Corrientes, miercoles 24 de abril de 2024

Cultura Corrientes

Teología para réprobos, por Alejandro Bovino Maciel

08-07-2019
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(Por Alejandro Bovino Maciel* para momarandu.com) En los albores del Cristianismo -decía J. L. Borges- la teología era una pasión, como hoy sería el fútbol o los recitales de música pop. La teología es, también, la única ciencia sin objeto que conozco. Supongamos que aceptamos ambas opiniones y busquemos la teoría por la teoría, la forma por la forma, el debate por el curso de argumentos y oposiciones; la lógica al servicio de un alegato puramente teórico, tan abstracto como las matemáticas.

Los juicios asertivos son tan peligrosos en la teología como en su hija adoptiva y pugnaz, la ciencia. Decir que “Dios es eterno” es enunciar algo que está fuera de la eternidad que predicamos, con elementos efímeros (quien lo enuncia más tarde o más temprano saldrá del tiempo) y precisamente de esto se encarga la mordaz crítica de Oskar Panizza a los dogmas anunciados “ex cátedra”, bajo el palio de la infalibilidad pontificia, cuyo fundamento busca el autor en un absurdo: alguien que predica verdades infalibles no puede provenir de la contingencia humana, tan proclive al error; ergo: su origen no puede sino ser divino.

Oskar Panizza es lo que en la jerga literaria llamaríamos “un autor de culto”. Nunca tuvo el resplandor de otros contemporáneos, aunque la furia de detractores que desató sólo sea comparable a las hordas de beatas que pidieron lapidar al Marqués de Sade. Al aceptar escribir una introducción para la traducción francesa de la obra teatral de Panizza “El concilio del amor”, André Bretón reflexionó acerca del abismo del Mal diciéndonos que intentar acercase a su hondura es lo mismo que tratar de ver un paisaje nocturno a la luz de una vela.

Sospechó que el problema del Mal está basado en el artificio de habérsenos inculcado una idea de culpa original desproporcionada en su origen (mítico, el de los ancestros que desacatan la orden divina) frente al hecho real de la represión que ejerció la Iglesia con un desaforado gusto por la venganza en el que se confunde el suplicio humano con el divino; el potro del Santo Oficio con la cruz del Señor.

Bretón se rebela contra ese dogma cristiano que pretende fundar la libertad humana sobre la existencia de un Mal metafísico, reflejado en nosotros y del que termina necesitando para subsistir. Esto es como decir que el Bien necesita del Mal para sobrevivir. Y une en una cadena a los visionarios que pudieron advertir este peligro: desde el Dante con sus círculos de relapsos, apóstatas y pecadores; Milton el poeta ciego que vio el cielo y el castigo en la negrura de sus pesadillas, Bosh y Swift, Gilles de Retz, Sade, Lewis, Nietzsche, Baudelaire; Lautréamont y Rimbaud.

Curiosa galería que el mismo Dante dudaría antes de asignarle una cámara en sus círculos concéntricos de infierno, purgatorio y paraíso.

Oskar Panizza nació en Bad-Kissingen donde su padre, ferviente e iracundo católico santurrón regenteaba un hotel, el 12 de noviembre de 1853. Toda la familia rondaba los umbrales de la locura. La madre, fanática, enfática e intrépida hugonote defendía sus creencias con uñas y dientes, librando enconadas batallas de criterios con su católico marido. Estos verdaderos autos de fe domésticos se libraban ante los ojos infantiles del autor, quien fue desarrollando la sospecha no menos feroz de tener por mentiras todas las verdades religiosas, que únicamente servían como armas de confrontación entre la gente.

Introvertido, lerdo en el aprendizaje, propenso a las ensoñaciones, sonámbulo, Panizza apenas consiguió superar las asignaturas del liceo cuando ya frisaba los 24 años. Intentó la música, la oratoria, la pintura pero todas les fueron adversas. Se volvió a la medicina, y para sorpresa de todos, se graduó summa cum laude en 1880 dedicándose de inmediato al tratamiento de la vesania, que era el nombre que recibía la locura en su tiempo.

Después de cumplir con el prusiano servicio militar, viajó a París donde inició la vida literaria dedicándose de lleno a ella desde 1885 cuando publica “Oscuras Canciones”, donde todavía se aspira las brisas dejadas por Heine. Cruzó el Canal para trabajar en el British Museum. Publicó “Canciones londinenses”, pero la semilla del árbol perjudicial sembrado por las disputas doctrinales del matrimonio católico-protestante, germinaba entibiado por la “filosofía de las luces” que aunque tibiamente, alcanzaron las heladas tierras germanas.

A Oskar Panizza lo llamaban “El nuevo Voltaire” y con Feuerbach, Bauer, Stirner y Strauss integró lo que Karl Marx bautizó como “la sagrada familia” cuyos ataques minaron definitivamente los cimientos de la religiosidad judeocristiana que había sido la piedra fundamental de la civilización. Cuando Marx decía que la religión era “el opio de los pueblos” estaba resumiendo las conclusiones de este concilio de apóstatas. Aunque de genio aparentemente apacible, Panizza tuvo por encarnizados rivales al Vaticano, a los bávaros de los que descendía su propia ignominia, y al emperador de Alemania, Guillermo II.

Los primeros ataques políticos al Kaiser no carecían de razones; pero después se volvieron furibundos panfletos en los que aparecían acusaciones junto a polémicas y difamaciones, que rozaban lo procaz. Y como decía Talleyrand: “Todo lo exagerado resulta insignificante”, los ataques no tuvieron mayores resultados. La publicación de “El Concilio del amor” le acarreó un proceso judicial por blasfemia y tuvo que cumplir la condena de un año de prisión.

A nadie puede ofender “La inmaculada concepción de los papas”; en todo caso, el autor ya purgó por nuestro escándalo eventual un año de prisión real. Si acaso alguien temiera tambalear su fe, bástele pensar que el autor está atacando la inmortalidad de la cebolla o la razón de ser del bostezo. El tema es secundario en este maravilloso libro, lo principal es el razonamiento, la suma de pruebas, el alegato, y toda la fuerza de la lógica al servicio de una demostración cuyo cimiento vemos desmoronarse frente a nuestros ojos; lo que es una metáfora, porque el pensamiento no mira.

Tal vez el Lago de las almas que se remonta al siglo VIII, la creación del Purgatorio “ex nihilo” en la 25ª. Jornada del Concilio de Trento, el 4 de diciembre de 1563 (antes nadie nunca había mencionado oficialmente esta topología, que se creía invenciones de poetas como el Dante); o el dogma de la Inmaculada Concepción de María del 8 de diciembre de 1854 resulten un poco extrañas, pero la fe se basa en lo invisible y estamos viciados de imágenes, por esa causa estas cuestiones resultan increíbles.

La vida de Panizza nunca fue feliz. Al regresar a Munich fue internado en el hospital psiquiátrico, víctima de delirios persecutorios. Falleció en 1921 en calma y en amistad con el pastor Lippert, quien devolvió la paz a su alma atribulada meses antes de morir. No lo movió el mal ni la insidia. Únicamente quiso explicar una hipótesis teológica que le parecía más importante que dos investigaciones que habían aparecido publicadas en ese tiempo. Una versaba sobre “La ética de las ranas”, y la segunda, del profesor Meschede, de Bonn, sobre “La porosidad de la piel de los pollos”. Creyó, con justicia, que revisar el poder de los papas sobre el mundo era infinitamente más importante que dedicarse a los batracios o a las aves de corral.

*(Notas sobre “La inmaculada concepción de los papas”, de Oskar Panizza)

*De: "El escritor caníbal y los enanos", Amazon Kindle, 2017.