Corrientes, sábado 20 de abril de 2024

Cultura Corrientes
CRÓNICA

Kilómetro 11, el sitio incierto del nacimiento de un himno

19-09-2019
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Hoy, 19 de septiembre, se celebra el Día del Chamamé -ley nacional Nº 26.118/2009-. Momarandu.com reproduce una nota realizada por María Laura Riba sobre “Kilómetro 11” y los 100 años de don Tránsito Cocomarola, fallecido un 19 de septiembre de 1974

(Por María Laura Riba – Revista El Faro del CFI - 18/04/2018) Don Mario del Tránsito Cocomarola supo hacer magia con la música en un lugar incierto, donde el azar se junta con caminos de tierra y un pasado no escrito. En Corrientes hay un himno que se canta en español y en guaraní, un himno cuya bandera es el chamamé. Kilómetro 11 suena, y no hay quien se quede en su asiento ni garganta que no pegue un sapukay.

En agosto se cumplen 100 años del nacimiento de don Tránsito Cocomarola, quien nació en San Cosme, un pueblo de Corrientes distante a 32 km de la capital provincial. Allí, en ese pueblo, el “Taita” del chamamé, movió sus dedos niños, por primera vez, en un acordeón dos hileras de su padre italiano, Felipe Cocomarola.

Este hombre que dio a la música del litoral cientos de obras que trascendieron todas las fronteras, y ofrendó a Corrientes el himno chamamecero Kilómetro 11, se fue joven, a los 56 años, en 1974, y nos dejó preguntas que hoy nos hacemos sobre este tema. No hay ninguna referencia al respecto del propio Cocomarola; sin embargo, existen las palabras, aquellas que fueron transmitidas a su descendencia. Así, El Faro contactó a uno de los hijos del “Taita”, el músico chamamecero del mismo nombre que su padre, Mario del Tránsito Cocomarola; pero conocido por todos como Coquimarola, quien guarda en su sentimiento más profundo, la huella de su padre, la cadencia al recordar lo que él, alguna vez, le contó.

Coquimarola recibió a El Faro en un amplio salón de SADAIC, en Corrientes Capital, lugar de donde es presidente de la Junta Consultiva. Fue un día de calor y sol intensos, en el otoño al lado del Paraná, un mediodía donde el “Taita” se hizo presente en la conversación amena.



“El kilómetro 11 del chamamé está ubicado en la zona del primer control que está después del aeropuerto… está el de la entrada a Santa Ana, el otro que va al Perichón y el que va a Paso de la Patria… ahí hay un control… mi papá compuso este chamamé un poquito más adelante de ese control. Ahí, verdaderamente, mi padre compuso Km 11”, comienza diciendo Coquimarola.

Uno comprende entonces que aquel lugar no señalizado, ahora ruta asfaltada, aquel punto que uno debe imaginar y que pronto pasará a formar parte de la Autovía próxima a construirse, ese sitio del que habla el músico, fue el escenario de tierra y polvo que bendijo las manos del “Taita”, alrededor de los trece años, para que comenzara a esbozar, a la vera del camino, los acordes del himno chamamecero.

No hay nada allí, ni un cartel ni una cinta ni un nombre. Sobran los dedos de una mano para contar quién conoce que allí se inició la creación de Kilómetro 11. Nada que lo indique. “Como correntinos, también nosotros, muchas veces, no nos damos cuenta de lo que tenemos”, dice Coquimarola, y tiene esperanza, porque en el proyecto de la Autovía que pasará por aquel sitio, está contemplada la marcación de ese punto de la historia musical de Corrientes, para que ya no pase inadvertido.

¿POR QUÉ KM 11?
Porque así lo quiso el azar, el destino, algún guiño escondido en el camino. No se sabe con certeza, pero lo que sí se sabe es que existen diferentes versiones al respecto o, más bien, variaciones sobre un mismo tema. Coquimarola cuenta que por aquel tiempo, “mi papá no tenía ni bicicleta”. Entonces otra madeja de la historia de Kilómetro 11, comienza a desenredarse.

“Mi padre era hijo de un inmigrante italiano. Mi abuelo se llamaba Felipe Cocomarola. Nosotros buscamos en los archivos para saber cuál fue nuestro origen, referencias de nuestro apellido. Y no hay. Nos dijeron que, posiblemente, hayan puesto ese apellido cuando entraron al país. Mi papá decía…no sé si en chiste…que mi abuelo era de Capri y en esa isla hay ‘coco’, ‘mar’ y ‘ola’…-el músico se ríe y le brillan los ojos-. No sé si mi padre lo decía en serio, pero decía que de ahí venía el apellido Cocomarola -y esta vez sonríe con nostalgia”.

Felipe Cocomarola, el papá del “Taita”, era agricultor, “tenía un pequeño emprendimiento con mi abuela, doña María Aquino, una señora de San Luis del Palmar -otro pueblo de Corrientes, a 24 km de la capital provincial-. Mi abuelo falleció muy joven. Pero antes, a veces venían hacia Corrientes capital, era todo camino de tierra y mi abuelo tenía una carreta de cuatro ruedas”, cuenta Coquimarola. Y fue esa carreta de ruedas grandes, la misma que transportaba a toda la familia de Felipe Cocomarola, la que se averió en el camino de tierra, actual Ruta Nacional 12; pero que en aquel tiempo no era tal, puesto que no fue hasta septiembre de 1935, que Vialidad Nacional dio a conocer su primer esquema de numeración de rutas nacionales. Además, la Ruta Nacional 12 tenía por entonces un recorrido distinto al actual en Corrientes -también en Buenos Aires y Entre Ríos-. En 1969 se inauguró la carretera John Fitzgerald Kennedy -denominada así la Ruta Nacional 12 en este tramo- entre Itatí, Corrientes, y el límite con la provincia de Misiones. Para ese año, Kilómetro 11 ya era muy conocido.

De modo que cuando don Tránsito tenía alrededor de 13 años y viajaba en carreta desde San Cosme con toda su familia hacia la capital correntina, probablemente, el eje de alguna de las ruedas de esa carreta se averió. Allí, a un costado del camino, tal vez, su padre Felipe le pidió que tocara algo para matar el tiempo mientras se disponía al arreglo. Así, en el silencio de la tarde imprecisa de un año incierto, un niño casi adolescente daba forma a los primeros acordes de lo que se convertiría en el himno del chamamé. “Era una carreta grande donde venía toda la familia. Mi papá decía que empezó a elaborar Km 11 en ese momento, a la tardecita, mientras esperaban que arreglaran la carreta”, narra Coquimarola.

Y el nombre de Kilómetro 11 ni siquiera puede pensarse que se deba a algún cartelito con esa referencia, el hijo del “Taita” cree, más bien, que “alguien pudo haber dicho que faltaban once kilómetros para llegar a la capital -de Corrientes-, quién sabe…”.

TOCAR UN DOS HILERAS
“Mi padre empezó a tocar porque mi abuelo hacía ladrillos en su pequeño establecimiento agropecuario, y antes no se usaban máquinas ni otras cosas para ablandar el barro, entonces lo hacía la gente. O sea, se hacían pisaderos donde la gente iba y pisaba. Había cuatro o cinco personas que ablandaban el barro, lo hacían a la noche por el intenso calor del día. Entonces mi abuelo tenía una pequeña acordeoncita y con él le entretenía a su gente trabajando en la noche. A su vez, cuando mi abuelo se cansaba, le decía a mi viejo que hiciera algo, que hiciera ruido, que abriera y cerrara el acordeón…así empezó la historia de papá con la música. Con un acordeón primero, después con bandoneón. A los diez, once años ya interpretaba música”, repasa Coquimarola, los primeros encuentros de su padre con el instrumento que no volvería a separarse de él.

UNA LETRA DE AMOR PARA UN KM11
Con los años, Cocomarola le dio a Constante Aguer (1918-2010) la música nacida a la orilla de una ruta para que le pusiera una letra. Aguer era porteño, fue poeta, cantor, guitarrista, escritor y periodista. Amaba el guaraní y muchas de sus obras fueron publicaciones bilingües.

El propio Aguer ha contado que alrededor del año 1940, Tránsito Cocomarola tomaba lecciones de música con el maestro Giannantonio en la ciudad de Buenos Aires -Cocomarola ya se había radicado allí-, en tanto, Aguer, lo hacía de solfeo cantado. Ambos se preparaban para dar examen en SADAIC. En esa ocasión, Cocomarola le dio dos composiciones suyas: Belleza correntina y Kilómetro 11 para que le pusiera letra. Sin ninguna otra referencia, el poeta recibió las piezas musicales y pensó que Kilómetro 11 tendría algo que ver con algún amor surgido en esas tierras, para él, desconocidas, de modo que Constante Aguer imaginó una letra romántica para un Kilómetro 11 que, en realidad, quién sabe si existió como tal.

UNA POLCA CORRENTINA QUE ES UN CHAMAMÉ
Otro dato es el modo en que Kilómetro 11 fue registrado. Este tema, si bien por el peso del éxito mundial y por las infinitas versiones que se han hecho, todos saben que se trata de un chamamé, no siempre fue así. Está registrado como Polca Correntina. ¿Qué pasó?, nos lo dice Coquimarola:

“En la época en que papá empezó a trabajar venía Samuel Aguayo (1909-1993), un músico muy famoso de Paraguay, él estaba radicado en la Argentina y tocaba música paraguaya. Ellos tocaban con clarinete, con batería, con trompeta, con violines, con bajo, en fin, era una orquesta, pero en un momento tocaban algún motivo popular de acá, como El Carau, La Llorona…había tres o cuatro temas que salían de Corrientes, entonces la gente pedía: ‘Don Samuel, ¿puede tocar El Carau?’ -por dar un ejemplo-”. Entonces él decía que sí, pero que también iban a hacer ‘una polca estilo chamamé’, porque decir chamamé, en esa época, era una cosa despectiva. Por eso, para mi manera de ver y escuchar, fue que a Kilómetro 11 le pusieron polca chamamé…aunque también en esto hay varias versiones, por eso cuando lo van a registrar lo hacen como polca correntina, quedó así, pero es chamamé”.

El tiempo se va cerrando y se apaga el grabador; pero antes de despedirnos, el músico Coquimarola nos dice, sin evitar la emoción, que cuando siente Kilómetro 11 piensa que le hubiera gustado que su padre viviera “un poquito más, para que él pudiera ver la repercusión y las cosas lindas, todo lo que pasó a través de ese tema por la vida”. Coquimarola, emocionado, todavía se sorprende por aquel lejano chamamé que compusiera su padre: “¡Cómo se agrandó el Kilómetro 11!”, exclama, y la sensibilidad, se nota, se le arruga en el pecho: “Me hubiera gustado que él vea cuando se hacen los festivales, todas las veces que se toca Kilómetro 11. En distintas partes del país, donde se hace una chamameceada, se despiden con el Kilómetro 11… eso me hubiera gustado que él pudiera sentirlo”. Lo dice, y la mirada, se le va como el Paraná, detrás del recuerdo.