Corrientes, sábado 20 de abril de 2024

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#QUEDATEENCASA: Minificcionario de Orlando Van Bredam

28-07-2020
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Compartimos del escritor entrerriano, residente hace años en Formosa, Orlando Van Bredam un “minificcionario” perteneciente al libro "No mirés nunca debajo de mi cama" (Resistencia, Contexto, 2014)


ADÁN, EL TERRIBLE
“No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.

Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.

ADÁN, EL USURERO
-Me debes la costilla-le dijo Adán a Eva.
Entonces, Eva cocinó, lavó, planchó, educó los hijos. Fue maestra, esclava, secretaria y prostituta.
Todavía hay millones de Evas saldando la deuda.


Orlando Van Bredam


ADEMÁS, LA MANZANA
Algunos le echan la culpan a Eva, otros a la serpiente. En realidad, para mí, la verdadera y única culpable es la manzana. Será por eso que todavía la miro con cierta desconfianza. Sobre todo, cuando la veo aquí, tan reluciente, tan lozana, tan provocativa, incitándome al mal, esperando que la acaricie, que la muerda, que la coma.

BAILE
El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.

La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.

CONVIVENCIA
-Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo- dijo Juan.
-Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo- dijo Pedro.
-Así era mi mujer.
-¿Hipocondríaca?
-Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
-Es difícil vivir así.
-Cansa. Harta.Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
-¿Te separaste?
-No-dijo Juan- se murió.

NERUDIANA
No, no soy machista. Nada de eso. Al contrario, cuando se pronuncia esta palabra toco madera. En mi casa, mejor dicho, en “nuestra familia”, mantenemos una armónica convivencia. Con Matilde, mi mujer, tenemos las cosas claritas. Cada uno en lo suyo, respetando al otro.

Ella, por ejemplo, tiene el privilegio de administrar nuestros ingresos. Es una mujer realizada tanto en el hogar como en sus dos empleos. Con uno solo no nos alcanzaba para vivir.

Mientras tanto, yo escribo. Mi pasión es la literatura. Ella es muy comprensiva, como todas las Matildes según dicen. Siempre me insiste: escribe, Negro, escribe, no te frustres como poeta, tienes un gran futuro.

Ella se dio cuenta el mismo día que la conocí. Le largué al oído unos versos matadores:

“A nadie te pareces desde que yo te amo” y enseguida “Te amo y en vano te oculta el horizonte/ te estoy amando aún entre estas frías cosas”.

Matilde es un espíritu sensible. Se emocionó, se enamoró, se dio cuenta de que habíamos nacido el uno para el otro.

Ahora, cuando la veo allí en la cocina, con el último bebé en brazos, renegando con Laurita, picando cebolla, pensando en las cuotas de la heladera, ¡me entra una ternura!

Entonces me le acerco muy lentamente y le digo al oído:
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Y ella llora. ¡No sé si de emoción o por la cebolla, pero juro que llora!

A veces tengo remordimientos: ¿le diré alguna vez que los versos que digo son de Pablo Neruda?