Corrientes, jueves 25 de abril de 2024

Opinión Corrientes
POR LA NOTA DE MACIEL: "EL DESTINO DEL RADICALISMO"

José Miguel Bonet: En respuesta a Alejandro Bovino Maciel

14-08-2019
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(José Miguel Bonet) Estimado Sr Bovino muy atinado su artículo con respecto a mi partido la UCR (ver relacionada), institución centenaria de valores democráticos y republicanos, hoy amenazada por un mal que afecta a las democracias del mundo: la extinción de los partidos políticos, instituciones éstas, irremplazables en democracia.

¿El populismo? La enfermedad senil de las democracias ¿Qué es el populismo? Ante todo, la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero.

Ingrediente central del populismo es el nacionalismo, la fuente, después de la religión, de las guerras más mortíferas que haya padecido la humanidad. Trump promete a sus electores que “América será grande de nuevo” y que “volverá a ganar guerras”; Estados Unidos ya no se dejará explotar por China, Europa, ni por los demás países del mundo, pues, ahora, sus intereses prevalecerán sobre los de todas las demás naciones. Los partidarios del Brexit, la sarta de mentiras chauvinistas y xenófobas que propalaron gentes como Boris Johnson y Nigel Farage, el líder de UKIP en la televisión durante la campaña— ganaron el referéndum proclamando que, saliendo de la Unión Europea, Reino Unido recuperaría su soberanía y su libertad, ahora sometidas a los burócratas de Bruselas.

En América Latina, gobiernos como el mandato cumplido Rafael Correa en Ecuador, el comandante Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia, se jactan de ser antiimperialistas y socialistas, pero, en verdad, son la encarnación misma del populismo. Los tres se cuidan mucho de aplicar las recetas comunistas de nacionalizaciones masivas, colectivismo y estatismo económicos, pues, con mejor olfato que el iletrado Nicolás Maduro, saben el desastre a que conducen esas políticas. Apoyan de viva voz a Cuba y Venezuela, pero no las imitan. Practican, más bien, el mercantilismo de Putin (es decir, el capitalismo corrupto de los compinches), estableciendo alianzas mafiosas con empresarios serviles, a los que favorecen con privilegios y monopolios, siempre y cuando sean sumisos al poder y paguen las comisiones adecuadas. Todos ellos consideran, como el ultraconservador Trump, que la prensa libre es el peor enemigo del progreso y han establecido sistemas de control, directo o indirecto, para sojuzgarla. En esto, Rafael Correa fue más lejos que nadie: aprobó la ley de prensa más antidemocrática de la historia de América Latina. Trump no lo ha hecho, todavía, porque la libertad de prensa es un derecho profundamente arraigado en Estados Unidos y provocaría una reacción negativa enorme de las instituciones y del público. Pero no se puede descartar que, a la corta o a la larga, tome medidas que —como en la Nicaragua sandinista o la Bolivia de Evo Morales— restrinjan y desnaturalicen la libertad de expresión.

El populismo es un concepto difuso. Tradicionalmente designaba una ideología caracterizada por la hostilidad a las élites y la devoción al pueblo: según ella, lo que define a las élites es, además de sus privilegios, su egoísmo, su carácter corrupto y su desprecio de la gente común, mientras que lo que define al pueblo es su condición de víctima de las élites y su naturaleza virtuosa; el populismo tradicional también se caracterizaba por su rechazo de la división entre izquierda y derecha, su desconfianza del pluralismo político y su fe en un caudillo capaz de encarnar por sí solo al pueblo y expresar sus deseos. Todos estos rasgos, típicos de los fascismos, han sido lógicamente vistos con desconfianza por los que tienen apego a las instituciones de la Republica.

Según Laclau, el populismo es una ideología hueca, sin contenido, pero ahí reside su principal virtud, porque en determinado momento es capaz de alojar toda la frustración y la justa rabia de los oprimidos contra unas instituciones democráticas insuficientes, incapaces de dar respuesta a las demandas de la gente común. Ese momento es el momento populista, como lo llama Chantal Mouffe, y los populistas deben aprovecharlo para provocar el cambio social con el carburante de la frustración y la rabia y las insuficiencias democráticas, no hay populismo bueno y populismo malo. Igual que todo terrorismo es malo porque apela a la violencia, todo populismo es malo porque apela a la frustración y la rabia (aunque sean justas o, precisamente, porque lo son); también porque apela al pueblo, que es una abstracción de trilero, y no a los ciudadanos, que son realidades tangibles, sujetos de derechos y deberes, hombres y mujeres responsables de su destino. El dilema de Aristóteles continúa vigente. ¿Cómo mantener una democracia si esta es la voz de las mayorías y las mayorías, al tener muchos intereses e ideales contrapuestos, nunca se van a poner de acuerdo entre sí? ¿No está cada democracia destinada a fracasar, a producir demagogos que prometen el oro y el moro para luego convertirse en autócratas o dictadores? Y de pronto se hizo presente don Wilton Churchil con esta frase muy ingeniosa: “La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces".

Un afectuoso saludo desde este pueblito color azul Mburucuya.