Corrientes, viernes 29 de marzo de 2024

Opinión Corrientes

La pandemia que orada a la democracia

06-06-2020
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Foto ilustrativa - Facundo Sagardoy

(Por José Miguel Bonet desde Mburucuya) La covid-19 paralizó el mundo y ha generado una catástrofe sanitaria, económica y social. El mundo nunca volverá a ser como antes y la democracia puede ser una víctima más.

Casi 400.000 muertos y más de seis millones de contagiados muestran la magnitud de la tragedia global que no tiene punto final a la vista, mientras los sistemas de salud del Estado, antes desvalorizados, resisten el embate del virus, la economía busca reactivarse, colapsan los sistemas de protección social y se libra una competencia ilimitada por hallar la vacuna que ponga punto final a la noche más oscura de la humanidad en los últimos cien años.

Todo ello al tiempo que la democracia, en varios países de América Latina, sufre el ataque viral de otra poderosa epidemia: la corrupción, una reconocida enemiga, que hoy pareciera más mortal que ayer, dado el desmoronamiento del aparato productivo y la vulnerabilidad de los sectores populares, que son la mayoría de la población. La crisis generada por el coronavirus ha evidenciado las fragilidades del modelo económico y la patología de un sector de la clase política que ve en la emergencia una oportunidad para enriquecerse a costa de las necesidades de los más pobres, que reclaman la atención y la solidaridad del Estado para sobrevivir.

En el tercer mundo no es verdad que golpea igual a ricos y pobres porque la desigualdad, la exclusión y la pobreza hacen mucho más complejo lidiar con la pandemia. Ya saca las orejas el monstruo de un gran retroceso que nos devolverá décadas atrás en conquistas sociales. Es un enemigo mortal, a veces invisible, capaz de mutar y regenerarse, en el ámbito de lo público y lo privado, porque no se trata de una enfermedad exclusiva del Estado, es trasversal también a la sociedad en su conjunto. Hoy frente a la escasez de recursos económicos, será más letal que nunca y debe combatirse con más rigor que nunca el virus llamado corrupción; es un monstruo de mil cabezas que no para de reproducirse y frente a la cual no existe inmunidad total en ningún país del planeta. Son miles de millones de recursos que se van por el sifón de aguas negras de la corrupción. Dinero de la salud, la alimentación escolar y ayudas humanitarias, principalmente, que terminan en los bolsillos de unos pocos. Cifras astronómicas en países marcados por la pobreza. Un virus que mata a los más débiles y condena a la miseria, la violencia y el olvido a millones de ciudadanos.

La pandemia de la corrupción asfixia la democracia y estimula el empoderamiento de la tentación populista y autoritaria.

¿Qué nos queda ante esta ofensiva? La ética.

Los expertos aseguran que la racionalidad humana es contraria a maximizar el beneficio sin tener en cuenta valores ni sentimientos. La realidad se encarga de demostrar otra cosa. Reflexiona sobre ello Adela Cortina en su ensayo Para qué sirve realmente la Ética, un libro que, de modo preventivo, deberían tener a su alcance políticos y la sociedad toda.

Efectivamente, esta época nos depara demasiados ejemplos de las consecuencias de los fraudes a la falta de ética en las conductas de muchas personas con responsabilidades políticas y sociales, es más, entre otras cosas, para abaratar costes en dinero y sufrimiento en aquello que está en nuestras manos lograr, en aquello que sí depende de nosotros. Y también para aprender, entre otras muchas cosas, que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual caiga quien caiga.

Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética ni ningún país puede salir de la crisis si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad. Se subordina cualquier atisbo de equidad y sensibilidad a las llamadas soluciones eficaces que, con frecuencia, suelen ser dolorosas para los que ya están más baqueteados por la crisis. El panorama de corrupción política es desolador. Cada día aparecen nuevos casos donde los políticos utilizan el dinero de los ciudadanos, que previamente han confiado en ellos, para su beneficio personal. Aparecen hasta guías para no perdernos en los casos de corrupción. Es preocupante.

No obstante, estoy preocupado porque la corrupción está muy extendida fuera de la clase política. Sin ir más lejos, un amigo me contaba el otro día cómo se había ahorrado algo más por pagar sin factura la última reparación de su auto. Lo que realmente me preocupa aquí, es que ese mismo amigo se confiesa totalmente decepcionado por la corrupción política. Es decir, parece que estamos preocupados por la corrupción de los demás, pero no por la nuestra, la necesidad de echar la culpa de nuestros males a los demás nos lleva a no aceptar que la corrupción no es un problema político, sino de toda la sociedad. Simplemente quiero hacer ver que un país donde los ciudadanos se estafan entre sí no tiene futuro.

El fraude ético, la salvaguarda de los valores éticos es el fundamento imprescindible del sistema democrático para evitar la corrupción política. En este camino para la regeneración democrática los partidos políticos, y también los sindicatos, deberían llevar a la práctica, urgentemente, la garantía del comportamiento ético, como la mejor inversión para la credibilidad social, porque la ética es el medio mejor para asegurar también la mayor rentabilidad política.

Este fraude ético fue la que nos llevó a esta realidad muy distinta a la que reflejaba, en 1910, el gran Rubén Darío, quien escribió un largo "Canto a la Argentina", impregnado de una imbatible fe en el futuro. "¡He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre, / he aquí la ventura esperada!". Que la educación agonice degradada en sótanos de negligencia, que medio siglo atrás parecían imposibles, también es fruto de la falta de ética, lo es también de la causa de la infelicidad argentina que nace de una lección que la realidad siempre contradice. A los niños se les enseña en las escuelas que son hijos de un país grande acechado por desgracias de las que no es responsable. Nunca le será fácil alcanzar la dicha a un país que cree tener menos de lo que merece y que desde hace décadas imagina que es más de lo que es.

Sirva como ejemplo de actitud ética el caso de Elpidio González, que al habérsele otorgado una pensión graciable por el estado de pobreza en el que vivía habiendo sido vice presidente, tuvo ética y esta fue su respuesta: “No esperaba, pues, esta recompensa, ni la deseo, y, al renunciarla, me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis sentimientos más arraigados. Confío en que, Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República por cuya grandeza he luchado y que, si alguna vez, he recogido amarguras y sinsabores me siento recompensado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi Patria”. Muy lejos de los fraudes de Adelina, Albamonte, de la Alsogaray de los Jaime, Bodou y siguen y de todo el entramado de corrupción que nos salpican minuto a minuto y todos los días y que son de conocimiento público. Y basta recordar al genial Quino: “Buen día, ¿qué mundo tenemos hoy? ¿El primero, el segundo o el tercero? No, esperen. Mejor vayan a echar un vistazo, y si hay libertad, justicia y esas cosas, me despiertan, sea el número de mundo que sea, ¿estamos?", el genial Quino al decir esas cosas involucraba a estos dos valores fundamentales, la moral y la ética.