Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Sociedad Corrientes

Un 4 de Julio de nueva estirpe

11-07-2020
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Foto de las protestas por el asesinato de Floyd

EL 4 de julio recuerda el pueblo norteamericano otro aniversario de su independencia de Inglaterra, la Gran Potencia colonial de otrora, ayudado por otros pueblos de aquí y allá, especialmente, el francés, cuyas luces infundían mensajes de libertad y victoria.

Entretanto, tras las mentirosas proclamas de los hijos dilectos de “Albión”, según la jerga del tiempo, Bolívar en 1816 –setenta años antes de la muerte de Lincoln, cuyo nombre al lado del de Washington, el gran esclavista, denota falta absoluta de decoro estadounidense- había puesto en práctica en Venezuela el gran sueño –emancipación de los esclavos- por cuya conquista habría de perder la vida aquel insigne patriota, arrebatando, como diría Marx, de la cárcel del obrero negro el estigma que impedía la emancipación de los trabajadores del mundo.

Por eso, ya dos días antes de la conmemoración, el saludo bolivariano habría de allegar su solidaridad al pueblo heroico, cuyas luchas, hoy, unidos blancos y negros, conmueven al planeta pese al feroz diezmo del coronavirus, a que la loca destrucción de la naturaleza ha arrojado los últimos tramos del decrépito capitalismo. Mientras tanto, con el “play to win” se prepara el capital para sortear el descalabro de la pandemia, ayudando, como siempre a las grandes empresas, mediante el regalo de euros o dólares (unos 4 millones de éstos) previo aumentar los parados gracias al chomages suplementaires, unos 2 millones más sobre las cifras actuales. Y ya sabemos que la “Potencia del Norte” alberga tantos como población tiene la Argentina.

Pero esta conmemoración, en mitad de la pandemia –EE.UU ostenta el pico máximo de muertes- y del sufrimiento colectivo, no es una más. Aunque como otras veces el inquilino de la Casa Blanca salga a la calle con su banderita y los aviones atruenen el espacio, ya la potencia del Norte está muy lejos de asustar; aviones y bombas son lo único que le queda…y pésimos recuerdos, como el de haber dejado caer la atómica sobre 400.000 civiles en Hiroshima y Nagasaki, cuando la guerra había recibido ya el tiro de gracia sobre la Barra de Quantum, último gran baluarte nipón en el Pacífico, mediante el ingreso del Ejército Rojo. Por otra parte, el pueblo de hoy en las calles actuó de manera distinta a lo acostumbrado – Trump habría de comentarlo azorado- y el lenguaje de las manifestaciones, en vigor desde el asesinato de George Floyd por la policía, no dejaba dudas: castigado por los crímenes de la Supremacía Blanca, nada quedaba por celebrar.

Y el pueblo norteamericano entraría a este 4 de julio, con una decisión que en otro tiempo jamás se vio. Había sido durante dos siglos lo que Oscar Wilde señaló ya, mitad irónico, mitad doliente, la nación que “pasó de la barbarie a la decadencia, sin conocer siquiera la civilización”, y ya lo sabemos con nitidez los hispano-parlantes de América, cuyos territorios –como el mexicano de mediados del XIX- han estado siempre expuestos. Un asalto a un puerto costarricense ya habría llevado a Francisco Bilbao a escribir en “La Opinión” de Corrientes, en 1857, que los pobladores del Norte habían dejado de ser americanos, para volverse “simplemente yanquis”, con la mira puesta en un Coloquio en Lima a raíz de la política estadounidense en el continente. Esta había robado a los indios sus tierras, desplegando a carta cabal gracias a las tiras filmadas durante cien años, su desprecio por quienes asaltó con escalo; había robado del negro y del blanco pobre la riqueza cuyo deslumbre volvió a Estados Unidos la potencia de reemplazo tras el descalabro “Occidental” posterior a la Gran Guerra.

¿Podría argüirse que el soborno de las clases medias y de las construcciones del ferrocarril hizo de los descendientes una recua calma y desclasada de quienes habían huido del paro europeo donde la lucha de clases era intensa y sangrienta? Hay quienes dicen que la extrema pasividad volvió cómplices a los trabajadores estadounidenses de sus tropelías fuera y adentro y del asesinato de negros en el Sur, cuyas víctimas mensuales compensan al Ku Kluk Klan del martirologio , dotando la enmienda 13 desde su origen la “libertad” de aplicar la esclavitud por “ mal comportamiento” (y las cárceles se pueblan de hombres de color cuyo trabajo impago aprovechan a manos llenas las empresas monopolistas). Algo de eso hubo, sin duda, con una “ciencia económica” y una Sociología encaminadas a quitar al obrero de su condición de clase.

Pero los asesinatos de obreros y obreras de Norteamérica, han sido jalones de lucha desde los días de Edward Aveling, y la primera baja promovida por las fuerzas estadounidenses cuando la invasión a Irak, fue una estudiante que enfrentó a un tanque con un simple megáfono; tampoco los asesinatos de Malcom X y Martín Luther King, la persecución de los Panteras Negras y los estudios de Petras y otros han cesado pese al aumento de los filmes calumniosos, racistas y de “corte negro”.

Por eso, este 4 de julio tuvo una particularidad desde el instante en que los jóvenes, en las calles, tomaron en sus manos banderitas rojiblancas y encendedores, para quemarlas, hasta desembocar en una fogata enorme de banderas estadounidenses, previo echar al mar las estatuas de quienes, de un modo u otro han representado la colonización del Nuevo Mundo por la “Civilización Europea”.

Porque no sólo el coronavirus y su matanza (un tercio de los muertos en el mundo mediante “la libre empresa y sus altísimos costos”), ha jugado su papel, sino el viejo racismo agravado (dos hombres de color fueron asesinados en Georgia (“L’Humanité”, 9/05) y misteriosos colgados se catalogaban como suicidas en distintos Estados del Sur a partir del homicidio de Floyd en Minneapolis, sin contar los estragos de la concentración en los grandes bancos. De ahí que unos 200 mil inquilinos hayan empezado a organizarse en defensa de sus domicilios, algunos de los cuales viven ya en autos y camionetas (vanes) sobre las rutas californianas.

Pues… a manera de conmemoración… una expresión ha recorrido las calles donde la mitad de cada 10 trabajadores –puntualizaba Bernie Sanders- carece de trabajo efectivo, mientras viejas ciudades industriales –Flynt, Detroit, Cleveland- tratan de recuperarse del desastre mediante nuevas formas de organización colectiva: este 4 de julio nada tiene celebratorio, salvo el del agotamiento de un orden cuyo despojo del obrero exige urgentemente su remoción absoluta.

¿Será –como escribió un filósofo- el principio del fin…? Quizás el fin de otro principio, además, pero es visible que la vieja civilización agoniza, y tarde o temprano –acaso más temprano que tarde- escucharemos los compases del réquiem