Corrientes, sábado 20 de abril de 2024

Cultura Corrientes
#LEAMOS A NUESTROS ESCRITORES

#QUEDATEENCASA: "Los conjurados del quilombo del Gran Chaco", de Alejandro Maciel

26-07-2020
COMPARTIR     
Compartimos un fragmento de "Fundación, eclipse y apogeo del quilombo del Gran Chaco" que conforma la parte argentina del libro "Los conjurados del quilombo del Gran Chaco", escrita por Alejandro Maciel

El libro pertenece a la Editorial Alfaguara, Bs As, 2000. Por Brasil escribió Eric Nepomuceno, por Uruguay Omar Prego Gadea y por Paraguay, Augusto Roa Bastos.


LEAMOS:
“Miércoles 14 de enero de 1868.

“Arde la pavesa. El sebo derretido se arrastra. Gotea, pálido, sobre la hoja que cruje. En el silencio de la noche aúllan de sed las fieras en medio de este desierto hecho de tierra reseca, pedregullo y unas matas de plantas sarmentosas que siempre están pidiendo el cielo al pobre suelo, sin nunca alcanzarlo. Tal vez mi destino no sea distinto: escribo para nadie. Para el pasado, porque estos papeles seguramente se hundirán en el olvido junto con esta historia nefasta.

“Bajo la lumbre temblorosa de la vela está la Biblia abierta. Busco con el índice al azar. Mateo, capítulo IV. El evangelista cuenta que cuando Jesús se enteró de que Herodes había encarcelado a su primo Juan, huyó de Nazareth a Capernaum ‘para que se cumpliese lo que había escrito el profeta Isaías’. Voy a Isaías, capítulo IX, a leer la profecía –la espera de la muerte agobia, y todo lo que agobia a la larga aburre–. ‘Y después, por la vía del mar, en Galilea de las gentes, el pueblo, que andaba en tinieblas, vio la gran luz; los que moraban en tierra de sombras y de muerte. Para ellos resplandeció la luz.

“Esto fue lo que se cumplió.

“Me corre un estremecimiento pavoroso cuando pienso que mi suerte será al revés. No he venido a la guerra para cumplir lo que estaba escrito en mi destino. Vine a escribir antes de morir. Todo lo que padezca o goce será transformado en palabras hasta que las fuerzas me abandonen. Primero estarán los actos cotidianos, insignificantes de tan repetidos: levantarse cada mañana, tener la fajina en condiciones, pasar revista a las armas, controlar las vituallas, cuidar cada detalle del acecho con cada incidente. No puedo leer en ningún libro lo que está por suceder. La escritura será lo último que haga, cueste lo que cueste, antes de dar el último suspiro.

“Miércoles 21 de enero.

“Me reconforta este heroísmo sospechoso; en el fondo de cada uno hay un pobre hombre que siente su condena pero quiere redimir a los demás. Es propio de los espíritus idealistas: un convicto en la trampa del mundo urdiendo planes de fuga para los que están libres. Lo mismo habrá sucedido con el Cristo cuando sintió el peso del madero que lo esperaba al final y quiso librar al resto del redil humano de tener que arrastrar la carga maldita de la cruz. Lástima que después sus ministros hayan inventado mil formas más ruines de calvarios en su nombre.

“En la guerra sucede eso que un creyente llamaría ‘milagro’. Hace unos meses hubo un asedio, cuando el campamento argentino fue sitiado. Nuestro frente quedó encerrado entre unas barrancas, las fortificaciones del enemigo con troneras que alojaban cañones de ocho pulgadas, y la infantería que venía cargando por el carrizal con fuego de metrallas, rifles y granadas. Creí que era el fin. Los hombres a mi mando caían como el humo que se disipa al soplo del viento, en esta lucha de pantanos y ciénagas. Bajo un rediente de ladrillos rojos, un batallón completo se hundió en el bajío, acribillado por la metralla. Sentí un fuerte dolor y después, la escaldadura de la fiebre. Atardecía apaciblemente. Cuando me desperté ya había amanecido. Estaba tendido en el campo enemigo, casi ileso. Una bala o esquirla me había rozado el pecho, pero la sangre ya estaba seca. ¿Cómo llegué hasta aquel sitio? ¿Por qué nadie me dio el golpe de gracia, indefenso como estaba? ¿Por qué al menos no me tomaron prisionero? Tenía el uniforme y las charreteras del ejército aliado. Sin embargo, no sé por qué designios me perdonaron la muerte y me condenaron a la vida. Nadie me detuvo cuando desperté y busqué el camino para salir. Hombres con la mirada hosca me vieron partir sin hacer nada. ¿Por qué me eligieron para sobrevivir, cuando ni un solo soldado de mi tropa salvó la vida? ¿Por qué no me hicieron prisionero, si mi graduación militar me convertía en un rehén valioso?

“La selva parecía acuchillar la ventisca cuando dejé el campamento enemigo sin que nadie me siguiera. Tal vez quisieron abandonarme en la desolación para enseñarme otra forma de morir, más vil, más ignominiosa. Más humillante. Caminé entre matas espesas, vadeando el río que ruge. Aullidos me despertaban a medianoche. Comí frutas desconocidas, siempre esperando que alguna fuera venenosa.

“El aire está vacío. Únicamente la resolana está sitiando todo; levanta un vapor caliente que hace pensar que la tierra suspira.

“Jueves 29 de enero.

“Hoy es un día brillante. El calor sofocante se apacigua con una brisa ligera que viene del Sur. Un grupo de soldados conversa en el rescoldo mirando a lo lejos. Parecen esperar un prodigio. Tal vez una bendición imposible. Que el cielo se abra dejando bajar arcángeles para anunciar la paz que todos esperan.

“Soñé que una mano anónima escribía crónicas inciertas en mi diario mientras que, desde lejos, un hombre solitario, un artista, retrataba la verdad desmintiendo la escritura mendaz por medio de imágenes purificadas por la esperanza. El pintor no habló. Nunca movió los labios, ni siquiera en la fugacidad del sueño.

“Viernes 6 de febrero.

“No me desprenderé de este viejo cuaderno ajado.
“Nací en Buenos Aires, me formé en rígidos colegios europeos; después empecé la vida militar en España, en el Real Colegio, siguiendo los destinos que asignaban a mi padre, que era diplomático. Viví en Bruselas, Amsterdam, Milán, y dos años en Praga, que todavía consigue entibiar mis recuerdos con la imagen de los crepúsculos en el río Moldava. Volví a la Argentina para completar mi formación militar. Fui escalando posiciones con la única ayuda de mi dedicación y mis méritos. Solamente cuando fue necesario usé la trampa. Cuando trataron de perjudicarme concité la desconfianza entre mis adversarios, y se opacaron entre ellos. Un hombre tiene que tener suficiente ingenio para sobrevivir asesinando sin mancharse las manos con la sangre de sus camaradas. La naturaleza nos enseña que donde hay fieras, abundan los indefensos, que serán sus víctimas. Pero también, que hasta el más desvalido es capaz de matar, llegado el caso. Es lo que mis superiores llamaban ‘la fuerza de los débiles’, mil veces más temibles porque nunca estamos preparados para recibir un golpe de un inútil.

“A veces pienso que toda la vida que pasé no ha sido más que el prólogo de este presente. Que me estuve preparando cuarenta años para encontrarme en este paisaje salvaje, con gente que apenas me comprende, en medio de la devastación de una guerra criminal. Innoble. Insensata.

(...)