Corrientes, jueves 18 de abril de 2024

Opinión Corrientes
EL CORONAVIRUS Y LA RECESIÓN AMENAZAN AL MUNDO

El dilema de las dos pandemias, Alberto Medina Méndez

30-03-2020
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El temor y la angustia dominan la escena. La emergencia sanitaria se asoma, pero también la debacle económica da sus primeros pasos. La humanidad deberá resolver este intríngulis.

El miedo habitualmente deja paralizado a todos y cuando lo que está en juego es, nada menos, que el valor de la preservación de la vida, esa dinámica tan natural que implica asustarse, puede ser aún mucho peor.

La incertidumbre generalizada y el profundo desconocimiento acerca del enemigo solo aportan más confusión. Eso definitivamente no ayuda y contribuye a que las determinaciones estén permanentemente en jaque.

Lo cierto es que ante la aparición de esta calamidad global la gente ha reaccionado de un modo ortodoxamente preventivo, inclusive en algunos casos, llegando bastante más allá de lo que la lógica tradicional indicaba.

Cierre de fronteras nacionales, cuarentenas totales, restricciones al tránsito entre localidades y una larga batería de medidas se desplegaron a lo largo del globo para bloquear el recorrido de este virus y sus consecuencias.

El foco está puesto, por estas horas, en evitar de cualquier modo que los sistemas de salud colapsen eludiendo así una posible tragedia letal. Buena parte de lo dispuesto solo aspira a amortiguar la colisión moderando parcialmente algunos de los daños colaterales para no lamentar lo peor.

Lograr el bendito aplanamiento de la curva que minimice el impacto y disminuya el número de muertes que podría causar esta enfermedad es la mejor meta que se puede alcanzar frente a semejante panorama.

Mientras se procura conseguir este ambicioso objetivo, en paralelo, la economía se resiente minuto a minuto y los paliativos implementados resultan abrumadoramente insuficientes para mitigar esta brutal frenada.

Nace entonces la necesidad de establecer prioridades y el sentido común pone en el pedestal a la vida. Es que sin ella lo otro no importa y es por eso qué la mayoría acepta tan mansamente estas controversiales decisiones.

Lo cierto es que la evidencia empírica muestra que no se trata de una enfermedad temiblemente mortal, pero inquieta su veloz método de contagio que la hace muy peligrosa para grupos de riesgo muy específicos.

La idea de parar la economía resulta muy simpática en el corto plazo, especialmente para aquellos que tienen aceptables niveles de ahorro y están en condiciones de soportar, en lo particular, una breve transición.

Pero esta no es la realidad de los más. Los cuentapropistas, los vendedores ambulantes, los que desarrollan oficios y hasta los profesionales de muchos rubros no tienen esa posibilidad y dependen de lo que se genera a diario.

Los que viven del empleo informal se sienten desprotegidos en esta contingencia y temen, con razón, por la perdurabilidad de sus puestos de trabajo en un contexto en el que todo puede derrumbarse rápidamente.

Los empleados formales tanto del sector privado como del estatal creen tener garantizada su continuidad y suponen que no serán víctimas de la recesión. No han entendido aun el nexo entre actividad y salarios.

Muchos servidores públicos están convencidos de que la economía real no tiene vinculación alguna con el Estado, pero se equivocan. Si nadie paga impuestos los gobiernos no tendrán manera de abonar remuneraciones y todo se desmoronará como un castillo de naipes.

Cada vez son más los que empiezan a percibir que esta “sabana corta” en cuyos extremos están la salud y la economía no pueden cubrir todo como algunos intentan fantasear desde su más inaceptable ignorancia.

La épica idea de que sin salud no hay economía en este caso es falaz, porque sin actividad productiva tampoco habrá forma de financiar ni la sanidad, ni la seguridad y el caos golpeará a la puerta muy pronto, con costos en vidas muy superiores a los que esta catástrofe actual promete.

Es hora de asumir con seriedad la delicada situación que se está atravesando, pero también la que ya comienza a aparecer sin disimulo para empezar a pensar activamente en como convivir con esta pandemia.

A estas alturas ya no se trata de optar entre salud y economía, sino en poner a funcionar el ingenio para acotar los riesgos sanitarios, pero sin desenchufar la fuente de recursos esenciales para cuidar a todos.

La gigantesca tarea que viene por delante invita desesperadamente a los gobiernos y a la sociedad civil a decidir con inteligencia como operar en ambos frentes de batalla sin descuidar demasiado ninguno de ellos.

El equilibrio parece casi imposible pero muchas naciones están trabajando fuertemente en relajar normas, flexibilizar estándares y permitir que vuelva a funcionar, aunque fuera en parte, este engranaje vital.

Apelar a la conciencia es una de las alternativas disponibles. Para algunos esto puede sonar suicida a la luz de la experiencia reciente, pero detener todo es una pésima variante si lo que se pretende es la supervivencia.

El sentido de responsabilidad será la clave de este nuevo paradigma en el que habrá que aprender a cooperar para avanzar en firme, garantizar sustentabilidad y hacer lo imprescindible, por difícil que resulte el desafío.