Corrientes, miercoles 01 de mayo de 2024

Opinión Corrientes

¡¡Se lo extraña don Arturo!!, por José Miguel Bonet

18-01-2020
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Foto: el autor de la nota con otros militantes, acompañando al Dr Illia en la calle Junin de Corrientes

(Desde Mburucuya) El 18 de enero de 1983, durante el gobierno de facto del general Reynaldo Benito Bignone, el fallecimiento del doctor don Arturo Umberto Illia conmovió a la República Argentina.

El hombre que, en 1963, con el 25% de los votos, había llegado a la Presidencia de la Nación, de la mano de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), acompañado por el entrerriano don Carlos Humberto Perette, y que provenía de la rama del tadicalismo sabattinista de Córdoba (que en el devenir histórico mantuvo intacto los principios del radicalismo popular, democrático e intransigente, levantados en otros tiempos, y llevado adelante, por el doctor Don Hipólito Yrigoyen) había muerto.

El doctor don Illia nació en Pergamino (provincia de Buenos Aires), el 4 de agosto de 1900. Más tarde, en 1927, egresó de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, “habiendo realizado sus prácticas, desde 1923, en el Hospital San Juan de Dios de la ciudad de La Plata”.

Luego, en 1928, mantuvo una entrevista con el presidente de la Nación Argentina, doctor Don Hipólito Yrigoyen, “al que le ofreció sus servicios y éste le propuso trabajar como médico ferroviario en distintas localidades”, a lo que el joven don Illia aceptó, “radicarse en la localidad
 cordobesa de Cruz del Eje”.

Allí, desde 1929 hasta 1963, desempeñó su actividad de médico, “interrumpida sólo por los tres años (1940-1943) en que fue vicegobernador de la provincia de Córdoba”. Lo llamaban el “Apóstol de los Pobres” por su dedicación, “en especial a los enfermos sin recursos, viajando a caballo, en sulky o a pie, para llevar medicamentos que él mismo compraba con sus escasos ingresos, ya que muchas de las veces la retribución a su trabajo consistía en animales o productos de granja que le entregaban sus pacientes”, basta citar la anécdota del cantante Jairo, que lo retrata con gran maestría.

Posteriormente, entre 1963 y 1966, su gestión como presidente constitucional de la República Argentina “se caracterizó por la austeridad y la moral en la administración de los recursos del Estado”. Además, tal como había prometido en la campaña electoral, "anuló los contratos petroleros firmados por el doctor Arturo Frondizi, que habían entregado gran parte de la soberanía nacional al capital extranjero". y levantó la proscripción política del peronismo y del comunismo.

En otro ámbito, "estableció el Salario Mínimo Vital y Móvil y planificó democráticamente la economía, llevando adelante el Plan de Desarrollo". También, "sancionó la Ley de Medicamentos, a fin de impedir que los laboratorios de las empresas multinacionales manejan a su antojo el mercado", entre otras obras de Gobierno.

Paralelamente, “el Producto Bruto Interno Nacional creció del 2% en 1963 al 9,5% en 1965 (en especial en el sector industrial), se incrementaron las reservas y disminuyó la deuda externa, interviniendo activamente el Estado para regular precios. En cuanto a los trabajadores, sus salarios crecieron del 36% en 1963 al 41,10% en 1966 y bajó la desocupación del 9% en 1963 al 5 % en 1966”.

En materia educativa, "se sancionó uno de los mayores presupuestos de Educación de nuestra historia (23%) y las Universidades Argentinas fueron de las más prestigiosas de Latinoamérica". Si hablamos de educación y ciencia basta citar al premio Nobel Luis Federico Leloir quien aseguró que "la Argentina tuvo una breve edad de oro en las artes, la ciencia y la cultura entre 1963 y 1965".

Como puede observarse, el doctor don Illia, fue el gobernante que logró las mejores cifras de crecimiento argentino en su época; el que por principios éticos se opuso a enviar tropas a la República Dominicana; el Presidente que logró el apoyo de la mayoría de los países que integraban la Organización de Naciones Unidas (ONU) para el reconocimiento pacífico de los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas y archipiélago austral; el demócrata ejemplar; el defensor de la cultura y la universidad, que luego serían pisoteadas por fascistas encabezados por Onganía y apoyados por periodistas inescrupulosos, por los sindicatos y algunos partidos políticos a seis meses de asumir el gobierno, enfrentó un masivo Plan de Lucha, lanzado por la CGT que, entre mayo y junio de 1964 puso a cuatro millones de obreros a ocupar once mil fábricas de todo el país. La supuesta lentitud de su gobierno fue ridiculizada por el poder sindical que lanzó tortugas en la Plaza de Mayo, mientras los caricaturistas de la época mostraban al presidente como un cansino jubilado que daba de comer a las palomas; basta recordar el gobernante austero cuyo único bien era una casa regalada por sus pacientes y que no contaba ni con automóvil ni con cuantas bancarias propias. Su tremenda superioridad moral sobre quienes no pueden explicar su derrocamiento y sólo atinan a excusarse (o sobre quienes sueñan con volver a la larga noche iniciada el 28 de junio de 1966) resulta incuestionable. Otro rasgo fue su valentía con el general Alsogaray, protagonizó un dramático y violento altercado en el despacho presidencial con él; todavía presidente, Alsogaray, en nombre de las fuerzas armadas, invitó a Illia a dejar la Casa de Gobierno. Illia reivindicó su rol de comandante en jefe de las fuerzas armadas: “Usted –le dijo- y quienes lo acompañan, actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen”, poco después, el presidente fue desalojado de la Casa de Gobierno por una brigada lanza gases de la Policía Federal. En el único gesto mediático de su presidencia, acaso involuntario, Illia paró un taxi frente a la Rosada y se hundió en la historia.

El verdadero lugar, muchas veces opacado por su gran honestidad, es el de estadista: “La vida de aquel humilde médico rural, fallecido en la austeridad y ejemplaridad, depositario de la ley, del respeto de la palabra empeñada, su transcurrir, estuvo distante de las pompas y muy cercano al vivir en los caminos polvorientos de la libertad y la decencia”, son los derroteros que nos muestran el camino que tienen que tomar los ciudadanos que llegan a los cargos públicos y el ejemplo cabal que se puede realizar este principio, la política no es incompatible con la honestidad.

En cuanto a nuestro presente, como diría el doctor don Illia, estamos aguardando aún: “Esta es la hora de la gran revolución democrática, la única que el Pueblo quiere y espera; pacífica sí, pero profunda, ética y vivificante, que al restaurar las fuerzas morales de la nacionalidad nos
 permita afrontar un destino mejor".

Don Arturo, quienes tuvimos la suerte de compartir con usted, recordamos su gran vocación republicana. lejos de los populismos y su amor irrestricto a la libertad. ¡¡Don Arturo, lo extrañamos un montón!!