
Esta historia era una de las tantas que asolaban la gran región del departamento San Martín, más precisamente de un pequeño pueblo parte de su conjunto llamado La Cruz. Lugar donde todos conocían a la familia Shiena, grupo numeroso y heterogéneo.

Genealógicamente por sus ramas ascendía un grupo de mujeres un tanto peculiar en características: estructura delgada, de cutis moreno claro; dueñas de un cabello rubio o castaño que descansaba sobre una base ovalada; lienzo que a su vez albergaba tigres de oscuros pardos que, si te llegaban a ver, como brisa helada de tormenta penetraban tu alma. Cuando las personas reconocían en una mujer tales dotes decían: “es una de las Loretas”. Y resultaba así, siempre las Loretas; jovenzuelas de espíritu libre que afrontaban la vida como si fuera un instante.

Nada por fuera de lo normal circundaba a esta familia si se comprendía el hecho de que debían ganar su sustento diario. Sin embargo, y esto me lo contaron ciertas personas que prefirieron el anonimato (Y sólo ellas saben el porqué), estas mujeres poseían cierta ciencia. Comentó una:
–Cuando tengas algún mal, sea lo que sea, busca a las Loretas – añadiendo–Toma cierta plantita, hiérvela y déjala reposar por tres días. Esto antes del primer día de cada mes, todos los meses. Te dará vitalidad y buena vibra.

Ya en un encuentro posterior me refirieron otro suceso: –Oí esa maldición que le soltó a la muchacha con quien la engañaba su marido “¡esto me lo vas pagar con tu hijo!". Y así fue, cinco meses después me enteré que la muchacha esa había estado embarazada y que, en una pelea con el marido, perdió al bebé. Fíjese usted ¡Qué desgracia! ¡El Señor lo tenga en su santa gloria a esa criaturita!”.

Luego, en una tercera entrevista que surgió de esos encuentros casuales cuando uno espera algo y da con personas que hablan más de la cuenta, escuché: “Su libertad fue su maldición; no les duraba marido”.

La necesidad de encontrar pistas que me permitieran conocer y reconocer este pueblo y que, particularmente, posibilitaran dar luz sobre peculiar núcleo familiar me motivó a emprender una búsqueda. Momento a partir del cual todo vuela, se mezcla y adquiere colores raros. Según lo investigado los Shienas eran una familia común compuesta por una madre y diez hijos que nunca conocieron un padre; y que, de estos, a los varones, siempre compañeros de la desgracia, la ruina y la locura consumía.

Refería un señor, un tal Ibáñez, gaucho de antiguos tiempos, oyente del campo a tiempo del alba, en una de esas reuniones donde el truco es dueño de la mesa y sólo lo asemeja una buena plática: –son tan flacos y descuidados. Siempre están hablando del diablo ¡Qué desgraciados son: se levantan y lavan sus bocas con alcohol!

–Sí, ¡Pobres infelices! Transpiran alcohol como si no conocieran el agua –acompañó el silencio otra voz.

Y a lo dicho, el señor Ibáñez como viejo cacique retomó su lugar de cantor y contó lo siguiente: –Desgraciada familia, sí. Pero más desgraciada la historia de una de ellas en particular. Se llamaba Norma. ¿Quieres escuchar el suceso? – soltó mientras aludía su mirada hacia mí, de esas que parecían haberlo visto todo.

Sólo asentí y de pronto, como si fuera algo sagrado, las risas y el bullicio conciliaron un silencio de perpetua expectación.

Don Ibáñez comenzó a narrar: –En el seno de esa familia, Shiena, que todos conocemos como Loretas, nació, creció y conoció su realidad Norma. Desde niña la necesidad fue su maestra y su sueño, el tener una heladera. El sustento de esta familia era el sudor de su frente y las finas manos callosas que la adornaban. Esa era Norma. Recuerdo que era dulce, de niño la conocí; pero luego mi padre se enteró y me prohibió tratarla de nuevo.

Así el tiempo airoso en su carrera tomó vuelo deteniendo su paso veloz sólo para contemplar el momento en que las hermanas Loretas, que soñaban con muchachos, se preparaban para adquirir aquella ciencia que las hacía famosas y desgraciadas.

Norma, que se esforzaba por trabajar, antes de su iniciación en la tradición familiar cometió el error de elevar su virtud al cielo a través del bautismo ¡Error! Ya que Cuando su madre se enteró de ello la echó, no sin antes maldecir a la pobre y sus descendientes.

Tras lo dicho se tomó un momento y observó a los presentes. Luego hizo señas a un niño que estaba sentado en la mesa de enfrente, el cual, al igual que flecha disparada, desapareció en la oscuridad del umbral que conducía al exterior. Prosiguió su relato.

–En el deambular de su vida temprana conoció a un hombre de la raza Telsiu y con él se unió en vínculos. Así asentaron sus rumbos en una casa ubicada una cuadra a la izquierda de un pequeño cementerio teniendo siempre el ocaso a sus espaldas.

Como a toda familia para completarse, vino el primer hijo, prematuro el parto, fracasó el segundo, llegó el tercero y lo completó el cuarto.

Vida tormentosa la de esa muchacha, tuvo que criar sola a sus hijos ya que el padre, policía del pueblo, cuando no laburaba se la pasaba en alguna cantina. Sumado a esto, el tiempo cargó su mochila con veintitrés años y la dio de carga a Norma.

Para ella todo era incierto: si observaba hacia atrás, ¿Qué había cambiado? Nada, una familia y destino deplorable. ¿Si decidía vivir el presente, qué tenía? Nada, una nueva familia que, por fuera de sus hijos, cambió de su madre y hermanas a su esposo; ¿y si quisiera vivir el futuro? No sabía con certeza, pero quizás, si pudiera y le era dado elegir, quería una vida sin una familia como aquella que la abandonó, sin un marido como aquel que la maltrataba, con sus hijos, lo único bueno, y sin pasado ¡Grave error!

En ello llegó el niño, guitarra en mano, y comenzó a tocar. Todos cantaron acompañando a Don Ibáñez:

“– Acaricia sol el ocaso;
y tú, hermano, te plantas
en mi puerta. ¿Qué miedos a
tu conciencia, que a tus ojos
perturban y a tu figura
desalientan, envuelven?
– Es mi deber el cuidar y
el rondar; protección tuya y del que ha
buen puerto tiene destino.
No te fijes en figura
alguna, gajes de labor.
– Pues pasa, que con gusto nos
deleitaremos los oídos.
– No puedo, ya me voy de ti”.

Dejó la guitarra estrepitosamente de sonar a la par que don Ibáñez calló. Sirvieron en su vaso un vino que bebió. Entre tanto, nadie hablaba; todos esperaban que prosiguiera, incluso yo. Apartó el vaso ya vacío, miró a todos, se acomodó en su silla y sonrió al niño. Este inició su rítmico movimiento de cuerdas, ahora diferente. No era el tono lúgubre de la vez anterior, más bien, melodía oscura y profunda. Don Ibáñez retomó el hilo de la historia.

–Luego de esa charla, tres meses habían pasado del encuentro. Los hermanos se distanciaron: ella en su casa esperaba un hijo, cuidando a la vez de los otros que la ayudaban a lidiar con su marido. Y su hermano, no se sabe en qué; sólo que rondaba la casa, con un aspecto de muerto, para después tomar rumbo al río. Así sucedió continuamente hasta un mes antes del nacimiento.

El ritmo del instrumento cambió nuevamente, y este gaucho cantor, muy bueno por cierto, siguió:

“–Dar vida, por una vida.
Debes elegir: si vivo,
feliz hermana, sufrida
madre; de lo contrario,
hermana sufrida, madre…
- ¿Qué dices, falto de cordura?
Mira cómo estás: flaco,
pálido y vejoso. ¿Tiempo
perdido en qué? Revolcarte
en el polvo ¡Dios te tenga
en su gloria, condenado!
-Es lo que haré como sangre
de tu sangre. Ten, entrego
este collar, protección de
quien el puente por cruzar ha.
Es mi redención; gloria del
bien en la tierra maldita”.

Entre el ritmo cambiante Don Ibáñez se dio un tiempo de silencio y observó todo en la habitación hasta posar su mirada en la distancia. Se levantó, caminó despacio, a ritmo de recuerdos, y se detuvo frente a una fotografía. Desde allí hizo señas para que cesara la melodía y dijo: –El hermano de Norma corrió a quién sabe dónde ese día. Algunos dicen que a confesarse; otros, que a quemar un libro. Pero puedo asegurarles que algo sucedió...

El relato concluye ahí, y nuestro narrador aseguró que la familia se mudó tras el suceso. Además, comentó que un tío suyo fue marido de una de estas mujeres, las Loretas, y que, si bien no pudieron mantener el matrimonio, comparten un hijo que este año ingresaba en una universidad de Resistencia, Chaco.