Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Opinión Corrientes

En la verdad no hay matices, en la mentira, muchos, por José Bonet

17-11-2019
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( Por José Miguel Bonet, desde Mburucuyá, para momarandu.com). "Es que la verdad no se puede exagerar. En la verdad
no puede haber matices. En la semi-verdad o en la mentira, muchos
- Pío
Baroja

Cuanta verdad tiene esta afirmacion,porque en el hoy nos encontramos
con esta otra realidad: Christian Salmon: “Una sociedad pilotada por medias verdades va directa al abismo”,el ensayista francés analiza, una década después del influyente ‘Storytelling’, los nuevos usos del discurso político en ‘La era del enfrentamiento’

En su libro Storytelling—que el equipo de Nicolas Sarkozy convirtió en su biblia particular y que el entorno de José Luis Rodríguez Zapatero llegó a regalar a los cuadros socialistas—, el ensayista francés Christian Salmon (Marsella, 1951) definió un tiempo en que los métodos narrativos propios de la ficción literaria se habían infiltrado en la comunicación política, entre otros campos. La misión consistía en fabricar historias con las que formatear las mentes de los electores.

Una década después de aquel influyente volumen, Salmon describe
en su nuevo ensayo, La era del enfrentamiento
(Península), , un mundo en el que el debate bronco y los fenómenos virales han sustituido a la noción de relato, convertido en herramienta inservible por pura saturación. “Igual que la inflación monetaria hunde la confianza en la moneda, la inflación de historias arruinó la confianza en el relato y en los narradores. Hoy vivimos rodeados de narradores no fiables”, Ante ese descrédito generalizado, la única manera de sobresalir entre decenas de contrincantes es recurrir a la provocación y la transgresión, lo que explica el
auge de la incoherencia como figura retórica, el insulto sistemático y la mentira normalizada.

Para Salmon, la campaña presidencial de Donald Trump resultó sintomática de un cambio de paradigma, con su “estrategia posnarrativa inspirada en el
shock and awe”.

Es decir, fundamentada en aquella doctrina militar que primaba la exhibición de poder y las demostraciones de fuerza espectaculares y que arrancó en la segunda guerra de Irak. El discurso de Trump en la campaña de 2016 no tenía estructura lineal ni clímax narrativo ni lógica interna, pero eso no impidió que funcionara. “Los acontecimientos ya no se ordenan por secuencias o entregas. Se estructuran por la imprevisibilidad y lo chocantes que resultan”, afirma el ensayista sobre la actual “carnavalización” que distingue al debate público.

Para Salmon, la construcción de narraciones propia del
storytelling supuso un intento de sobrellevar el final de los grandes relatos e ideologías y la devaluación del discurso público. “Para enfrentarse a esa pérdida de credibilidad los políticos inventaron ficciones. El problema es que, de repente, sus receptores se vieron asaltados por relatos por todas partes y sufrieron una especie de sobredosis”, opina. En el banco de los culpables cabría sentar a los
spin doctors que abusaron de esta técnica comunicativa, pero también a unas masas excesivamente crédulas. “Adoptamos la actitud de quien sabe que un mensaje es falso y, aun así, se concede el placer de creer en él. Fue una suspensión voluntaria de la incredulidad”, dice Salmon, retomando la cita de Coleridge sobre la esencia de la literatura.

En realidad, la era del enfrentamiento que analiza en su nuevo
ensayo es una continuación del modelo anterior. El storytelling
llevó la política al terreno de la teatralización, el entretenimiento y la irracionalidad de los afectos. Una vez allí, resultó imposible volver a cruzar la frontera en el sentido opuesto. En ese sentido, Trump puede ser visto como un gemelo nihilista de Barack Obama, maestro en el arte de contar historias. “El llamado clash
es un storytelling llevado hasta el absurdo, hasta la ausencia misma de relato”, considera el autor.

“En la década pasada, el ciclo informativo de 24 horas fue sustituido por el de los 24 minutos. Ahora ya estamos en los 24 segundos. Ese acortamiento de los tiempos de enunciación
favorece el enfrentamiento. ¿Qué puede llegar a decir uno cuando solo cuenta con 24 segundos?”, incide.

Que la conversación pública se haya trasladado a las redes sociales,
alejándose de los espacios de mediación democrática tradicionales, tampoco ha ayudado. Pero Salmon confía en que, cuando la aceleración extrema y el auge de los algoritmos resulten insostenibles, no habrá más remedio que dar marcha atrás. “La regulación del Estado no servirá de nada contra los gigantes tecnológicos. Solo podemos contar con la entropía del propio sistema, con el hecho de que, llegados a cierto punto, nos demos cuenta que resulta imposible comunicarnos”, defiende.

El primer síntoma de esa relativa involución fue el paso de 140 a 280 caracteres en los tuits. “Ese día, Trump, autoproclamado el Hemingway de Twitter, estaba furioso. Las redes benefician a la extrema derecha, porque favorecen los enunciados simples y violentos sobre los que esos líderes
han erigido su éxito”.

En su ensayo, Salmon analiza también los efectos que han tenido
en la comunicación pública otros episodios recientes, como los atentados terroristas, la crisis griega o el referéndum del Brexit. Se centra en el ascenso de Emmanuel Macron, que terminó de enterrar el
storytelling durante la carrera que le llevó al Elíseo en 2017. Para Salmon, el presidente francés inscribió su campaña en un relato demasiado grandilocuente, en un horizonte mitológico de lo más anacrónico. “La política es mística, es una magia”, afirmó durante su ascenso. Macron había observado de cerca a su antecesor, François Hollande, uno de los escasos líderes que prescindieron de esos relatos embaucadores para llegar al poder. O, mejor dicho, su
storytelling consistió, precisamente, en la ausencia ostentosa de esas historias: el eslogan de Hollande como “presidente normal” estaba en las antípodas de la glorificación narcisista de Sarkozy.

Si a esto le sumamos por daños léase la
actividad de bots rusos, esos maléficos duendes de Internet que enredan
las convocatorias electorales en todo el globo. Esta vez no ha hecho falta (unos cardan la lana y otros, la fama): los aprendices de brujos locales se han bastado para confundir a la opinión pública con
mensajes falsos en una red social, la más social —y antisocial a la hora de tributar— de todas.

Separar el grano de la paja es tarea ímproba cuando el volumen
de información es un torrente en el que también se mezclan comunicación, publicidad y propaganda, más las consabidas
fake news.

Electoralmente, presenciamos debates reducidos a silogismos mutilados que solo pretenden confirmar certezas o inquinas; mensajes desprovistos de significado —en la acepción estructuralista del término—, tan anestésicos como la construcción del famoso relato; cizaña y bulos diseminados por doquier. A tan poco han quedado reducidas las campañas; también la que lo es por antonomasia,ese
  subgénero hollywoodiense, tan maniqueo como un wéstern: la de EE UU.

Pero a medida que la comunicación se dispara exponencialmente,
la libertad de información, el músculo que conforma nuestras democracias, se contrae.

¿Tocará fondo esta tendencia en un mundo en el que, como señala
el ensayista, expresarse ya se ha convertido en sinónimo de enfrentarse a los demás? “Una sociedad pilotada por la conmoción falsificadora y por las medias verdades va directa al abismo. Cabe esperar que, incluso en este momento de perdición, nuestra sociedad tenga los recursos narrativos suficientes para corregir el rumbo”, contesta. Aun así, a corto plazo se seguirá en el ojo del huracán. El tiempo de los émulos y epígonos de Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro o Mateo Salvini no ha hecho más que empezar. “Lo importante ya no es resultar creíble, sino ser el centro de atención”, concluye Salomom.

Y como corolario de todo esto me recuerda a nuestro querido Yacare Aguirre ,Corrientes tiene misterios y así las cosas cambian de nombre, el perro que es yaguá, la langosta tucura, el gato mbaracayá y el tigre yaguareté; mbaitere nipó será? ah eso si que yo no se.