De golpe


(por Alejandro Petroff) ¿Cuántos argentinos creen realmente que hay alguien con ánimo de volver a subvertir el orden institucional del país? ¿A cuántos connacionales les sorprende que se entone el himno al compás de Charly García y no con una versión más neutra? ¿Hasta dónde son capaces de llegar aquellos compatriotas que pregonan la memoria pero luego pretenden negar la historia (negra) descolgando un par de cuadros?

Lo vivido en la semana a raíz del vigésimo octavo aniversario del Golpe Militar, con la inauguración del Museo de la Memoria fue -desde el 25 de mayo de 2003 a esta parte- la muestra más escandalosa de la sobreactuación del presidente Kirchner, que ya no sólo hace jueguito para la tribuna, sino que ahora también se cree el árbitro del partido, el portador de la única verdad. De golpe, una máscara que cae.
Quien suscribe no tiene ninguna duda de la abyecta criminalidad de quienes encabezaron el Proceso. Tampoco de que la maquinaria del Estado se puso al servicio de la muerte y que muchos de los 30 mil desaparecidos (el 70 por ciento jóvenes) cayeron por pensar distinto, causando un daño irreparable a la Nación.

Pero lo que sí es dubitable, en cambio, es este método que ha sacado a relucir el presidente de la Nación para reinvindicar a sus "compañeros de lucha", justo cuando la Argentina se desangra pero por otros males quizá igual de terribles que los que se vivieron en la violenta década del 70, cuando yo era apenas un niño.

Es decir: ¿qué se consigue a esta altura agitando viejos fantasmas? ¿Acaso exacerbar ciertas mentes que sólo saben de revanchismos, aún cuando hayan declinado hace rato su afán revolucionario? ¿O simplemente satisfacer una demanda de pequeño consumo interno en el grupo de los que reniegan del paso del tiempo?

La política, señores del kirchnerismo, ha cambiado. También las prioridades del servicio público. Ya no sirve de nada batallar contra molinos de vientos que no soplan hace años. Hoy es mejor atacar las causas de los secuestros extorsivos seguidos de muerte, algunos con torturas espeluznantes, que los tormentos y vejámenes causados a miles de personas durante la Dictadura. La justicia si no es rápida no es justicia, así que mientras se protege el sentimiento de madres y abuelas de Plaza de Mayo -lo cual de ningún modo está mal- también podría ir haciéndose algo por las víctimas de la delincuencia.

Vaya paradoja del destino: mientras Kirchner humillaba a la institución Colegio Militar y al jefe del Ejército mandándole a sacar los cuadros de Videla y Bignone para la TV, el padre del chico Blumberg expresaba todo su dolor e impotencia. Fíjense la urgencia que demanda este tipo de casos, que acá también están involucradas -como en tantos otros- las fuerzas del orden, es decir el Estado represor, pero a eso a Kirchner parece no importarle tanto como las víctimas de la Dictadura.

El inenarrable sufrimiento por la pérdida trágica de seres queridos, el arrebatamiento de miles de vidas inocentes, es una cuestión que empareja a los argentinas; no los divide. O por lo menos no debiera hacerlo. No es posible que Estela de Carlotto llame víctimas a su hija y demás desaparecidos, y a los que cayeron del otro lado solamente los llame "muertos necesarios".

Quizá sea, como muchos creen, una ignominia abonar la teoría de los dos demonios. Incluso yo lo creo así. Mas eso se refiere al poder de fuego de quienes se enfrentaban en los años de plomo. Cuando se trata de las bajas de uno y otro sector hay que tener mucho tacto. Porque la muerte duele del mismo modo para una madre de militares que para una de Plaza de Mayo.

Y para un pueblo que lucha por avanzar, que todavía desconoce su potencial porque precisamente encuentra más factores de discordia que aglutinantes, esta sal en la herida es un nuevo obstáculo que amenaza volver a detener el andar cansino y errante de la Patria.

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